Cuenta la leyenda que un atardecer, dos miradas se cruzaron. Una indígena llamada Huilen y un hombre blanco llamado Aldair. Enamorándose de inmediato, como el rayo en una noche de tormenta, así retumbó en sus corazones. Todo lo demás dejo de existir, solo ese ruido ensordecedor del amor. Aldair cayó de rodillas, su sangre brotaba de su hombro, con violencia.
Huilen, al principio amago acercarse, pero retrocedió de inmediato con miedo y desconfianza. No sabía si el hombre blanco le tendería una trampa. Había escuchado relatos en su tribu, de lo que eran capaces esos hombres extraños. Los separaba el río. Tuvo el anhelo de ir hasta él y ayudarle. No entendía ese comportamiento en ella ¿por qué se despertó ese sentimiento en su interior?
Ella sabía que jamás podía atravesar el rio sagrado de su tribu. Llamar a los dioses del elemento agua, sin ningún motivo; desataba una maldición. Pero al darse cuenta que el hombre blanco se desangraba, sé percató que no fingía, ni quería hacerle daño. Sin dudarlo y con su mente nublada. Se adentró al río exasperada, llegando inmediatamente al cuerpo casi inerte, tendido en la tierra.
Al llegar a él, observo sus ojos negros como el azabache, apenas entreabiertos. Sus pupilas pequeñas y su rostro sin expresión, como si se le estaría desvaneciendo la vida, en su mirada ausente.
Aldair sonrió y prácticamente sin fuerzas rozó la mejilla de Huilen. Aliviado y en paz, dejó caer su cabeza a un costado, sobre los brazos de ella. Huilen tocó el pecho de Aldair y no latía. Sin dudarlo, realizó un cuenco con sus manos y robo un poco de agua sagrada. Invocando palabras en su lengua nativa y prometiendo que si lo atraía a la vida, jamás volvería a tocarlo. Una vez realizada la súplica, deslizó el agua en su herida.
El hombre blanco despertó y la observo perplejo. Las primeras palabras que brotaron de sus labios fueron: "gracias por regresarme a la vida, pero si lo último que veía era tu rostro, moría feliz". Lentamente se incorporó a unos centímetros de ella y beso sus labios. Ese beso los selló en una sola alma. Los dos en ese mismo instante, saborearon el verdadero amor. Huilen corrió con decepción al otro lado del río, alejándose y abandonando a ese magnífico hombre. Aldair al notar su reacción, se sintió confundido. Quiso inmediatamente llegar a ella. Al introducir sus pies al río. Automáticamente la herida se agrietó y comenzó a sangrar con intensidad. Huilen le rogó desesperada que no toque el agua sagrada y con voz apagada y amarga, le explicó su promesa.
Con dolor, casi a rastras abandonó el río y su piel regresó a la normalidad. La herida se evaporó por completo. Aldair le prometió que hallaría el modo de poder estar con ella, de besarla y que nunca se apartaría.
Luego de ese acontecimiento; día tras día se refugiaban ante la esencia del otro, alejados por ese inmenso río. Hechizados de amor uno por el otro, con la condición que Aldair, en absoluto, traspasará el agua sagrada.
Huilen en su mente estaba segura de dos cosas. Una, que las promesas no se rompían y otra que Aldair, jamás llegaría vivo si se le ocurría pasar las agua sagradas y ella tampoco viviría si trataría de intentarlo, si osaba romper su invocación él moriría. Escuchaba cada día las ideas que él le proclamaba, las aventuras y los planes para poder estar juntos y contemplarse en el amor eterno.
Al llegar el atardecer, él se marchaba a su aldea y ella quedaba sola en la penumbra de la soledad, entre sollozos y suspiros por su amor perdido, por su amor imposible. Sus planes juntos, no podían llevarse a cabo, pero ante la proyección de compartir una vida en comunión, de relatos y escucharlo de los labios de su gran amor. Un sueño imposible que manifestaba Aldair en cada encuentro. Huilen, mentía al asentir a cada proyecto proclamado.
Todos los días repetían la misma escena. Contemplaban el atardecer, Aldair le deslizaba hojas, flores. El llevaba siempre consigo, una piedra de color blanca; la encontró en una de sus expediciones y un chamán le predijo que traería al amor de su vida. A una mujer sabía y pura, porqué el blanco reflejaba esos sentimientos. Se la arrojó suavemente a Huilen, decretando en el simbolismo, que le entregaba su corazón. Ella emocionada, la aferró con ambas manos, y sus lágrimas caían sin cesar. Su felicidad era completa con solo mirarse, sin tocarse.
Huilen al sujetar la piedra, pensó que no era vida continuar con la mentira. No era justo para Aldair, aferrarse a un amor sin sentido, sin poder tocarlo, abrazarlo o besarlo.
Los dos se quedaron mirando sin decir palabra. Ella sintió que él, pensaba lo mismo que ella.
Algunos días transcurrían tristes, se contemplaban en silencio y cada uno se marchaba a su realidad amarga y el atardecer se evaporaba. Se destinaban a sus dos mundos distintos, ya que ellos no podían compartir el mismo. Separándolos, el gran río sagrado.
Transcurrieron los años y ninguno se resignaba a estar sin el otro. Pero sabían que en algún momento, tendrían que decir adiós. El solo hecho de que esa imagen aparezca, no lo soportaban. No lo toleraban. Ni pronunciarlo en voz alta, solo eran pensamientos oscuros, que se suprimían con solo una mirada.
Una mañana Huilen diálogo con su "Tata", el gran sabio de la tribu. Le contó lo que ocultaba en su corazón. Su abuelo la abrazó y le dijo en tono paternal.
"Mi niña Huilen, siempre supe de tus escapadas al río sagrado. Tus largas ausencias y tus regresos en el ocaso. Tu compañía, es ese jovencito blanco. Pero en tu corazón, al prometer devolverle la vida, sabías que no podías estar a su lado. Ahora es momento de dejarlo marchar, no debes atormentarlo a una vida de sufrimiento. Si lo amas tienes que dejarlo ir. Sé que en tu alma reinarà el amor, y no el egoísmo, de amarrarlo a un amor que no tiene porvenir".
Huilen ese atardecer no regresó al río sagrado, ni al siguiente, ni al siguiente.