Will, Cáer y Antonio se quedaron varios meses en la aldea de los elfos. Durante ese tiempo se hicieron muy amigos de Lena, la hija de Iliana, y de Gregorio, quien había decido quedarse ahí y dejar de perseguir a Baltazar por un tiempo.
Los cinco, juntos, solían pasar muchas horas platicando; Will y Gregorio contaban a los otros tres sobre lo hermoso que habían sido Derladia y Yurmeli antes de que lo conquistaran todo Namtar y Daría.
Cáer escuchaba todo con atención. Entre acertijos malinterpretados, ella decía que no le importaba quien reinara en Derladia, pero una luz en sus ojos revelaba que estaba empezando a sentir algo; que le daba tristeza que ahora todo fuera tan peligroso y que se cometieran tantas injusticias, y que le gustaría vivir en un lugar más pacífico. Eso parecía que sentía Cáer, al menos por un instante, porque al siguiente sus ojos volvían a tener la usual distancia con el resto del mundo.
Cáer estaba cada más lejos de tener una respuesta a la única pregunta que había tenido: ¿qué motivaba a las personas? Pero la verdad era que ya no le importaba tanto descubrirlo; la pasaba tan bien con los cuatro que olvidaba la razón por la que había decidido acompañarlos.
Esta era la primera vez que Cáer había tenido amigos tan cercanos. Nunca había tenido amigos realmente, siempre había estado sola. Ahora que tenía a Will, Antonio, Lena y Gregorio a su lado, acompañándola, platicando con ella, divirtiéndose juntos, se daba cuenta que le había hecho mucha falta tener gente cerca, tener personas en las que pudiera confiar y que siempre estuvieran ahí para apoyarla. Sin que Cáer estuviera muy consciente de ello, había empezado a sentir algo al encariñarse con sus cuatro amigos, y poco a poco, dejaba de ser una esfinge… pero aún no tenía suficientes sentimientos como para transformarse en una joven humana nuevamente.
Will observaba todo esto preocupado. Ya habían pasado nueve meses y, a pesar de sus mejores esfuerzos, Cáer todavía no estaba cerca de convertirse en Melina. Sólo le quedaban tres meses más, de lo contrario, sería una esfinge para siempre…
Cuando se acercó el final del otoño y llegaron las primeras nevadas, los habitantes del reino de los elfos se prepararon para las fiestas de fin de año y el inicio del invierno. Los cinco amigos estaban afuera, ayudando a decorar las cabañas en la villa de los elfos.
—Creo que deberías poner la corona del lado derecho y el arreglo de hojas y piñas de pino del lado izquierdo —dijo Lena.
Gregorio estaba subido en una escalera, acomodando los adornos en la fachada de la posada mientras los otros cuatro le daban consejos. Al escuchar a Lena, descolgó la corona y la intercambió de lugar mientras la guirnalda de hiedra permanecía enredada entre sus hombros y cuello.
Cuando terminó, Antonio ladeó la cabeza y dijo —No, no, quedaba mejor de la otra forma, vuélvelo a cambiar.
Gregorio hizo lo que pedían.
—Mmm, ¿qué te parece colgar la corona en la puerta y poner la guirnalda en las ventanas? —sugirió Will.
—No, no, yo digo que pongamos la guirnalda dentro —dijo Antonio.
—¿Y si colgamos el arreglo sobre la chimenea? —sugirió Lena.
Gregorio exhaló desesperado. —Cáer, ¿tú qué opinas?
—Aquí se observa, acá se escucha, acullá se piensa; entre el ir y venir se encuentra lo que antecede a te, seguido de la negligencia a ser atendido. Lo brillante no es lo importante: atiendan al inicio de la súplica en la birla y las bayas en el jardín de los pasos de madera desde los que declaras la guerra.
Will sonrió mientras los otros tres intentaban hacer sentido del acertijo.
—¿Bayas? ¿Antecede a té? —preguntó Gregorio—. ¿Dices que quieres tomar un té de moras antes de seguir adornando? Podría ser una buena idea, estoy un poco cansado.
Cáer meneó la cabeza.
—¡Ya sé! —dijo Lena triunfante—. “Birlar” significa “quitar algo”, ¿cierto? Y luego “pasos de madera en el jardín” y, en realidad Cáer no se refiere a “bayas” como moras, ha de haber querido decir “bastón”… Cáer quiere que, antes de seguir decorando, quitemos las escaleras del jardín pues sabe que ya eres algo viejo, Gregorio, y está preocupada de que vayas a caerte en esas escaleras, y además piensa que debes usar un bastón para caminar por el jardín mientras buscas hojas de té.
—¿Algo viejo? —preguntó Gregorio alzando las cejas.
—Yo no lo dije, fue Cáer. Yo no opino que seas viejo, pero debes reconocer que ya has acumulado mucha, em… juventud —dijo Lena divertida. De nuevo Cáer negó con la cabeza.
Antonio dio un paso al frente y dijo muy serio: —No, no, ¿no han entendido que Cáer habla en metáforas? Pongan atención: negligencia, birlar, pasos de madera, guerra… Cáer piensa que en lugar de decorar la posada, deberíamos usar la guirnalda, la corona y el arreglo de piñas para hacer una trampa fuera de la aldea en caso de que traten de entrar criaturas de la oscuridad. En realidad opina que es peligroso estar adornando cuando deberíamos estar preocupados por que alguien pudiera encontrarnos.
—Eso tiene más sentido que tomar el té —dijo Gregorio pensativamente—, o que llamarme viejo.
Miraron a Cáer buscando que confirmara las palabras de Antonio. Con una amplia sonrisa, Cáer volvió a menear la cabeza, divertida.
—Will, ¿algo de ayuda? —dijo Lena.
—Cáer dijo que le da igual cómo arreglemos la posada, lo que le divierte es ver a Gregorio subir y bajar de la escalera —explicó Will.
Los cinco intercambiaron miradas entre ellos antes de romper en carcajadas, entretenidos con las interpretaciones que hacían de los acertijos de Cáer. Su risa, sin embargo, pronto fue silenciada cuando a lo lejos escucharon gritos y rugidos escalofriantes, y vieron que había humo saliendo de algunas de las casas mientras el resplandor de lo que parecían ser poderosos hechizos mágicos iluminaba la aldea.
—¿Pasa algo malo? —preguntó Lena preocupada.
Gregorio bajó de la escalera y dio un paso al frente, tratando de vislumbrar qué sucedía a lo lejos. De entre el tumulto, vieron salir a Iliana acercándose a ellos alarmada, con el rostro pálido como la nieve. —¡Rápido! ¡Tienen que salir de aquí!