El mar estaba tranquilo como siempre en aquella época del año y las olas mansamente llegaban a la orilla de la playa para alejarse de nuevo.
Malena estaba tumbada sobre una toalla en la arena junto a Mario. Llevaba puestas unas oscuras gafas de sol y no había pasado inadvertidas las miradas de los hombres que se posaban sobre ella cada vez que se erguía para untarse más bronceador.
Sabía a ciencia cierta que a pesar de sus treinta y cinco años seguía siendo atractiva; su cuerpo parecía casi perfecto y su bikini se ajustaba a cada una de sus curvas como una segunda piel; su cabello no era ni demasiado largo, ni demasiado corto, si no una media melena de color castaño. Era consciente del efecto que producía sobre el género opuesto; casi todos la deseaban. Excepto, claro estaba, el hombre que estaba tumbado junto a ella: su marido. Aunque sinceramente, esto era lo que menos le importaba a Malena de Mario. Llevaba demasiado tiempo junto a él para que esto le preocupase. Creía que existían otras cosas más importantes en una relación cuando la pasión de los primeros años quedaba en el pasado, como por ejemplo; crear una familia; tener complicidad entre ambos; un apoyo sentimental...En fin, todas esas cosas que se supone que surgen del amor, la convivencia, y el mat5rimonio. Pero que ella no tenía. En los diez años que llevaban casados y quince viviendo juntos, lo único que había cambiado era eso: que la pasión se había terminado, y con ella la ilusión de tener hijos y atarse más a Mario.
Las ganas de despertarse junto a él el resto de sus días también se habían ido. Aunque al principio había pensado que debía ser fascinante despertarse todos los días junto al perfecto cuerpo de ese hombre, esa ilusión , también había desaparecido. El físico de Mario que era propietario de un gimnasio, era espléndido; y esta era la única satisfacción que tenía Malena en su vida diaria. Sobre todo porque seguía siendo la envidia de sus amigas que todavía la alagaban con comentarios que relacionaban el físico espectacular de Mario, con su supuesta habilidad en la cama. Pero Malena ya estaba cansada de despertar junto a un cuerpo frío desde hacía mucho tiempo. Se dio cuenta de ello al mismo tiempo que se dio cuenta de que los coqueteos de él con las chicas nuevas del gimnasio ya no le molestaban. No obstante, y sin saber porque, quizás porque le había tomado cariño, Malena estaba en esa playa con él porque pensaba darle otra oportunidad. Una última oportunidad.
Se había planteado dejar a Mario muchas veces, pero lo cierto era que no tenía ningún motivo razonable para hacerlo. Jamás discutían porque ya no tenían nada de que hablar, ni existían discrepancias entre ellos porque a ninguno de los dos le interesaba la vida del otro. Así que, ni brotaban sentimientos, ni existían. Y lo único que la unía a Mario era nada. Y el único motivo que tenía para dejarlo era que estaba en un relación donde veía sumergirse su vida lentamente.
Mario se irguió en la toalla y miró el mar. Era casi perfecto, como la mujer que tenía a su lado. Para él Malena era la belleza, la dulzura, y el amor incondicional y absoluto. Pero no sabía a ciencia cierta que había ocurrido en su relación. Al principio se habían amado y deseado con el fuego de la pasión. Y en todos los años de convivencia, él no había dejado de moldear su cuerpo en el gimnasio con la única intención de que ella no perdiera el interés en él. Aún así, había ido notando poco a poco como la llama de la pasión se apagaba. No le había costado mucho darse cuenta del desinterés que Malena mostraba en él. Esto apresaba su vida diaria y le parecía que no era justo. Siempre había pensado que su relación no sería como la de aquellas parejas que después de muchos años de convivencia solo continuaban por inercia, o la de aquellas otras que tenían hijos con el fin de tener algo en común que las siguiera uniendo, y de paso tener algo de que hablar para no tener que hablar de sus necesidades intimas. De hecho, recordaba como Malena, al principio, se interesaba por su trabajo e incluso iba a ayudarlo muchas veces al gimnasio. Pero las conversaciones sobre esteroides, métodos de musculación, concursos de culturismo, e incluso el último chiste sobre la señora gorda que quería perder kilos, se había ido agotando a causa del poco interés que ella mostraba. Ahora las conversaciones tan solo giraban entorno a los problemas económicos causados por las instalaciones del gimnasio. Como si le echara en cara la crisis financiera por la que llevaban pasando diez años con restricciones y pagos al banco que apenas les permitían vivir con comodidad. Por eso Mario había decidido tomarse unos días al margen de su rutina diaria y había llevado a Malena a aquella playa en un último esfuerzo por salvar su relación. Y porque además necesitaba olvidar los e-mails que llevaba recibiendo durante seis meses en su correo privado.
Bajo ninguna circunstancia le quería ser infiel a Malena, pero de otra manera pensaba que si la naturaleza había dotado al hombre con la capacidad de sentir emociones, tenía que ser para que el hombre las utilizase. Y la muer que yacía a su lado, por hermosa y perfecta que fuera, había hecho que Mario dejase de sentir todas estas emociones hacía mucho tiempo. Pero alguien sin identidad, sin rostro, sin cuerpo...,sin nada excepto unas cuantas palabras enviadas a su correo, había hecho que todas estas emociones despertaran otra vez en su interior. Porque necesitaba sentirlas de nuevo, …y si no...¿Cuál era la razón de su existencia? Y por eso, aplazando todos los pagos del gimnasio, se encontraba en esa playa junto a su mujer. Pero el remedio había sido peor que la enfermedad, cada día que pasaba, cada hora, y cada minuto, Mario echaba más de menos esos e-mails. Porque los silencios y las carencias de emociones compartidas entre él y Malena se hacían cada vez más evidentes. Y allí, en esa playa, tenían demasiado tiempo libre, y ese tiempo a Mario se le hacía cada vez más insoportable, como si las varillas del reloj estuviesen pausadas a cámara lenta y las horas se hicieran interminables. Además no tenían con que compartir estas horas, ni con que llenar los minutos. Cada uno de los dos, incluso se exhibía en la playa de manera diferente. A ella le gustaba sentirse guapa y deseada, pero a él también le gustaba sentirse de esa manera, y ninguno de los dos era el objeto de deseo del otro, sino más bien de indiferencia. Y lo que era aún peor, ni siquiera querían serlo. Por eso Mario estaba deseando llegar a casa e ir al gimnasio y abrir su correo privado. Porque allí si que era objeto de deseo, allí si que sentía emociones y sentimientos. Y además, allí le esperaba la mujer sin identidad para concretar la cita con él que él mismo había ido atrasando por lealtad a Malena. Y yodos los intentos o ninguno de salvar su relación habrían fracasado en cuanto llegase al gimnasio. Era consciente de ello, pero por lo menos lo había intentado. Llevaba mucho tiempo evitando la tentación, no quería serle infiel a Malena, pero a esa alturas, que le importaba; su relación se basaba en la monotonía y el aburrimiento. Y ella por su parte, tampoco había puesto intención o ganas de que esto cambiase.