Relato del Fuego y del Agua. Parte 2: Agua

14. Caos desatado

Cabalgaron durante toda la noche. Al llegar el amanecer, el castillo y sus bosques muertos se perdían tras el horizonte; pero no era seguro detenerse, así que siguieron andando. Cuando el sol del mediodía se asomaba por entre el tapiz de nubes cubriendo el cielo, exhaustos, hicieron una pausa antes de continuar hacia Yurmeli.

Mientras los otros se preparaban para dormir unas horas, Melina se alejó de sus amigos y recorrió la pradera rodeándolos, hasta llegar a una pequeña laguna resguardada por rocas volcánicas y matorrales. Se sentó junto a la laguna. Necesitaba estar sola, necesitaba tiempo para pensar, para procesar la culpa bullendo en su corazón. No podía olvidar la mirada de Daría al descubrirlos, no podía dejar ir el eco de sus palabras llamándola traidora ¿qué hizo sino abusar de su confianza? Merecía haberse quedado prisionera en el castillo, pensaba Melina abrumada, Daría no debió dejarla ir, no después de lo que hizo.

—¿Estás bien? —preguntó Will acercándose.

—No, no estoy bien. Daría trataba de encontrar una vida más allá de la oscuridad y lo único con lo que se topó del otro lado fue con mis mentiras. Al final, hice lo mismo que cualquier otro seguidor de las sombras: ¡utilizarla para obtener lo que quería! —respondió Melina amargamente.

—No es lo mismo. Tú estabas buscando rectificar un mal y liberar a Gregorio y Lena.

Melina bufó sin responder.

Will se sentó junto a ella y continuó: —Era necesario sacar de ahí a nuestros amigos; a pesar de que Daría no tenía intención de lastimarlos, era muy peligroso que estuvieran ahí por más tiempo.

—Sí, pero al hacerlo traicioné a Daría, ¡no importa cuáles hayan sido mis motivos! —refutó Melina exasperada.

—Las razones tras tus actos son lo más importante —explicó Will—. Tú sabías que estaba mal utilizar a Daría y por eso ibas a quedarte con ella más tiempo, para reparar no el daño que tú hiciste, sino el daño que el tiempo junto a Namtar le trajo.

—¡Menuda ayuda! Sólo le mostré que la oscuridad y nuestra causa traen lo mismo. Por lo menos, al ser la reina de las sombras no puede sentir dolor.

—Y esa es la ayuda más grande que pudiste darle.

—¿Cómo puede ser ayudarla el lastimarla?

—Porque, antes de que llegaras, no tenía sentimientos; ni dolor, ni amor, sólo un vacío agobiante. Gracias al tiempo que pasaste ahí, con todo lo que eso la hizo reflexionar, pudo empezar a cuestionar lo que Namtar le ha ofrecido.

Melina escondió la cabeza entre las manos. —Namtar… lo había olvidado. ¿Qué pasará ahora, Will? ¿Qué ocurrirá si, al regresar Namtar, la confunde de nuevo? No quiero luchar contra ella.

—Melina, tú estás destinada a derrotar a la oscuridad, no a una persona, no a Daría, y ella probó hoy que no es realmente parte de las sombras.

—Sí… desearía haberme quedado.

—Lo sé —dijo el dragón sonriendo—. Ve a descansar, aún tenemos un camino muy largo por recorrer antes de llegar a casa.

Melina se incorporó y se dirigió de regreso al campamento donde descansaban los otros. Will permaneció ahí parado unos momentos más, antes de ir a dormir unas horas también.

***

Una vez que Daría se aseguró de estar sola, cerró nuevamente las puertas del bloque de celdas y subió de regreso a sus habitaciones. Lo que más le pesaba no era la traición, ni el sentirse ridiculizada, sino que sentía que ahora no tenía otra opción que seguir siendo parte de las sombras. Es como si Gregorio y Valda hubiesen representado su boleto de salida del Imperio de la Oscuridad y, ahora que ya no estaban, estaba atrapada en un mundo que la sofocaba.

Ella también sabía que algo dentro de ella estaba cambiado. Por primera vez en muchos años, no se sentía vacía y apática, tampoco sentía odio ni deseo de venganza. No, por primera vez desde la muerte de Tobías, se sentía esperanzada. ¿Sería que con la partida de Gregorio y Valda perdería la esperanza que había resurgido en ella en los últimos meses?

Llegó al pasillo del piso superior y, tras hacer nuevamente el hechizo que ocultaba las escaleras, encontró a Tsog parado frente a ella. —¿Qué es lo que quieres? —dijo lo más duramente posible.

—Con todo respeto, mi ama, ¿cómo pudo permitir que la engañaran de esa forma?

—¿A qué te refieres?

Tsog dudó antes de decir en un murmullo: —Escuché todo lo que pasó, mi ama.

—¡No tienes derecho a espiarme! —reclamó furiosa.

—No, no la espiaba, mi ama.

—Entonces, ¿qué hacías ahí?

—Me topé con el demonio que asignó para resguardar el bloque de celdas después del incidente del basajaun; estaba en el salón del primer piso vistiendo un delantal y sacudiendo los lienzos mientras canturreaba para sí. Era obvio que estaba bajo un hechizo, entonces sospeché que algo malo pasaba y por eso vine a revisar a los prisioneros… fue entonces cuando los encontré, mi ama —dijo Tsog, y agregó severamente: —No entiendo por qué no les dio su merecido.

Daría hizo una mueca. —Déjame, Tsog, no es de tu incumbencia —se dirigió a sus habitaciones y entró para desplomarse sobre uno de los sillones junto a la chimenea, esperando que el grifo no la cuestionara más.

Tsog, sin embargo, era leal a Daría y no soportaba la idea de que alguien se hubiese aprovechado de ella, así que la siguió a sus habitaciones. —Mi ama, con toda la información que Valda obtuvo, es una amenaza para nosotros. Ella misma admitió que planeaba un ataque contra el amo Namtar y usted, ¡podría derrotarnos!

—¿Y? Me importa poco.

—Mi ama… yo sé por qué la liberó.

Daría recargó la barbilla en la mano, desinteresada. —Ah, ¿sí?, ¿y por qué?

Tsog continuó en un murmullo, como si temiera que alguien más lo escuchara, como si las palabras que estaba por decir fueran repugnantes: —Porque sintió compasión por Gregorio y Valda.

—¡No es cierto! —refutó Daría indignada.

—Usted sabe que es verdad, mi ama, ¿de qué otra forma explica que le haya perdonado la vida al basajaun que la atacó? Más aún, ¿por qué otra razón dejó ir a los prisioneros y a la traidora?




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