Relatos breves para noches de Insomnio

PRESAGIO

Viajaba de vuelta a casa luego de un día largo de estudio, como salía a las 6 de la tarde, el bus iba llegando al pueblo a eso de Las 7:30 pm.

Ese sábado viajaba de una vez a casa, por lo que esperé pacientemente a que se llenara por completo para así poder partir.
Casi media hora después por fin pasábamos con presura por las principales calles de la ciudad rumbo hacía mi hogar.
No estaba muy acostumbrada a viajar de noche, lo había hecho como dos veces y esa en la que estaba a punto de hacerlo. Pero resultó que me gustaba y la mayor parte del tiempo me la pasaba durmiendo.
Sin embargo ese día algo cambió.

No sé si era el extraño silencio que se instaló en el ambiente, o el hecho de que ningún otro carro a parte del nuestro se encontraba en carretera.
Ni motos siquiera.
La cuestión fue que el aire que antes me parecía agradable, esta vez se coló en mis huesos haciéndome tiritar; cerré la ventana con presura e intenté dormir como tenía acostumbrada.
Pero tampoco pude.
Sin batería en mi teléfono y seguramente un viaje largo me dispuse a mirar distraídamente por la ventana.
Extrañamente todos estaban en silencio, ni siquiera el radio estaba encendido y eso era raro, porque el conductor gustaba de rancheras a todo volumen.

Intenté desechar los malos presentimientos que se arremolinaban en mi mente y me distraje con el paisaje.
Pero la oscuridad solo alentaba a que sombras lúgubres tomaran extrañas formas. Y yo sabía por experiencia, que muchas de ellas no eran cuestión solo de la imaginación.
Pasados al menos unos 20 minutos en los que intentaba por todos los medios concentrarme en algo medianamente sano y no en todo lo que por años me ha atormentado pero he sabido superar, reconocí cuando entrabamos en medio de dos terraplenes estratégicamente estructurados, los cuales tenían como función sostener la vía de un posible hundimiento mientras al tiempo brindaban una especie de puente para los vehículos.

Ignoré la sensación de pánico arremolinándose en mi pecho (porque ¡Vamos! Siempre pasaba por este lugar) y me deslicé en la silla de tal manera que mi espalda quedó en la parte del asiento.

Infantil e incómodo dirán, pero realmente sentía algo... malo. Y fue lo único que se me ocurrió para distraerme, por el momento.

Distrayendo mi mente con una canción alegre y evitando cerrar los ojos para que imágenes no deseadas acudieran a mi mente, desvié pocos segundos la mirada a la ventana.
Error fatal, ahora que lo pienso. Pues en vez del cielo azul oscuro lo que vi, me paralizó el alma, mi cuerpo se puso en alerta, mi corazón comenzó a martillear con fuerza en mi pecho y cada poro de mi piel se erizó con evidente pánico y terror.

Lo que veía por la ventana superaba en todos los sentidos lo que en mis años de vida había presenciado.
Y era que junto a mí, justo sobre el terraplén avanzaba una sombra inmensa con una oz gigantesca. Debía tener la estatura de un hombre promedio, pero encapuchado como estaba y con la velocidad que corría, era imposible que se tratara de una persona gastando una broma de mal gusto.

Irónicamente y como si lo hubiese llamado, la sombra desvió lo que debía ser su cara en un ángulo antinatural hacía mí.
Pero dentro de la capucha, para mi sorpresa, no había nada. Y como si mi miedo le fuese agradable con la "mano" libre me pidió que guardara silencio.
Mi corazón se detuvo por unos instantes al notar los huesos cadavéricos que componían esta.

Quería gritar, quería huir lejos de allí, quería advertirle al conductor, pero solo atiné a seguir allí en esa posición incómoda mirando al ente que seguía a la par con el bus en velocidad.
Sin embargo, a los pocos segundos aumentó la velocidad y nos rebasó, rápidamente me abalancé sobre la ventana intentando seguir el avance de lo que fuese esa cosa.
Por poco me da un infarto cuando noté que se había detenido por lo menos 1 kilómetro delante nuestro y allí a un lado de la vía extendía el brazo que tenía la oz; pero lo verdaderamente escalofriante era que la hoja de esta, abarcaba la totalidad de la vía y se posicionaba en forma tal que quedaba a la altura de nuestro cuello o pecho.

Mis ojos se abrieron con sorpresa al notar que la hoja traspasó limpiamente el metal del vehículo, cortaba el cuello del conductor y continuaba su recorrido por los cuerpos de los demás pasajeros.

En vez de petrificarme como cuando lo vi por la ventana, mi cuerpo reaccionó por cuenta propia y me vi agachada en el asiento, esperando que no llegara a mí la hoja.
Grité como nunca antes lo había hecho cuando sentí un dolor inmenso a la altura de las muñecas, como si limpiamente me las hubieran cortado de tajo.

Pero no alcancé a revisar si mis suposiciones eran ciertas pues desperté gritando cómo loca y ganándome la atención de los pasajeros que venían conmigo en el bus.
El conductor encendió la luz que para comodidad de algunos apagaba, y volteó su rostro en mi dirección.
No pude gritar para avisarle sobre el inminente choque que se produciría a continuación.
Podía afirmar tres cosas:




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.