Estoy de pie en la ventana de la sala, y el payaso que asesina al vecino no lleva una nariz roja.
Lo sé, puede parecer algo nimio, pero mientras escucho los gritos agonizantes del vecino me pongo a pensar que si no respetamos esos pequeños detalles, ¿qué será de nuestras tradiciones?
En mis tiempos los payasos llevaban nariz roja y traje de colores, hacían buenos chistes y se lanzaban pasteles a la cara. Pero ahora sólo se ponen una peluca y cuentan chistes sin sentido en el transporte público. Salen con bates a la calle y le quiebran la cabeza a algún vagabundo descuidado, en vez de robarse niños desde las alcantarillas.
O los cortan en trozos, como el payaso que ha asesinado al vecino y que ahora camina hacia acá.
No lo sé, no quiero sonar como una vieja quejumbrosa, pero es la verdad. Se están perdiendo las buenas costumbres.