Relato del Fuego y del Agua. Parte 2: Agua

12. Destinos cruzados

Durante las siguientes tres semanas Melina entrenó con Ranevskya. Eran jornadas largas y agotadoras, casi imposibles de cumplir. Ranevskya era en extremo exigente con ella y no tenía paciencia alguna. Cada vez que Melina lograba hacer algo con éxito, Ranevskya meneaba la cabeza. —Eso tal vez impresione a los hechiceros mediocres de algún pueblucho perdido, pero aquí, es corriente. ¡Métetelo en la cabeza de una vez, Valda! Entiende que este es el Castillo Negro y trabajarás con la reina Daría, no con un magucho de segunda —decía Ranevskya con desdén—. Si fuera mi decisión, a lo mucho te daría un lugar en los establos… y posiblemente ni eso podrías hacer bien.

Lo cierto es que Melina no sólo era más poderosa que su maestra, sino que lograba hacer sus tareas con mayor habilidad y eficacia que ella. Ranevskya, no obstante, no podía aceptarlo; el coraje y la envidia que sentía la cegaban.

La hechicera había pasado años sirviendo a sus amos, soñando con algún día tener el honor de trabajar directamente con la reina Daría o, inclusive, junto al mismísimo nigromante. Ahora, esta chica recién llegada de quién-sabe-donde, sin experiencia alguna, le robó ese honor en un momento, ¡eso la enfurecía! Ranevskya la entrenaba de todas formas porque no se atrevía a desafiar una orden de la reina, pero mientras Valda estuviera bajo su cargo, aprovecharía para desquitarse por robarle el lugar añorado por ella durante tanto tiempo.

Melina, por su parte, no prestaba atención al desprecio de Ranevskya, sabiendo que sería una enemiga peligrosa y que podría comprometer sus planes: lo mejor era no replicar y hacer lo que pedía.

Por las noches, en su tiempo libre, Melina recorría los múltiples pasillos y salones en búsqueda de Gregorio y Lena, escondiéndose cada vez que escuchaba a alguien aproximarse, cuidando no ser descubierta. Usando el mapa, Melina exploró casi todo el castillo; incluso entró en las zonas prohibidas, fácilmente rompiendo el hechizo que las cerraba, pero no encontró rastro alguno de los calabozos en donde tenían presos a sus amigos. Lo más probable era que estuvieran en un sitio escondido, ¿cómo lograría liberarlos?, ¿estarían bien? A Melina le preocupaba esto. Tal vez cuando iniciara su trabajo con la reina sería más fácil hallarlos.

—¿Mi ama? —dijo Tsog respetuosamente desde la entrada a las habitaciones de Daría— Valda ha terminado su entrenamiento y está lista para servirla, mi ama.

—Dile que venga a reportarse conmigo.

Tsog titubeó, incómodo. —Mi ama, no estoy seguro de que sea buena idea que la chica trabaje para usted. No ha estado en el castillo más que unas semanas, puede que no responda a todas las exigencias-

—Tsog, te pedí que hicieras algo, no que me sermonearas o cuestionaras mis decisiones. Ve y hazlo —interrumpió Daría gravemente, dando un vistazo amenazador a Tsog.

El grifo bajó la cabeza, apenado. —No era mi intención ofenderla, mi ama. Le ruego que me disculpe. Iré de inmediato a buscar a la chica.

Daría se sentó en la cornisa de la ventana. Entendía muy bien las dudas de Tsog respecto a Valda, sabía que su objeción no era por falta de respeto. El grifo era uno de sus seguidores más leales, jamás se atrevería a cuestionar a Namtar o a ella; si ahora lo había hecho, era sólo porque se inquietaba ante lo súbito de la decisión de Daría: nunca antes un recién llegado alcanzó tan pronto un honor tan alto como el que implicaba trabajar junto a ella.

Quizá el grifo tenía razón, consideró Daría cruzando los brazos, a lo mejor actuó impulsivamente al tomar a Valda como su asistente. Era cierto que, desde la llegada de Gregorio, se comportaba de forma diferente. Al ver al noble, sintió de nuevo bullir el odio en su corazón, lo cual era extraño, pues habían pasado muchos años ya sin que sintiera otra emoción que un vacío total dentro de ella. Cuando la rabia de años atrás se despertó al ver a Gregorio de nuevo, Daría cambió. No era que disfrutara del rencor, pero era mejor tener nuevamente interés por algo y dejar su apatía, aunque fuera un poco.

Este cambio explicaba su decisión con respecto a Valda. La chica tenía algo distinto a los demás, y eso la intrigaba. Al ver dentro de ella, Daría descubrió la misma ira y avaricia que en los demás sirvientes, pero no sólo eso. Detrás de su odio, Valda mostraba pasión, mostraba entrega, ¿cómo podía ser parte de las sombras y al mismo tiempo tener pasión e ilusión hacia algo? Daría, por su propia experiencia, sabía muy bien que al seguir a las sombras, pronto se perdía el entusiasmo, ¿por qué Valda demostraba tenerlo? Era como si Valda le presentara un acertijo; necesitaba tener una respuesta.

—Partiré rumbo a los reinos del este —dijo la voz de Namtar entrando a la habitación, interrumpiendo sus pensamientos—. Es tiempo de exterminar al resto de los rebeldes en esas tierras. Estaré ausente durante un mes.

Daría levantó la cabeza y miró a Namtar. Al momento de hacerlo, su usual apatía y malestar se apoderaron de ella inmediatamente. Descuidadamente, se encogió de hombros. —Buena suerte —replicó indiferente.

—Confío en que te ocuparás de que todo marche bien en Derladia

—Siempre lo hago, ¿no? —alegó Daría molesta

—Ah, y otra cosa, si Baltazar no cumple con las órdenes de capturar al dragón, asegúrate de que no huya pero no lo mates. Yo tengo un castigo reservado para él, ¿está claro?

—Como digas.

Los ojos de Namtar resplandecieron como si tuvieran un fuego por dentro. Momentos después, desapareció en al aire, dejando sola a Daría de nuevo.

***

Durante el tiempo que pasaban trabajando juntas, la curiosidad de Daría por Valda fue aumentando. Era una hechicera poderosa e inteligente, claramente mucho más hábil y creativa que otras personas con las que trabajó en diferentes épocas, al grado de sorprender a la misma Daría. Sin embargo, lo que la distinguía de otros sirvientes del castillo, era que Valda ocultaba algo tras su aparente odio.




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