Un chillido agudo de frustración escapó de mis labios cuando intenté por enésima vez tomar con mi mano buena el dedo fracturado para poder acomodarlo.
-¡MALDICIÓN!- juré con bastante coraje ante la limitación de mis manos. Si no lo acomodaba, más tarde cuando la adrenalina de mi cuerpo se disipara por completo me dolería un montón… un montón más de lo que ya me dolía.
-¿Necesitas ayuda?- preguntó alguien levantándose desde un rincón de la celda.
Había por lo menos 8 personas en aquel lugar. Y de esas 8 el único que se ofrecía a ayudarme era el que estaba alejado del grupo. No sabía si eso era o muy bueno o muy muy malo.
Pero francamente en ese instante no me importaba si él era el asesino en serie del lugar, necesitaba acomodar mi dedo.
-Por favor- murmuré dejando que mi cabeza se apoyara contra la dura pared.
El único mesón de concreto que había en el lugar por lo visto estaba desocupado, así que cuando me dejaron en este lugar me senté allí intentando solucionar mi situación.
Las conversaciones que tenían minutos antes los reclusos se silenciaron nada más entrar. Lo cual no me molestaba, prefería no tener que armar otra escena sangrienta en defensa de mi propia vida.
-Bien, pero me deberás un favor- comentó el asesino en serie que me ofrecía su ayuda.
-Y yo como por…- mi frase se fue al carajo cuando la reemplazó un grito desgarrador.
Pero afortunadamente tras ese leve momento mi dedo dejó de doler.
-Oh mierda. Te debo la vida de ser necesario- suspiré aliviada sin atreverme a abrir los ojos.
-Vale, ven aquí- dijo sujetándome de los hombros.
Sinceramente no tenía ganas de poner resistencia, mi cuerpo estaba agotado y me habían dado muchas ganas de dormir largo y tendido.
-¿Qué haces?- pregunté cuando noté que tras hacerme caminar en cierta dirección, extendía mis brazos y los ponía sobre una superficie.
-No te duermas aún- comentó con un deje de humor. Entreabrí los ojos con recelo y me pude ver frente a un lavamanos, seguidamente pude ver la espalda de un sujeto bien formado junto a los barrotes de la entrada, uno de sus brazos buscaba algo en una de las paredes y tras varios segundos algo metálico chirreó.
Cuando el tipo metió su brazo de nuevo en la celda, pude ver un pequeño botiquín de primeros auxilios en su mano.
Y entonces pude detallarlo.
Estaba jodidamente sucio. Como si fuese uno de esos mecánicos que se la pasan bajo los autos arreglando motores, claro que este mecánico parecía sacado de una revista de modelos, por encima de su franelilla se notaba su six pack bien marcado y esos brazotes. Incluso pude apreciar mientras daba con el botiquín unas nalgotas.
Su rostro estaba igual de sucio, pero entre toda esa mugre unos ojos increíblemente verdes me miraban con algo de picardía.
-¿Terminaste de examinarme?- preguntó con ese tono de voz grueso y masculino que caracteriza a los actores de series.
-¿Hace cuanto no te duchas?- ah que bien. Mi imprudencia no conocía límites.
El tipo fornido para mi total sorpresa dejó escapar una sonora carcajada. Sin contestarme siquiera tomó mis manos entre las suyas y las puso bajo la llave, con cuidado lavó mis manos con jabón y limpió los parches de sangre que adornaban mis nudillos.
Cuando terminó me encaminó de vuelta a la placa de concreto y me sentó como si yo fuese una niña pequeña.
Luego se sentó a mis pies y tomó nuevamente mis manos entre las suyas. Creo que me embobé viéndolo curar mis heridas.
Vendó mis nudillos maltratados y raspados y fuera de eso entablilló mi dedo malherido.
-Muy bien, ahora págame el favor- comentó con voz neutra.
Hasta ese momento no había pensado en esa parte de la ayuda.
¿Qué demonios podría querer de mí?
-Eh…
Una nueva carcajada se escapó de sus labios.
-¿Qué es tan gracioso?- pregunté levemente sonrojada.
-Acabas de sonrojarte. No te voy a pedir nada indecente a menos que tu quieras.
Enarqué una ceja con escepticismo.
-Vale, vale- levantó las palmas de sus manos en un claro gesto de rendición.
-¿Qué quieres?- pregunté juntando mis cejas.
-Es sencillo. Cuéntame cómo terminaste aquí.
Bueno, eso no me pareció tan mal pago, aunque la verdad no acostumbraba a contar sobre mis ataques de sayayin.
Luego de lo que me pareció una eternidad y de sentir que prácticamente estaba hablando sola, pues el chico musculoso había decidido sacar su teléfono móvil (que por cierto no sabía que se podía tener en un sitio como este) y mirar algo al parecer bastante interesante mientras yo intentaba contar moderadamente mi conflicto como visitante.
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Editado: 01.08.2018