Relatos cortos

Florespierre

Catalina Florespierre es una anciana que a sus ochenta y nueve años suma un total de ocho hijos, fallecidos todos; y de treinta nietos, veinte de los cuales perecieron justo después de cumplir los veintisiete años. Catalina, alarmada por tantos funestos finales, desolada por la incompetencia de su descendencia para conservar la vida, comienza a pensar que esos destinos no pueden ser casualidad. Teme perder el patrimonio que obtuvo luego de arduos años de trabajo, piensa legar su empresa a alguien de verdadera competencia para los negocios, no a alguno de sus nietos al azar. Reflexiona en silencio: «Tal vez debí pensarlo bien antes de casarme con aquel anciano a mis veintidós… No debí engendrarle tantos hijos… es como dicen, la calidad es mejor que la cantidad. Tampoco debí asfixiarlo con una almohada.»

Catalina azota a su esclavo y se sienta aguardando a que le masajee los pies mientras continúa cuestionándose el origen de la desgracia que castiga a su descendencia. «¿Habrá sido algo que hice en mi vida pasada? ¿Me habrá maldecido alguna gitana envidiosa?» Se queja por la mala disposición del esclavo para complacerla y le golpea la mano con una vara. Se cuestiona si no hubiera sido mejor no lanzar por el barranco a su segundo marido, enseguida se convence de que no. En aquel entonces cargaba en su vientre a su sexto hijo y necesitaba sumar la herencia que ese hombre le dejaría al morir. El esclavo se desvanece inconsciente en el suelo, por agotamiento y malnutrición, y Catalina ordena que lo arrastren fuera y se lo arrojen a los cerdos, que están hambrientos desde su última comida, la que ocurrió seis días atrás, cuando una sirvienta no despertó luego de un castigo. Catalina sostiene la taza de té y eleva el dedo meñique, marcando la categoría y sencillez que la caracteriza, ella es una señora decente, perteneciente a la más alta casta y sangre. Disfruta de un sorbo de su té negro de China cuando acude a ella su… es una especie de asistente personal, ya que permanece sirviéndole las veinticuatro horas. En fin, este hombre le da la noticia.

—Su nieto Vernier Segundo acaba de tener un accidente en el trabajo…

—¿Qué trabajo? Es Tiktoker…

—Sí, pero…

—¿Cómo murió?

—No dije que hubiera muerto…

—Está muerto, lo sé, ¿qué otra noticia podrías tener trayendo esa cara mortificada?

—Estaba descalzo y usaba agua para el video… Se electrocutó.

—¡Qué retrasado! Debería dejarle mi herencia a los animales, Bonifacio…

—No me llamo Bonifacio.

—Bonifacio era mi marido. Tú eres Bonifacio si yo lo digo.

—Soy Bonifacio.

—Prepara su funeral y da el aviso a la familia. Dormiré una siesta ahora. No me molestes hasta que esté hecho. Fuera —dice Catalina ya caminando hacia su habitación.

Cinco años después, Catalina tiene dos nietos vivos. Poco a poco, todos fueron muriendo en extraños accidentes, unos tontos y otros más trágicos. Un ventilador de techo que se desprende y le parte el cráneo a una en el salón de clases. El auto inteligente que traba las puertas y ventanas dejando dentro a una nieta y asfixiándola. La más reciente fue hace un mes, la muerte de dos en un restaurante oriental luego de consumir pez globo.

—¡Bonifacio!

Él corre hacia su empleadora, los pies se le enganchan en unos hilos tensados de pared a pared, cae al suelo y se muerde la lengua, se parte un labio y se astilla un par de dientes. Catalina se frota el rostro, que lo tiene coloreado con un labial rojo, en tanto, rodando en el suelo, su asistente se sostiene la boca mientras la sangre le moja las manos, traga sangre y también las esquirlas de los dientes, que rozan su garganta y esófago.

—¡Bonifacio! Hazme esta tarea, debe ser rápido.

—Pero, señora, me duele. ¿Quién colocó esos hilos ahí? ¿Fue usted otra vez?

—¡No! ¿Qué dices? No fui yo.

—Señora, ¡yo no puedo más! ¡Renuncio! Este trato no está bien…

—¿Renuncias, dices? —El asistente traga otra bocanada de sangre y se levanta del suelo. Su ceño se frunce y su voz se vuelve aguda. Parece que va a llorar. Su cara se contorsiona en diferentes gestos— Ahh, ¿ya piensas mejor las cosas, no, Bonifacio? ¿Quién mantendrá a tus hijos si dejas este trabajo? ¿Quién pagará la cuota de su colegio? ¿Ehhh?

El hombre cae de rodillas y besa los zapatos de su ama, pero ella se levanta: —¿Qué tarea necesita que le haga?

—Avisa al helicóptero, veré al abogado antes de que muera otro… me quedan dos nietos… si muere uno, estoy segura de que el último querrá tener la herencia para sí… Pienso firmar el nuevo testamento y dejarle todo a los gatos, ningún nieto mío vale toda mi fortuna. No les dejaré nada.

—No hará eso, vieja ruinosa. Quedo yo —dice el asistente, que tira a la anciana de nuevo en su asiento y la sostiene de la garganta.

Un hombre joven entra y los observa con una sonrisa graciosa: —Abuela mía —dice y mira al que asfixia a su abuela—. Solo quedamos nosotros.

Finalmente, después de años de esclavismo servicial, el asistente de Catalina se alía con el heredero para acabarla y le dice las últimas palabras que ella oirá: —Bonifacio era mi hermano —Y estruja la tráquea de la anciana.



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En el texto hay: terror, relatos cortos, amor desamor

Editado: 15.04.2024

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