Relato del Fuego y del Agua. Parte 2: Agua

18. Namtar

Melina se inclinó hacia atrás, sentándose sobre sus talones, a un costado de donde la grieta acababa de cerrarse. Poco a poco empezaba a recuperar sus fuerzas físicas, pero no podía sentirlo: el impacto anímico ante lo ocurrido la dejaban sin fuerzas. Era demasiado que asimilar en un lapso muy corto: el odio intenso a Daría, la batalla y, después, que hubiese sido Daría misma quien la salvó, no sólo por dar su vida para que ella pudiera salir de la grieta formada por el terremoto, sino también por evitar que Melina cediera ante su odio y búsqueda de venganza.

Entrelazó los brazos sobre su pecho y dejó caer su cabeza. Se sentía exhausta y profundamente culpable a la vez. No podía creer que hubiese estado dispuesta a…a eliminar a la misma persona que acababa de hacer lo imposible por salvarla.

—Ahora Daría es finalmente libre —dijo Tobías acercándose a ella.

Melina se limpió las lágrimas. —Dio su vida por mí, fue ella quien me hizo entender que estaba cegada por mi odio. ¡Debí de haber hecho algo más por ella! ¡Debía haberla salvado!

—Hiciste mucho por ella. Daría te salvó para resarcir parte del mal que hizo, pero nunca hubiera escogido ese camino de no ser porque antes, en su corazón, logró liberarse del dominio de Namtar.

—¿Y si la dejé morir, por qué aún deseaba vengarme de ella?

Tobías meneó la cabeza. —No, tú también dejaste ir tu odio a tiempo.

Melina sonrió afablemente, mirándolo.

—Pero qué escena tan hermosa ¡odio interrumpirlos! —resonó una voz de trueno detrás de ellos.

***

Baltazar sonrió con malicia al ver al recién llegado. —Vaya, vaya, eres tú Gregorio.

—¿Qué estás haciendo? Deja ir a Iliana.

—No. La dejaré ir una vez que esté libre, ¡no seré tu prisionero!

—No lo dejes huir, Gregorio —dijo Iliana firmemente—. Debe ser apresado por todo lo que ha hecho.

Gregorio la miró dulcemente. —No voy a arriesgar tu vida —dijo bajando su espada—. Está bien, Baltazar, vete, haz lo que quieras, pero deja libre a Iliana.

Baltazar entrecerró los ojos. —No, creo que la llevaré conmigo… esa habilidad suya de curar a la gente es muy útil. No trates de detenerme.

Intentó escapar con Iliana por la parte trasera de la carpa, pero Gregorio, rápidamente, tomó de nuevo su espada y le cerró el paso. —Puedes irte, pero no dejaré que te lleves a Iliana contigo.

—No trates de luchar contra mí, viejo, la oscuridad me ha dado mucho poder… ¡quítate del paso!

—Te equivocas, no te ha dado poder, sólo una vida miserable, y por eso no tienes respeto por los demás.

Baltazar rió sarcásticamente. —¿Eso crees? Pues es más de lo que tú tienes. Eres sólo un viejo que pronto será derrotado, y no puedes hacer nada para salvar a esta mujer… ¡estás completamente solo!

—¡No está solo! ¡Eres tú quien no tiene gente que lo apoye! —gritó una voz desde la entrada.

Baltazar se dio la vuelta y vio que Lena, Antonio, Klimtuk y otros tres caballeros se encontraban ahí. Sabiendo que no podía hacer nada contra los siete, bajó la espada que tenía en la mano y liberó a Iliana.

—Muchas gracias por tu ayuda —dijo Iliana abrazando a Gregorio y besándolo en la mejilla.

Gregorio se sonrojó. —Era lo menos que podía hacer por ti —se acercó a Baltazar para atarlo cuando éste le dio un fuerte empujón y salió corriendo por la puerta delantera.

—Déjenlo huir —dijo Gregorio a los tres caballeros—, no tiene caso perseguirlo. Dudo que haga más daño.

Vieron a Baltazar huir por el campo de batalla. Al llegar a la entrada del bosque, se topó con un basajaun, el mismo que resguardaba los calabozos secretos y al que Baltazar intentó asesinar. Al verlo, el basajaun levantó su mazo y bramó, furioso; Baltazar chilló despavorido y ambos se perdieron en el bosque. Nadie volvió a saber de él.

Gregorio se volvió a sus amigos —¿Cómo va todo allá afuera?

–Justo eso veníamos a decirles… —contestó Lena emocionada—. ¡La batalla terminó! ¡Triunfamos!

Los siete salieron de la carpa: ¡era verdad! En el campo de batalla ya no quedaban más agentes de la oscuridad, la mayoría fueron hechos prisioneros y unos cuantos huyeron, pero ya ninguno peleaba contra ellos.

—¿Esto significa que hemos triunfado? —preguntó Gregorio emocionado.

Klimtuk movió la cabeza en negativa. —Aún faltan Namtar y Daría. Si ya hubiesen sido vencidos, Tobías y Melina estarían aquí.

—Entremos al castillo y averigüemos dónde están y qué está pasando —sugirió Lena.

Los cinco estuvieron de acuerdo y fueron en su búsqueda.

***

Melina y Tobías se dieron la vuelta abruptamente, detrás de ellos estaba el nigromante. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Melina: el momento que había temido durante tanto tiempo finalmente llegaba. Algo por dentro le decía que se retirara lo más rápido posible, que corriera y se salvara a sí misma, ¡nunca antes sintió tanto desasosiego!

Se incorporó y caminó lo más firmemente que pudo.

—Todo ha terminado, Namtar

—¡Por favor!

Melina señaló el bosque más allá de la terraza. —Mira a tu ejército, ¡hemos ganado!, ya todo terminó

—No ha terminado hasta que no derrotes a la oscuridad. Yo soy la oscuridad y sigo en pie

—Daría ha muerto.

—¿Y?... era un ser inútil, dado que tú no acabaste con ella, tuve que tomar el asunto en mis manos.

Melina lo miró con repulsión. —Tú… tú provocaste el terremoto.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Namtar. —Eres una chica lista, es una lástima que tenga que destruirte.

Namtar cerró los ojos, conjurando un hechizo.

—¡Melina!, ¡cuidado! —gritó Tobías

Era demasiado tarde, una fuerza invisible arrojó a Melina contra el suelo y la empezó a estrangular. Melina agitó su mano desesperadamente sobre su cuello y logró liberarse del hechizo.

Namtar abrió los ojos y caminó cerca de ella. —Eres muy poderosa, pero olvidas que eres mortal, no tienes oportunidad contra mí.




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