La fría y oscura noche que se cuela por la ventana cubre sus pecados, y a pesar de ellos Caroline no puede evitar pensar: «¡Que hermosa es la sangre de mi amor a la luz de la luna!»
La mano con el atizador de la chimenea no deja de temblar, es su cuerpo que involuntariamente reacciona al cadáver magullado y la sangre derramada. Adrenalina u horror, no lo sabe en ese momento. Tal vez no lo sabrá nunca.
El arma cae a la alfombra con un ruido sordo y pequeñas gotitas de sangre salpican su ropa ya manchada de culpa y arrepentimiento; ella misma cae de rodillas frente al cuerpo de su amado ídolo, sus brazos caen lánguidos a cada lado. Y Caroline no puede evitar pensar: «¡Que pacífica luce la faz de mi amor a la luz de la luna!»
Caroline no llora, no grita, no dice nada. De rodillas ante el frío cuerpo de su amante solo puede temblar y pensar: «¡Que hermosa es la pálida piel de mi amor a la luz de la luna!»