Era medianoche en Navidad. Todo era risas y alegría, juegos y bromas.
Hasta que el pueblo se fundió en un perturbador silencio. Y de la nada empezó a llover.
Un grito desgarrador irrumpió el silencio, de manera violenta.
—¡¿Qué has hecho?! —se oyó un grito, en la penumbra de la noche.
Laurie sintió en sus manos un líquido espeso y caliente, que emanaba un olor metálico.
Era sangre.
A unos metros de ella se encontraba el cuerpo de su pareja, con un cuchillo clavado en su pecho y rostro. La sangre rodeaba su cuerpo y su rostro conservaba aquella expresión pura de terror.
Sonrió, no pudo haber hecho un mejor trabajo.
—¿¡Qué haces, Laurie!? ¡deja ese maldito cuchillo! —gritó atemorizado, mientras retrocedía.
—Vas a pagar por todo lo que has hecho —sonrió—¡Y me voy a divertir demasiado!
Empezó a reír a carcajadas como una desquiciada.
—¡Estás loca! Llamaré a la policía —dijo, metiendo la mano dentro de su pantalón, buscando su celular.
Frunció el ceño al no conseguirlo, parecía confundido.
—¿Buscabas esto? -mostró su teléfono. Una sonrisa juguetona bailó en los labios de Laurie.
—¿De dónde sacaste eso?
Se encogió de hombros :—No sé, dímelo tú.
Luego buscó algo en su teléfono y después se le enseñó a él. Eran fotografías y vídeos del joven violando a niñas.
—¿Creíste que no me enteraría? —jugueteó con el cuchillo entre sus dedos—. Estás enfermo, Alan.
Esta vez, el chico si parecía estar realmente asustado de la chica. Ver como en sus ojos brillaba un tinte asesino e intimidante, lo asustó muchísimo.
Laurie empezó a acercarse a él a pasos lentos.
—Mereces morir como la escoria que eres, suplicando por tu vida —bramó con odio. Y sin más, le clavó un cuchillo en su rostro.
El grito no se hizo esperar, y la sangre empezó a salir de la herida.
Y luego le clavó otro cuchillo en el pecho, riendo a carcajadas, lo desencajó de su pecho y volvió a enterrarlo...
No pudo haberse divertido más, era excitante ver como la vida del chico se escapaba de sus ojos, ver como se desvanecía y moría, ¡no existía mejor experiencia que matar!
—¡Respóndeme, Laurie! ¿por qué lo hiciste? —la desesperación era notable en la voz de la chica. Su rostro estaba surcado de lágrimas, y parecía haber vomitado, ya que despedía un olor terrible.
—¿Qué quieres que te responda? ¿qué si me arrepiento de haberlo matado? Pues no, la respuesta es no —dijo, con indiferencia.
—¡Estas enferma!
Sonrió cínica.
Un destello de locura brilló en los ojos de Laurie. De manera súbita empezó a reír a carcajadas.
—¡Lo he matado! ¡pobre escoria inmunda!
Manchó su cara con la sangre de sus manos. La joven veía a Laurie con horror, aún no podía creer que había matado a su hermano. No lo aguanto más y salió corriendo, asustada.
—¡Lo he matado! ¡lo he matado!
Carcajadas,
Más carcajadas,
Y más carcajadas.
y ahí acabó con la poca cordura que le quedaba.