Pasaba ya de la media noche. En el Castillo Negro todo estaba en el silencio, solamente dos ventanas continuaban iluminadas. Dentro de esa habitación, el suave aroma de la leña ardiendo en la chimenea lo inundaba todo, acompañando a Daría y Namtar en su plática, cada uno sentado a un lado del fuego. Llevaban más de una hora hablando, y Daría sabía que tardarían al menos una más. Estaba cansada y le importaba poco lo que Namtar comentaba; sin embargo, no se atrevía a hacer otra cosa que permanecer ahí sentada, atendiendo a las indicaciones y órdenes de su padre.
Esta charla, sin embargo, estaba a punto de terminar. En el pasillo adjunto, Tsog se acercaba apresurado a la habitación. A pesar de que Namtar le había dado instrucciones estrictas de no interrumpirlos, Tsog sabía que las noticias que traía para sus amos eran urgentes y no podían esperar hasta la mañana siguiente, ¡tenía que decirles esa misma noche!
—…así que —decía Namtar—, en cuanto Baltazar regrese con el dragón y nos diga dónde está la esfinge, tú debes eliminarlo.
Daría asintió. —No tengo problema alguno lidiando con dragones, ya sabes que he derrotado a muchos de ellos. No puedo entender por qué querías discutirlo conmigo.
—Es muy importante deshacernos de ese dragón, mi niña.
—¿Por qué?, ¿qué tiene de diferente-
La pregunta fue interrumpida por alguien abriendo las puertas con un rechinido. Tsog asomó la cabeza dentro y dijo con una reverencia, desde la entrada: —Mis amos.
—Te dije que no nos molestaras —reprendió Namtar irritado.
—Lo sé, mi amo, y no me atrevería a contravenirlo de no ser porque algo muy importante ha pasado: traigo excelentes noticias.
—¿Y bien? —dijo Daría fríamente, aliviada en lo profundo de poder dejar de lado el tema del dragón—. Dinos, ¿qué ha pasado que es lo suficientemente interesante como para desobedecer a mi padre?
—Creo que será mejor que lo escuchen directamente de la criatura que me lo contó —dijo Tsog, inclinándose hacia atrás e invitando a alguien a entrar en la habitación.
Momentos después, un demonio caminó hasta el centro del salón y se arrodilló frente a Daría y Namtar con la frente pegada al suelo y los brazos estirados. —¡Amos! ¡Es un honor estar frente a ustedes! Jamás pensé ser merecedor de estar frente a sus Altezas.
Daría lo miró con tedio; alguna vez había disfrutado esta clase de halagos y reverencias, ahora era indiferente ante ellos. Namtar, por el contrario, se regodeaba en el miedo y respeto que infundía entre sus seguidores. —Eres afortunado, sirviente. Dinos, ¿qué noticias traes? —preguntó Namtar elegantemente.
—Al principio no pensé que fuera relevante, pero cuando le conté a mi señor Tsog, aquí presente —dijo mirando al grifo—, me urgió para que viniera ante ustedes y les relatara lo que pasó…
—¡Dinos ya! El suspenso me mata —interrumpió Daría secamente, mientras examinaba sus manos, aburrida
—Mi señor Baltazar me eligió para formar parte del ejército encargado de cazar al dragón que mis amos buscan. Le tendimos una emboscada y luchamos contra los compañeros del dragón. Cuando mi señor Baltazar salió a perseguir al dragón en su huida, la mujer que acompañaba a mi señor me pidió que eliminara a los compañeros del dragón. Estaba preparando un hechizo para uno de ellos y, justo cuando se lo lancé, una esfinge se cruzó en el camino y el hechizo la alcanzó a ella.
Cuando el demonio mencionó a la esfinge, los ojos de Namtar empezaron a brillar como si tuvieran un fuego dentro. Ágilmente, se puso de pie y caminó hacia el demonio avivado: —¡Dime! ¡Dime!, ¿cómo era la esfinge?
Tsog dio un paso al frente. —Era ella, amo.
—¿Estás completamente seguro?
—Sí, el demonio me dio su descripción: color arena, un extraño símbolo en la frente… ¡al fin fue eliminada, mi amo! No tiene de que preocuparse.
Daría no se movió de su asiento, indiferente ante la emoción desplegada por Namtar y Tsog. —¿Cómo están tan seguros de que el hechizo la mató?
—Dime, demonio, ¿qué hechizo usaste contra ella? —preguntó Namtar.
—Uno muy poderoso, amo, para el cual no tienen cura los mortales. Es seguro que ha muerto.
Namtar miró a Daría con una amplia sonrisa. —¿Ya estás contenta? Nuestros problemas han sido solucionados
—Si tú lo dices —dijo Daría encogiéndose de hombros.
—Lo digo porque así es —exclamó volviéndose hacia Tsog—. Ven, mi leal grifo, debemos tener una celebración. ¡Nadie puede detenernos ya!
Una hora después, todas las ventanas del Castillo Negro estaban iluminadas. Sin importar que fuera tan tarde, era necesario organizar un festejo, ¡este era el triunfo más grande del Imperio de la Oscuridad! Tsog mandó mensajeros a los otros reinos conquistados por Namtar y Daría para que ahí también celebraran y veneraran a sus amos, ahora que eran invencibles e imparables. El demonio que mató a la esfinge fue condecorado y estaba a cargo de organizar todos los ejércitos y batallones de las sombras, junto a Tsog.
—La esfinge ha muerto, pero aún quiero que me traigas al dragón —dijo Namtar a Baltazar—. Sigue siendo alguien peligroso.
—Sí, amo —dijo Baltazar.
—Más vale que cumplas tu palabra. Recuerda lo que pasó con ese patético hombre que me falló.
Baltazar contuvo un escalofrío: sabía que Namtar se refería a Fausto. —Lo tengo presente todos los días, amo. De alguna forma u otra, capturaré al dragón.
Daría estaba, por supuesto, invitada; su presencia en el festejo era tan importante como la de Namtar. Sin embargo, ella no compartía la emoción que sentían los demás ante la derrota de la esfinge, por el contrario, estaba aburrida y cansada. En la primera oportunidad que tuvo, escapó a sus habitaciones.
Una vez dentro, caminó hasta la ventana: el amanecer despuntaba a lo lejos y podía escuchar la música y el alboroto en la parte de abajo del castillo. Daría bufó molesta y trató de hacer caso omiso del ruido, perdiéndose en sus pensamientos. Le frustraba que la esfinge hubiese muerto, pues esperaba que la batalla contra ella trajera emoción y sentido a su corazón, algo que pudiese contrarrestar el vacío en su alma.