Sé lo que todos veían en mí, lo que todos esperaban de mí. Una madre abnegada y una esposa modelo, eran los únicos títulos y etiquetas que visualizaban en mi futuro. Mientras, yo veía a una prestigiosa gestora empresarial, yo esperaba ser una de pocas universitarias y de las únicas gerentes en grandes compañías Nacionales. Con un padre que me regalaba libros a escondidas y una madre que los quemaba “accidentalmente”, crecí. Mis tardes eran debatidas y decididas sin mi voz presente, y se disputaban entre encantadoras clases extracurriculares o el dominar perfectamente el arreglo de una mesa y la limpieza de aquella gran casa. Llegar a los 30 años, ha sido mi suplicio. Desde ahí, se han multiplicado las preguntas, en las reuniones familiares, acerca de cuándo me pienso casar y tener hijos, que sus hijos son perfectos para mí y que se me está pasando el buen tiempo de ser madre. Por otro lado, se han es disminuido las conversaciones con mi madre por esas mismas razones. Sin embargo, yo siempre escucho lo que quiero, tomando las palabras de aliento y de admiración, de mi padre, amigas y jóvenes vecinas que quieren llegar más allá de las limitaciones impuestas. Todas eran, son y serán palmadas en mi espalda para continuar y no rendirme. Para seguir siendo lo que nadie más veía, para poder seguir siendo yo.
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#Mujer
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✒: Mare Durán / @mareduranv