La bestia se agazapa buscando almas; almas oscuras, almas blancas. Las quiere saborear mientras te quita el aliento y te succiona vivo, devorando tus entrañas cuando aún respiras.
Arrancando tu corazón batiente y mostrándotelo. Porque no te va a dejar morir hasta que lo haya hecho centenas de veces.
Y al terminar contigo buscará otras almas; almas oscuras, almas blancas.
Los autos pasan dejando un eco de olas y el sonido en la costa se parece uno de otro, no distingo si son olas o vehículos, la curva que lo genera sigue estando ahí. Imagino a dónde irán, busco inspiración para mi próximo relato, nada fluye, tal vez lo deje por hoy, o planee un relato tenebroso, uno que dé miedo y no te deje dormir. Pienso que algún día lo voy a escribir. Me rindo, regreso a mi casa y duermo.
***
Siento que hay algo bajo mi cama. Rasca y araña el colchón. Un gemido agudo perfora el silencio de la noche. Raya el suelo y trepa por un lado de la cama, se prende a mí y me pincha. Su peso me ahoga y su olor me asfixia, respira en mi oído gorgorismos crepitantes, toma mi rostro, sus manos heladas no me dejan mover. De repente se tensa y con un grito exhala un aliento podrido.
«¡Qué bien hueles!» —dice la bestia y su baba cae sobre mi mejilla.
Cierro mis ojos y lloriqueo sin poder gritar de horror, porque mi boca no se mueve y la criatura me acorrala.
En la cama a mi lado, mi hermana menor duerme sin notarlo. Prefiero que la bestia me tome a mí antes que ser testigo del acto.
La bestia, de repente, tira de mis cobijas y emite un frío tan intenso que mi cuerpo se hiela al instante. Se tira sobre mí y clava sus dientes en mi brazo, una electrizante punzada lo recorre, continúa así por inagotables minutos, no se detiene, aumenta su fuerza y duele demasiado. Ahora una púa mayor succiona mi sangre. Histérica de horror comienzo a temblar con todo mi cuerpo; mis ojos están bien abiertos, me es imposible cerrarlos, en un segundo acerca su rostro al mío. Tiene la apariencia más fea que hubiera podido imaginar; en donde deberían estar sus ojos solo hay cuencas vacías… más bien son agujeros, piojos y cucarachas recorren su cuerpo como si de ropa se tratara. Se aparta y puedo moverme, es un alivio pasajero porque atraviesa mi pecho con su garra y arranca mi corazón. Me consume en vida y desgarra mil veces, porque me tiene en un trance repetitivo en el que mi cuerpo se vuelve a armar, y la bestia puede volver a torturar.