Estaba en mi asiento, el salón de clases era un lugar aburrido, nadie parecía ser tu amigo realmente. Sólo se acercaban a mí cuando necesitaban pasar alguna materia.
Me fui alejando poco a poco de la gente, esas personas amables se volvieron un tormento diario.
Mi asiento era el último, me quedé sola...
—Me puedo sentar a tu lado —voz que me hizo sentir paz.
—Adelante —dije sin siquiera volver a mirar.
—Tienes un lindo cabello —solo escuchar esa voz resultaba tranquilizante.
Poco a poco iba olvidando toda la soledad que llegué a sentir y una sonrisa se dibujaba en mi rostro.
Cuando lo miré, ojos azules, tez blanca y unos pequeños hoyuelos en su mejilla, me sonreía como si fuera su amiga de toda la vida, mientras mi corazón se descongelaba y comenzaba a latir enrojeciendo mis mejillas.