Relato del Fuego y del Agua. Parte 2: Agua

17. Daría y Melina

—General, ¡general!

Antonio abrió los ojos lentamente. Inclinado sobre él, inspeccionándolo, estaba un enorme león alado color carmesí, melena azul cobalto y ojos oliva. Antonio se sobresaltó al verlo e intentó incorporarse de un salto.

—Tranquilo, ya ha pasado el peligro —explicó el león con voz retumbante—. Debería sentarse, aún sufre los estragos del ataque.

Antonio sostuvo su cabeza con ambos manos, aturdido. —¿Qué… qué pasó?

—¿No lo recuerda? Una mujer fantasma estuvo a punto de asfixiarlo por dentro. Afortunadamente llegué justo a tiempo para ayudarlo.

—Se lo agradezco infinitamente —respondió Antonio con sinceridad, recordando con un escalofrío la mano de la mujer fantasma. Miró al león y dijo aturdido: —Disculpe si soy algo brusco, pero, ¿quién es usted?, ¿qué hace aquí?

—Mi nombre es Klimtuk. Soy… amigo de Tobías… Will, como usted lo conoce. Si no me equivoco, debe ser Antonio; Tobías lo ha mencionado en varias ocasiones —ante la mirada de confusión de Antonio, Klimtuk continuó—. Ambos servimos a la señora Custos’vitae. Mi gente y yo venimos aquí para ayudarlos en la batalla, fue entonces cuando encontré a la hechicera negra y al fantasma atacándolos.

Antonio se alarmó, recordando aún más. —¡Lena!, ¿dónde está Lena?

—Aquí estoy —dijo Lena con una sonrisa.

—Está bien, no tiene de que preocuparse —explicó Klimtuk.

Lena abrió los ojos. —¡Por poco no lo estoy! De no haber sido por su gentileza, la hechicera y la mujer fantasma hubieran acabado con nosotros. Apenas llegó Klimtuk, la mujer fantasma huyó despavorida, y luego, sin mayor problema, logró derrotar a la hechicera —explicó Lena, haciendo una cortesía al león—. ¿Cómo podemos agradecerle por su ayuda?

Klimtuk meneó la cabeza. —Aún no hemos triunfado, pero de todas formas no tienen nada que agradecerme; yo también deseo que Namtar caiga y se lleve con él toda su oscuridad —respondió apaciblemente—. Creo que lo mejor sería llevar a esta hechicera con el resto de los prisioneros. Es la dirigente de los ejércitos; sin ella, los demás pronto estarán perdidos y abandonarán la lucha.

Junto a él se encontraba Ranevskya sentada en el suelo, atada de pies y manos. —Sí, tiene razón —dijo Antonio acercándose.

Al ver vivo al joven, Ranevskya dijo desafiante: —Deberías eliminarme, mocoso ignorante. Si no lo haces, escaparé en la primera oportunidad que tenga.

—¡Por supuesto que no haremos eso! —replicó Antonio indignado—. Si hiciéramos algo así, seríamos iguales a todos los que sirven a la oscuridad, y lo que queremos es lograr el bienestar para todas las personas, no sólo para quienes apoyan nuestra causa, sino incluso para ustedes.

Ranevskya los miró con enojo y no dijo nada más.

—Antes de llevarla, quiero asegurarme que los otros hechiceros no puedan seguir avanzando —dijo Antonio.

—No te preocupes por eso. La gente de Klimtuk se está encargando de combatir contra ellos. ¡No podrían haber llegado en mejor momento! —dijo Lena señalando el campo de batalla.

Antonio miró su alrededor: contrastando violentamente con los colores apagados de los soldados de las sombras, encontró a un extenso grupo de animales, con pelajes brillantes y resplandecientes, ayudando a su gente, luchando contra los hechiceros negros, obligándoles a retroceder sin problemas.

Por uno de los costados se acercaba un hombre vestido con una capa marrón. Klimtuk clavó la mirada en él y preguntó: —¿Lo conocen?

Lena asintió. —Sí, es nuestro amigo Gregorio —respondió, y añadió cuando estuvo cerca de los tres: —¿Estás bien?

Gregorio suspiró. —Sí, sí, es sólo que no pude encontrar a Baltazar adentro y no lo veo aquí afuera, supongo que el cobarde está escondido. Decidí que no voy a seguir perdiendo mi tiempo con alguien que no vale la pena, y que era mejor venir a ayudarlos. Por lo que veo, les va muy bien aquí, ¡me alegro!

—Es todo gracias a Klimtuk —dijo Antonio, y los presentó.

—¿Hay más criaturas dentro del castillo? —preguntó Klimtuk.

—No —respondió Gregorio—, casi todas salieron hace unos minutos.

El león asintió. —Esas son buenas noticias. Bien, ahora que estoy seguro de que el general sigue con vida y ya no necesitan mi ayuda, iré a dirigir a mi gente.

Klimtuk hizo un ademán con la cabeza y se alejó volando en dirección a donde luchaban los otros animales de colores brillantes.

Antonio obligó a Ranevskya a ponerse de pie y dijo a Gregorio: —¿Podrías llevar a esta hechicera al campamento de los prisioneros? Está junto a la tienda que puso Iliana para curar a los heridos. Yo iré a unirme a Klimtuk, tenemos que aprovechar la ventaja que les llevamos antes de que se reorganicen.

—De acuerdo —contestó Gregorio tomando las cuerdas con las que habían atado a Ranevskya.

Gregorio caminó a la tienda que le indicó Antonio. En el paso hacia allá, descubrió que había menos gente del ejército de la oscuridad. Sintiéndose contento por esto, Gregorio dejó a Ranevskya en el campamento de prisioneros y se acercó a la tienda de Iliana, para darle las buenas nuevas y asegurarse de que estuviera bien antes de salir a luchar con sus compañeros.

Dentro de la carpa todo estaba en silencio. Presintiendo que algo estaba mal, Gregorio desenfundó su espada y entró lentamente: Baltazar estaba ahí parado con Iliana como su rehén, sosteniendo un cuchillo cerca de su cuello.

***

Daría se sentó recargada junto a la barandilla de la terraza, frotando su mano contra su frente desesperada. Pocas veces antes se sintió tan desorientada como ahora; miles de pensamientos se agolpaban y arremolinaban en su cabeza, confundiéndola, haciéndole imposible decidir cuál escuchar. Seguir a Namtar o seguir otro camino: ambas opciones requerían de una valentía y claridad que ella no encontraba dentro de su corazón.

—Debí suponer que no tendrías el valor de enfrentarnos tú misma; como siempre, mandas a otros a hacer tu trabajo sucio.




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