Cerré mis ojos y suspire dispersa. Al abrirlos, una pequeña se hallaba frente a mí. Me reí y lleve las manos a mi cabeza, estaba alucinando. Mi yo pequeña, me miraba con esos ojos pícaros, que reconocía muy bien.
Ella me preguntó:
"¿Por qué suspiras resignada y abatida?"
Y le respondí:
"¿Cómo no suspirar resignada? La persona en que nos convertimos, con una enfermedad acuesta, no imagine a tu edad, un futuro como mi actual presente. La tristeza me invade, y es un dolor que no superó"
Ella meneó su cabeza en desaprobación y tomó mis manos. A ese tacto, luego de incontable tiempo me sentí segura, llena de paz y armonía. Y con voz dulce me relató
"Yo estoy muy orgullosa en quien me convertí, una persona que a pesar de las adversidades de la enfermedad, jamás bajo los brazos, a pesar de llorar noches enteras preguntando ¿por qué? A la mañana siguiente, se levantaba con una sonrisa y bromeaba. Que en cada consulta, tenga la fuerza y supere el miedo de pasar por la puerta de un nuevo neurólogo, con la esperanza que te ayude. Y no te quejes, porque nos convertimos en una mejor persona, gracias a la enfermedad. Valoramos momentos, fracciones de segundos que no todos pueden apreciar. En este presente estamos bien , mejoramos y nuestra alma se transformó en un ser mejor, no lo tomes como una lucha, acéptala, agradece apenas abras los ojos un día más de vida y agradece la gente que se quedó a tu lado"
Me guiñó un ojo y desperté sobresaltada. Me dirigí a la puerta de entrada, salí al patio. Observe al sol como nunca antes, lo valore en su eterno resplandor y agradecí un día más de vida, respire el aire puro y valoré aún con más intensidad los pequeños momentos. El reflejo de esa niña interna, que perdí por muchos años, renació para comprender que en la vida, todos somos guerreros y luchadores. Entendí que aceptando nuestras propias cruces, dejamos volar el dolor, para convertirlo en amor.