Su piel es vítrea y en sus ojos nadan pececillos de colores: una ilusión que refleja lo que espero y quiero contemplar, porque él (o ella, o eso) posee el cuerpo de la nada inmortal, una etérea presencia imposible de mirar.
Toma mi rostro entre sus manos (manos suaves como lo he deseado), siento su cálido aliento (tal como lo he soñado) y sus labios ardientes como el fuego graban en los míos el indeleble recuerdo de un primer beso.
Y será mío, sólo mío, el vestigio de un amor del futuro.