Relatos Cortos

"El Druida"

El druida, caminaba por un sendero de tierra y piedras preciosas, marcando bien el destino al que se dirigía, para poder llegar al gran bosque santificado. Necesitaba acomodar sus pensamientos, sus emociones y sentimientos. Dudaba de una existencia a la cual, no percibía, y desconocía. Se adentró al extenso bosque y llegó a la piedra más alta, con cuatro nombres tallados en dorado que conocía muy bien. Sus ancestros relatan en leyendas, que eran las musas y diosas de los cuatro elementos. Al el lugar sagrado, lo envolvían cuatro árboles colosales y majestuosos "las cuatro copas", como solía llamarse a ese lugar de reposo, donde los aldeanos dejaban sus ofrendas, ritos y plegarias. Se arrodilló y como techo que lo abrigaba, el anochecer lo envolvía. Inhalo y exhalo, simultáneas veces, como de pequeño le enseñaron. Defraudado nuevamente, no sintió nada en su corazón delante de la piedra sagrada, tantas veces le oro a la madre naturaleza, a las diosas de los cuatro elementos, a su edad se cansó de no hallar las respuestas o ayuda que solicitaba. Los pensamientos fluían apresuradamente, en malestares mundanos y efímeros. Y de la nada, su mente se centró en preguntas concretas y que esas preguntas, culpables y causantes de que no contraiga paz y preguntó en voz alta ¿cómo puedo creer en algo que no puedo ver? El silencio reino. No podía tener la emoción de creer, de que algún día, el miedo lo abandonaría y preguntó en voz alta ¿Cómo puedo pedirle a algo que no se si existe? El silencio reino. Su sentimiento de que nunca lo dejaría la duda y el malestar de que poco a poco, perdía el sentido a su propia vida y preguntó en voz alta ¿Cómo puedo sentir a algo que le regalo mis plegarias y no me escucha? El silencio reino. La angustia de que su vocación se esfumara y preguntó muy acongojado y abatido en voz alta ¿Cómo puedo ayudar a los demás, si yo no puedo ayudarme a mí mismo? El druida sabía que nadie contestaría sus preguntas, como siempre ocurría, hablando el mismo con su propia mente.

Las cuatro copas se mecieron con rigor y cuatro hermosas jóvenes aparecieron. Al principio sintió temor. Ellas le proporcionaron una reverencia e inmediatamente al notar la presencia de las jóvenes muchachas, lo inundó una paz inexplicable, que en la vida había sentido y experimentado. Las cuatro mantuvieron su distancia, una al lado de otra. La muchacha de extensos cabellos ondulados y de color dorados, como él trigal. Poseía en su cabeza una tiara con forma de flores. Mientras caminaba en dirección a él, las largas vestimentas blancas, brillaban y sus rasgos faciales de porcelana, destellaban un brillo glorificó. Se detuvo y tocó la piedra sagrada.

- Druida, bienvenido y por favor dime que lees aquí - ella indicó el primer nombre tallado-

- Anistea- salió la palabra automáticamente de la boca del druida-

- ¿Sabes quién soy? - ella preguntó con una mirada tierna-

- Sí - dijo él, asombrado y confuso- la diosa del elemento Tierra.

Anistea abandonó la piedra y se sentó frente al druida. Él no podía dejar de examinarla, por su belleza de rasgos delicados y la paz que le transmitía. Ella tomó sus manos, y el druida las apartó espantado, ella rió e intentó reiteradamente y el druida le permitió el contacto. Al tomar la mano del druida, la coloco en su pecho. Y la otra mano con delicadeza la colocó en la tierra.

- Ahora, quiero que me realices la primera pregunta, que en tu mente rondaba.

El sin miramientos obedeció.

- ¿Cómo puedo creer en algo que no puedo ver?

- Muy bien - lo felicito por su valor y luego de unos instantes decretó- cierra tus ojos- el druida acató la orden-con la mano que coloque en tu pecho, quiero que sientas los latidos de tu corazón- le permitió unos instantes- ¿lo sientes?

- Sí- afirmó casi en hilo de voz sereno-

- Quiero, que con la mano que deposite en la tierra, sientas con el alma, con tu interior a la madre tierra. Y dime que es lo que sientes.

Luego de un periodo de tiempo, el druida le confesó.

- Siento mis latidos conectados a la tierra, es como si fueran uno solo, al unísono la vibración de ambos.

- ¿Qué es lo que te trasmite?- ella casi en un susurro le preguntó-

- Me trasmite paz- dijo el druida, enternecido ante ese sentimiento-

- Entonces, ahora yo te realizo una simple pregunta ¿cómo es que crees que te transmite paz, algo que no puedes ver?

El druida no supo contestar.

Te lo diré, a tu corazón no lo ves, pero lo sientes y sabes es que un musculo que marca tus latidos e indica que estas vivo. Pero el corazón es el que siente, el que transmuta las emociones, no puedes verle pero está ahí, dentro de tu cuerpo. Si posees buenos sentimientos, siempre tendrás paz. Y la tierra al cerrar tus ojos, ella te indico que al sentirla, al percibir, siempre serán uno solo, en unión. Y que ella te guiará en momentos que no entiendes lo que tu mente duda. Por supuesto, si estás predispuesto a sanar, ella alejara esa angustia que tanto corrompe tu mente. Con tus ojos cerrados no vislumbraste la tierra, pero la sentiste con tu corazón. Nunca dejes de creer, y siempre ve con los ojos del alma, porque los ojos mortales son engañosos y los ojos del espíritu te revelan siempre la verdad.

Anistea, rozó la mejilla del druida, le dedicó una gran sonrisa y se alejó a su posición donde anteriormente se encontraba. Se acercó la segunda muchacha, con una diana en su cabeza, con símbolos pequeños de llamas, de largos cabellos abultados color rojo, como el fuego y sus vestimentas grises, de rasgos delicados, que destellaban titilando trocitos de luz blanca. Se detuvo en la piedra sagrada.

- Druida, bienvenido y por favor dime que lees aquí - ella indicó el segundo nombre tallado-

- Demistea- afirmó esta vez más seguro de lo que contemplaba-

- ¿Sabes quién soy? - Demistea preguntó con voz dócil y cortes-

- La diosa del elemento Fuego- dijo el druida-




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