—¿Qué es esto? ¿Vampiros? ¡No, no puede ser! Los vampiros no existen —los vampiros se acercan a él mostrando los colmillos.
—¡Acércate! No te haremos daño, solo queremos jugar contigo —le dice sonriendo uno de ellos, lleva puesta una capa negra y una camisa blanca.
—Nooo.
El conserje de la filmoteca se hallaba atrapado en una película de vampiros. En qué momento y cómo sucedió eso, no lo sabía. «Debo haberme quedado dormido. Esto es imposible, los vampiros no son reales». Pensaba Pablo mientras corría con todas sus fuerzas a través del estacionamiento donde coches abarrotaban el lugar. Subió al techo de uno y comenzó a gritar: —¡vampiros! ¡Vampiros! ¡Corran!
Nadie le prestaba atención, porque nadie lo podía oír. Desesperado se bajó del techo del auto y comenzó a correr otra vez, cuando miró hacia atrás los vampiros ya estaban cerca. «¿Y ahora qué hago?» Se preguntó sin esperanzas.
—Ven, no temas, humano apetitoso, te devoraremos con piedad, hasta te gustará, ya verás.
De un salto, el vampiro le cortó el paso y dos más lo acorralaron por detrás, Pablo se encontraba rodeado por seres chupasangre, en otra época, y en otra dimensión, en un mundo donde los vampiros eran reales, y los humanos eran succionados hasta la saciedad.
—¡Atrás! ¡Tengo un arma! —se defendió tembloroso Pablo.
—Pfff, jajaja —se burló el que estaba frente a él.
—Ti… tie… tiene un arma. ¡Cuidado, Joaquín, tiene un arma! —le dijo el vampiro a uno de los que estaban tras Pablo.
—Jajaja, eres tan gracioso, Roko.
Pablo los observó burlarse de él mientras les apuntaba con el arma cargada.
—¿Qué es lo que hace un conserje portando un arma? No es que me meta en tus asuntos, pero me da curiosidad —dijo el vampiro Joaquín intrigado.
—Y… yo… yo la porto porque me la regalaron.
—¿Y sabes usarla? —le preguntó el vampiro Roko.
—Yo creo que no sabe —habló el vampiro Joaquín.
—Claro que sé —dijo y la sostuvo con firmeza, apuntó al vampiro que le cortaba el paso y disparó…
—Ahhhh… —se quejó el herido.
Disparó con los ojos cerrados, cuando los abrió solo veía oscuridad, o mejor dicho, no veía nada. A su alrededor carcajadas resonaban, unas se alejaban y otras se acercaban, aún tenía los brazos en la posición en la que disparó y olía la pólvora.
La bala le había perforado el pecho pero el vampiro Roko no lo notaba, se mantenía de pie y sonreía como antes.
—¿Disparaste? No creí que lo harías —lo miraba fijamente con sus ojos rojos.
Como respuesta obtuvo balbuceos.
El vampiro entonces atacó, abrió su boca y chilló. Sostuvo a Pablo de los hombros y se acercó a su cuello, clavó sus colmillos y esperó… La sangre comenzó a llegar a su lengua, la saboreó y pudo sentir el cuerpo del humano que era su presa estremecerse. Su saliva hacía su efecto, lo hipnotizaba y adormecía, dejándolo a su merced para hacerle lo que quisiera. Era su momento de aprovecharse de este testarudo y tonto humano.
Pablo sintió un pinchazo en el cuello, ardía como el aguijonazo de mil abejas, la punzada atroz de la muerte. El arma cayó de sus manos y sus brazos bajaron lentamente a un lado de su cuerpo, no era su voluntad la que era la dueña de su ser ahora.
—Va… vam… vampi… ros —fue lo último que pudo decir.