Relatos breves para noches de Insomnio

Samahín

 

Halloween es una fecha de creencias urbanas, paganismo, cristianismo, enfrentamientos entre ambos partidos y, sobre todo, supersticiones entre la gente.

A mis 21 años (los cuales rondaba en el tiempo en que esta historia se relata) mi curiosidad me había llevado a leer sobre todo tipo de cosas así fuesen solo pequeños fragmentos.

Sucedió que ese día tenía clase en la universidad. Cayendo un sábado de fin de semana, tenía suficiente bronca ya como para andar de buenas pulgas.

Sin embargo, el día en sí, me gustaba.

Me agradaba la idea de hablar con mis compañeros sobre las ideas que tenían sobre esta fecha y del mismo modo yo les compartía mis escasos conocimientos al respecto.

Pero las buenas expectativas que tenía respecto a la fecha quedaron truncadas cuando nada más bajarme del bus, un montón de creyentes encaprichados corrieron hacia mí, como si yo fuese su boleto para ir al cielo.

-Es hoy…

-Arrepiéntete…

-Cree en el verdadero Cristo y predica su…

Bla, bla, bla.

Cinco minutos.

Cinco jodidos minutos duró mi caminata hasta la universidad. Y en esos cinco minutos, recibí tanta información sobre el Halloween, que, de haberlo sabido, no hubiese investigado antes sobre el tema.

El resto de la mañana y parte de la tarde, todo transcurrió medianamente con normalidad. Mis entonces compañeros de carrera tenían la mente lo suficientemente abierta como para no dejarse lavar el cerebro por palabrerías de idólatras y a parte de una posible fiesta de disfraces (a la que yo no podría asistir) no hubo pormenores.

Me tragué la nota de los parciales… pero seguía viva. Era lo importante.

Sin embargo, las clases terminaron y con ellas venía el fulgor de correr hasta la parada de buses a tomar mi transporte a casa.

Pero como en mi vida, nunca nada es color de rosa, fuera de perder los parciales, ganarme un universo de trabajos y cargarme un hambre del demonio, lo único que quería era poner mi trasero en una de las sillas del bus y dormir todo el camino de regreso a casa.

Aunque, no sucedió de esa manera, puesto que nada más poner un pie fuera de la universidad, volví a ser presa de predicadores aficionados.

Les juro que intenté controlarme. Respiré profundo y conté hasta 100… si es posible, un poco más.

Canalicé mi ira en pensamientos productivos, como historias de muerte y perdición; posibles actividades para el resto de la semana o cualquier otra cosa que me distrajera para no comenzar a golpear a todo el mundo.

Y por increíble que parezca, parecía funcionar.

Faltaba poco, por lo menos una cuadra.

Podía ver a lo lejos el culo del bus y comencé a alargar un poco más el paso. Hasta que una mano se cernió en mi muñeca.

-Hoy es el día- dijo un tipo con voz y mirada de psicópata. Me tendió una tarjeta donde explicaba brevemente lo que correspondía a la fecha y unas cuantas estupideces más.

No se alcanzan a imaginar cuántas tarjetas de esas me habían llovido durante el día.

-¿De verdad crees que con ese estúpido papel “lo detendrás”?- yo misma me quedé sorprendida cuando esas palabras salieron de mi boca.

Generalmente no perdía el control de mí, así la situación fuese extrema.

El tipo se quedó de piedra y la tarjeta se deslizó entre sus dedos.

>> Lo sabes- continué con un deje de humor- esta es su noche. Samahín está aquí y ninguno de ustedes puede hacer nada para detenerlo- moví con brusquedad mi brazo y me zafé de su agarre sin dejar de sonreír en ningún momento.

Tras lo que me pareció una eternidad, el tipo volvió a parpadear, puesto que se había quedado petrificado.

-Tú…- retrocedió tembloroso señalándome- tú estás con él- chilló lleno de terror.

-Deberías huir, porque no es a mí a quien viene a buscar- la sonrisa en mi rostro era tan genuina y anormal que internamente un escalofrío recorrió mi cuerpo.

No tenía idea de lo que había dicho y no estaba en posición de alardear al respecto. El tipo se perdió entre la multitud huyendo despavorido y yo reanudé la marcha hacia el bus como si nada.

A partir de ese día noté que se me da bien eso de asustar a las personas y no se alcanzan a imaginar cuánto lo disfruto.

 

Estamos en Halloween. Ha pasado un año desde el suceso descrito y aunque no soy una estudiante ya, me fue imposible evitar la ruta a la universidad.

Las mismas personas reparten una vez más los panfletos sobre esta fecha y no se imaginan a quién acabo de ver.

Se aleja.

Intentaré darle alcance. Es de mala educación ignorar a los viejos amigos.

 




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