Relato del Fuego y del Agua. Parte 2: Agua

19. Renacimiento

Tobías corrió hacia Melina. Al terminar la batalla, después de vencer a Namtar, Melina cayó al suelo inconsciente, herida y agotada tras la lucha.

Tobías la tomó entre sus brazos y la examinó cuidadosamente: tenía los ojos cerrados y su respiración era muy pesada. Concentrándose, el mago conjuró un hechizo para curarla. Al poco tiempo, Melina abrió los ojos.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Tobías.

—Cansada, me duele todo el cuerpo.

—Tus heridas son muy profundas, tendrás que descansar unos días antes de que te recuperes por completo, pero ya no hay peligro. Fue una batalla muy dura, ¡estaba muy preocupado! —Tobías le sonrió cálidamente—. Hiciste lo correcto y saliste victoriosa, nunca me sentí tan orgulloso de ti antes.

Melina sonrió débilmente antes las palabras del mago. Más allá de la terraza, en los pasadizos dentro del castillo, escucharon el eco de pasos acercándose a ellos. Al poco tiempo, pudieron ver a Antonio salir a la terraza.

Al ver a Melina, se apresuró a ella y la estrechó entre sus brazos.

—¡Qué gusto me da ver que estás bien! ¡Temía lo peor! —dijo Antonio aliviado.

—A mí también me alegra verte sano y salvo. Dime, ¿cómo están los demás?

—Hay algunas personas heridas, pero nada grave. La batalla fue muy difícil, hubo un momento en el que aparecieron más criaturas, pero luego, ¡desaparecieron de la nada!

Tobías ladeó la cabeza pensativo. —Eso debe haber sido en el momento en el que Melina venció a Namtar.

A Antonio se le iluminaron los ojos. —Entonces, ¿es verdad?, ¿ya todo acabó?, ¿hemos ganado?

—Sí, triunfamos —dijo Melina—. La oscuridad ha sido vencida.

Viendo que Antonio quería seguir haciendo preguntas, Tobías intervino: —Les contaremos todo pronto, lo prometo, pero antes hay que llevar a Melina al campamento, necesita descansar.

Antonio asintió y cargó a Melina en sus brazos para salir del castillo. Al llegar al campamento, sus otros amigos se deleitaron al verla con vida, y más aún al saber que Namtar fue vencido.

***

Las noticias de su triunfo se fueron esparciendo rápidamente entre todos sus caballeros y magos. Cuando las escucharon, aún aquellos gravemente heridos por la batalla, sintieron una oleada de energía reanimándolos, otorgándoles una nueva razón para mejorar pronto y celebrar su victoria. ¡La batalla no fue en vano!, ¡lograron acabar con el Imperio de la Oscuridad!

Tobías creó un hechizo para ayudar a Melina a dormir, y después caminó a la otra carpa para asegurar, con más conjuros, que los prisioneros no pudieran huir.

—Con Namtar conquistado, sus criaturas perderán fuerza y se desvanecerán eventualmente —dijo Klimtuk acercándose a él.

Al verlo, Tobías sonrió. —¡Qué sorpresa encontrarte aquí!

—Nuestra señora no quería dejarlos solos en la batalla, y yo no podía quedarme en el bosque sin hacer algo por ayudar —Klimtuk bajó la cabeza—. Nunca debí cuestionar tu fe en Melina, debí tener más confianza en ti.

—No hay cuidado. Muchas veces yo también vacilé en que fuera posible acabar con Namtar, no porque dudara de Melina, sino porque parecía imposible derrumbar el imperio que construyó.

—Escuché que Daría murió.

—Así es… —respondió Tobías con tristeza—. Escogió dar su vida para salvar a Melina y como forma de resarcir todo el mal que hizo; al final, logró librarse de Namtar.

—Y con ello ayudó a que cayera el nigromante. Nunca pensé que lo lograría.

—Yo no, siempre supe que era cuestión de tiempo antes de que volviera a ser la chica dulce que conocí —dijo Tobías sonriendo al recordarla. Volvió la mirada al león—. Ven, necesitaré de tu ayuda con otro prisionero.

Ambos entraron de nuevo al castillo y subieron a la terraza, donde tuvo lugar la lucha entre Melina y Namtar. Ahí, recargado contra la barandilla, jadeando débilmente, estaba el nigromante. Ya no era la misma persona imponente y siniestra que antes; por el contrario, daba la impresión de no ser más que un anciano frágil y afligido por los años, sólo sus ojos brillaban aún con un destello de crueldad.

Al ver al león alado y al mago, entornó los ojos con disgusto. —Supuse que Custos’vitae traería a sus mascotas con ella, ¿cómo es que aún sigues con vida después de tanto tiempo, Klimtuk?, ¿finalmente te viste tentado con la promesa de la inmortalidad y bebiste las aguas de Istajmer?

—No —respondió gravemente Klimtuk—, a diferencia tuya, entiendo que ese lago es sagrado y respeto el hecho de que llegará un día cuando mi tiempo aquí concluya y sea momento de morir.

—¿Eres tan engreído y mojigato que piensas que el miedo a la muerte no te afectará a ti también?

—Estoy seguro que sí, pero no por miedo comprometeré mi integridad. La vida y la muerte están unidas, sólo existe una porque la otra sigue; es inevitable.

—¿Y qué hay de tu señora? Ella también escapa a la muerte —preguntó Namtar con agudeza.

—Es diferente, ella tiene la misión de resguardar el lago y todo lo que conlleva; a ti sólo te interesó ganar más poder para esclavizar a la gente.

Namtar resopló; sus intentos por encolerizar al león no tenían efecto y ello le molestaba.

Tobías caminó hacia él y conjuró una soga mágica para atarlo y para prevenir que pudiera hacer hechizos. Namtar intentó alejarse y resistirse a Tobías, pero los poderes de Klimtuk lo inmovilizaron, no dejándole más opción que ceder sumisamente ante el mago.

Una vez asegurado, Tobías lo obligó a incorporarse.

—No creo que sea conveniente dejarlo con los otros prisioneros —sugirió Klimtuk.

—Yo tampoco, creo que lo mejor será encerrarlo solo en uno de los calabozos — respondió Tobías.

Los dos, forzando a Namtar a seguirlos, bajaron hasta los niveles inferiores del castillo, hasta un bloque de celdas desierto. Una vez dentro, Tobías conjuró nuevos hechizos para evitar que escapara.

—Me subestimas, mago, si piensas que eso podrá detenerme, ¿piensas que puedes dejarme aquí mucho tiempo? —dijo Namtar a disgusto —. Recuperaré mi fuerza y forjaré mi imperio nuevamente. Soy paciente, puedo esperar, dispongo de tiempo… de todo el tiempo que sea necesario para lograrlo.




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