Relato del Fuego y del Agua. Parte 2: Agua

16. El encuentro final

Daría miraba tímidamente al bosque, abriendo una rendija entre las dos cortinas cubriendo la amplia ventana. Las últimas semanas, Namtar y ella se prepararon para la batalla contra Melina y su gente; no tenían necesidad de salir a su encuentro en Yurmeli o en algún otro lugar: era seguro que ellos solos llegarían al Castillo Negro. No faltaba mucho, les decía Namtar presintiendo su llegada, pronto estarían frente a sus puertas y entonces, ¡entonces los hundirían de una vez por todas!

Daría soltó la cortina, dejando que la habitación se inundara con sombras nuevamente, y caminó hasta uno de los sillones cerca de la chimenea. A pesar de asegurarle a Namtar diariamente que su confusión desapareció y que no le fallaría llegado el momento de la batalla, lo cierto era que Daría cada vez estaba más aturdida.

Tras el paso de los días, su miedo hacia Namtar y su culpa por dejar en libertad a la chica, fueron cediendo, y eran remplazados con tristeza: no podía olvidar la flama despertada en ella durante el tiempo que pasó con Gregorio y Melina, así como la pregunta de si existía una mejor opción más allá de la venganza y del odio, más allá de todo lo que Namtar le ofrecía. Si acababan con Melina, si de nuevo su magia destruía la nueva esperanza en Derladia, entonces… ¿estaría condenada por siempre a la oscuridad?, ¿podía soportar seguir viviendo así?

—Pensé que te había dicho que dejaras de pensar en ella como una amiga —interrumpió Namtar desde la entrada, visiblemente irritado.

—Sí, lo sé.

—Es nuestra peor enemiga.

Daría levantó la cabeza. —¡Pero es sólo una joven!

—Es una joven muy poderosa, siempre ha sido su destino destruirnos, ¿lo recuerdas?

Daría asintió. —Por eso eliminamos a su familia y por eso la convertiste en esfinge.

—En ese entonces, sabías lidiar con nuestros problemas sin titubear —dijo Namtar caminando hacia ella—, y ahora, ¡mira! Por tener compasión, te has vuelto débil y vulnerable, la gente se aprovecha de ti.

Daría se encogió de hombros sin responder: tal vez lo que decía Namtar era cierto, pero era mejor que tener el corazón vacío.

—¡Claro que no! Ser frágil y sensible es el peor defecto de todos, mi niña, y no es digno de una reina de la oscuridad —la reprendió Namtar con severidad.

Daría lo miró y asintió: algunas veces olvidaba que Namtar podía leer sus pensamientos.

Un extraño sonido afuera, en el bosque, los distrajo. Namtar caminó a la ventana y abrió las cortinas granate con un tirón. —Al fin… nuestra espera ha terminado, ¡se aproxima la chica con su ejército! Debemos preparar a las tropas —dijo apresurándose a la puerta con determinación.

Justo antes de salir, se volvió a Daría. —Sabes lo que espero de ti, ¿cierto?

—Te he dicho más de una vez que no te decepcionaré de nuevo. Puede que esté confundida, pero haré lo que quieres, haré lo que debo hacer.

—Muy bien, mi niña, muy bien.

Namtar caminó al pasillo fuera de las habitaciones de Daría. Por el otro extremo se aproximaba con velocidad Ranevskya: la nueva líder de sus tropas después de la captura de Tsog.

Al ver al nigromante, se arrodilló con respeto. —Mi amo, ¡han llegado!

—Lo sé, ve a preparar nuestro ejército, ¡la victoria será nuestra!

—Así lo haré, mi amo.

Daría se acercó a mirar por la ventana una última vez antes de tomar su capa negra y caminar al lado de su padre.

***

Melina y su gente esperaban frente al Castillo Negro con el antiguo emblema de Derladia ondeando sobre ellos. Para su sorpresa, no encontraron a nadie afuera haciéndoles frente; más aún, el castillo parecía llevar años abandonado, estaba descuidado, con los cristales de las ventanas estrellados, la madera de la puerta podrida, y algunas telarañas entretejidas en la gruesa capa de polvo que le cubría. Este, definitivamente, no se asemejaba al Castillo Negro en el que Melina pasó un par de meses, salvo por la atmósfera tenebrosa que aún despedía y los llenaba de temor.

—Esto me da un mal presentimiento —advirtió Gregorio al ver el castillo.

Antonio se estremeció con un escalofrío. —A mí también. Nunca sentí tanta… maldad, antes.

—Es por Namtar. Su sola presencia llena todo de odio y terror, así es como logra vencer a las personas —explicó Will.

Iliana se rascó la cabeza. —Pero, ¿estará realmente aquí Namtar? El castillo y el bosque están desiertos.

—¿Será posible que escaparan? —preguntó Lena esperanzada.

—No —dijo Melina súbitamente—, están aquí, estoy segura. Todo esto es parte de su plan, quieren tomarnos por sorpresa.

—¿Estás segura, Melina? —insistió Lena— Tal vez dejaron el castillo para buscar un mejor lugar en el cual enfrentarnos.

Melina no pudo responder: el sonido de un golpe sordo en el castillo los silenció a todos de inmediato. El golpe fue seguido por un prolongado alarido fantasmagórico que se extendió por el bosque en ondas, sobrecogiendo a los caballeros de Melina al escucharlo. Al cesar el aullido, una llamarada frente a ellos los deslumbró; los árboles a su alrededor empezaron a arder rápidamente, al tiempo que eran rodeados por un extenso anillo de un extraño fuego ámbar, turquesa y verde.

—¡Estamos atrapados! —exclamó Antonio mirando a su alrededor.

Sobre ellos se formó un torbellino de nubes negras. Las nubes empezaron a lanzar rayos sobre el castillo, deshaciendo el hechizo que le encubría. Con cada nuevo rayo, el castillo fue transformándose de nuevo en la imponente fortaleza oscura que Melina recordaba tan bien.

Las puertas metálicas se abrieron violentamente de un tirón y el ejército de la oscuridad salió, abalanzándose contra ellos. Era una abrumante horda de criaturas crueles y poderosas, guiadas por hechiceros de las sombras y caballeros negros. Pronto comenzó la batalla.

—Namtar y Daría deben seguir dentro del castillo —dijo Melina examinando con cuidado al ejército que luchaba a su alrededor.




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