Mi casa quedaba cerca de un bosque, había cercas alrededor para evitar que algún animal entrara a la casa, todas las noches se escuchaba a un lobo aullar, y sin faltar cada mañana se acercaba a la casa y dejaba frutas o flores.
Una vez arriesgándome me acerqué a él y toqué su cabeza, él se quedó quieto, me lamió y salió corriendo, desde ese día cada que llegaba lo acariciaba y el se iba.
Una mañana un ciervo se acercó a casa, estuvo un tiempo cerca y cuando era casi el anochecer, decidí acercarme pero se asustó y se lastimó con la cerca, se dirigió apresurado hacia el bosque y yo salí corriendo tras él, me adentré al bosque y vi a un hombre, me escondí la luna estaba empezando a salir.
Algo le pasaba, parecía sentir dolor, salí de mi escondite y cuando me iba a acercar, se abalanzó sobre el ciervo y su cuerpo cambió.
Sus afiladas garras y dientes desgarraban la carne sin piedad, de la cual salían borbotones de sangre.
Mis pies sin poder moverse y mi voz que no podía salir, con esfuerzo retrocedí pero la criatura alcanzó a oírme.
Me miró y se abalanzó sobre mí, cuando estaba a punto de morderme se detuvo, retrocedió y se perdió en el oscuro bosque con un aullido que resonó en mis oídos.
Minutos después salí corriendo a casa.
Sabía que se trataba de aquel lobo que cada mañana visitaba la casa.
A la mañana siguiente esperaba verlo pero no apareció, pasaron años y no lo volví a ver aunque me adentraba al bosque, ese recuerdo quedó en mi memoria con las dudas que surgían.