Rodrigo prácticamente tumbado en el sillón. Se encontraba solo en su casa. Un rostro apareció en su mente, que hace muchos años no se acordaba. Cerró sus ojos y colocó las manos en modo de rezo. Recordó su sonrisa pícara, sus ojos celestes como el mar, los hoyuelos que se formaban a los costados de sus labios, al sentir vergüenza. Su cabello negro y lacio, su perfecto perfil. Pensó ¿qué ganaba con recordarla? Tantos años pasaron, tantos recuerdos que sometió en un cajón de su mente. No la recordaba tan seguido. Siempre, luchaba contra ese sentimiento, pero si cerraba los ojos, la contemplaba como si estaría al lado de él. Inhalo y al exhalar sintió su perfume, especialmente el perfume único de su piel. Lo más triste de todo, es como ella lo había borrado con tanta facilidad. El mendigaba un beso en sus sueños o recuerdos, no podía mentirse, hasta el día de hoy. Luego de prometer esa tarde, que no llorarían. En sus ojos ese día lo vio, sus labios ya no le pertenecían y su relación terminaba, ese día se le cerró la vida. Los muros que armó con ella, se derrumbaron por completo. El dolor era tan grande, tan profundo, que noches enteras en vela, la imaginaba y ella lo rescataba de esa agonía. La lloro tanto, la amo tanto, que nunca aceptó la infidelidad. Ella como si tuviera amnesia, lo dejo, lo abandonó en esa tarde de otoño. Fue un balde de agua fría. Le cambió la vida por completo y la culpa por no cuidarla lo suficiente lo consumió. De ser un hombre enamorado, pasó convertirse en un despojo humano. A su mujer la quería con locura, pero no podía amarla, jamás pudo volver amar, su corazón frío y roto, nunca pudo sentir amor por otra mujer. Solo había amado a ella, a ese recuerdo latente que no lograba borrar. Su mirada fresca, su rostro perfecto. Las risas, los abrazos, los besos, como entrañaba tocar su piel. Rozar sus mejillas, correrle el cabello y susurrarle al oído "te amo". Transcurrieron quince años de esa tarde de otoño. Abrió sus ojos agotados. El otoño la peor época del año, los recuerdos dolorosos abrían camino a su presente. Se levantó del sillón, se colocó el saco y salió a caminar por la ciudad. Ella era su sueño imposible. En su subconsciente, todos los otoños la buscaba por las calles. O si veía a una muchacha parecida, sus ojos se llenaban de lágrimas. Recorría los lugares en los que sus ratos eran sagrados y llegó como todos los años al mismo lugar… la plaza en la que tanto bromeaban. Se sentó en una hamaca y la meció despacio, el cielo despejado, en un hermoso día de otoño. No podía mentirse, en el fondo de su corazón, la esperaba. Se quedó en silencio, mirando fijo el suelo de tierra. En estado autónomo y sintió una caricia. Boca abierto, le tembló el cuerpo, la reconoció en seguida. Los músculos se tensaron y el corazón se le aceleró, quería besarla, abrazarla con desesperación. Ella sonrió y se formaron esos hoyuelos que el tanto imagino por años. Por un momento, la respiración se le dificulto. Pensó que era un sueño, que era una mujer que no era Diana. Estaba igual que hace quince años, cambió solo la forma de vestirse, muy elegante. La brisa soplo y el perfume invadió sus fosas nasales, si era ella. Quería decirle tantas cosas, pero no podía articular palabra.
- Hola Rodrigo -le hablo con una dulzura que le congelo el alma-
Trato de contenerse, de disimular. No quería mostrar debilidad. Tendría que recomponerse, luego de semejante impresión.
- ¿Estás bien? - ella preguntó y sonrió con vergüenza- parece que viste un fantasma.
Su voz sonó como una melodía, si, ella estaba a su lado. En su lugar de siempre, en un lugar de tantos recuerdos.
- Hola- de sus labios, la única palabra que pudo modular-
Ella comenzó hamacarse, con tanta naturalidad. Como si ellos jamás se hubieran separados. El sol reflejo su perfil, parecía un ángel, recién llegado del cielo.
- Si , siento que estoy viendo un fantasma de mi pasado- le replico él y desvió su mirada, para que ella no vea sus ojos llenos de lágrimas y trato de mantener la compostura-
Ella de golpe dejo de hamacarse. Se acercó a Rodrigo, y se arrodillo frente a él. Lo tomo por el rostro y toco sus mejillas, con tal suavidad que el sintió una puntada en el pecho y apretó su mandíbula, y las lágrimas rodaron sin contención. Ella sin dejar de observar, las limpio.
- Por favor, no me toques- la alejo despacio- no se… como sentirme. Actúas con normalidad, pasaron quince años Diana- se cortó su voz al pronunciar su nombre-
- Rodrigo para mi ese tiempo no paso , porque te tengo en mi vida todos los días, nunca pude olvidarte- ella se acercó aún más y apoyó su mano en la mejilla de él-
El cerró sus ojos y contuvo las lágrimas. Rodrigo beso su mano. Y la abrazo con tristeza, lo peor que a unos centímetros, noto que mendigaba su beso, igual que en sus sueños. Que quería besar sus labios. Sintió pena por él y se apartó con brusquedad.
- ¡Si pasaron quince años! - la cabeza comenzó arderle y mantuvo la distancia- ¿Qué haces aquí?-preguntó indignado-
- Hoy me anime a acercarme, siempre venís a esta plaza hace tantos años. La primera vez que te vi, no podía creerlo, y yo de lejos te observaba. Con miedo a tu reacción, nunca me acerque. Por cobarde, por estúpida no pude nunca hablarte.
Rodrigo ante la confesión de Diana. Su mente se nublo, quiso gritarle, abrazarla con tanta fuerza, besarla. Sus sentimientos encontrados, no le permitían accionar.
- ¿Justamente ahora te apareces como si nada ocurrió? ¿Por qué te acercaste?
Si la besaba, su vida cambiaria en un segundo. Tiraría toda su vida por la borda, por regresar con ella. Él no la entendía, ni cambiaría su destino.
- Perdóname, tendría que haber actuado como todos estos años, manteniendo la distancia.
- No sé cómo queres que reaccione y no sé qué queres que diga- casi en un hilo de voz-