ELLA
El camino es el mismo de siempre, entrar, subir las escaleras, escuchar llantos y lamentos.
Nadie me veía. Pero yo los veía a ellos; sus almas y cuándo iban a morir.
Yo soy la misma muerte.
Ella se ve preciosa, vestida de blanco, con su cabello rubio brillando, cubría la sala de luminosidad y positivismo. En cambio yo, arrastro conmigo llanto, desespero y cargas negativas.
Éramos lo opuesto; la vida y la muerte.
Esta vez se trataba de un hombre conectado en terapia intensiva en hospital, grave. Sin nadie al rededor. Solo.
Veo cómo ella se apaga.
Ella sufría siempre que yo llegaba, en tanto yo me llenaba de energía cuando salía de acá. Sus ojos apagados daban cuenta de otra vida que se estaba acabando.
—Aún no es hora. Su hijo no llega todavía — Intenta explicarme ella, con esa voz que tiene tan sutil y tierna.
—La muerte no espera, amor mío. Si en la vida no amaste a tu persona, no hay porque esperar la muerte para amar.
—Quizá no tenía tiempo, quizá…
—Ya no hay un quizá, amor. Es su hora.
Ella asiente y mi mano toca su rostro, una caricia tan suave como ella. Nuestras caras se acercan y sus labios rozan los míos de manera lenta, saboreando nuestras bocas. Su cuerpo tiritando, en tanto el mío se llena de energía. Algo inexplicable, una sensación única. Sabíamos que éramos el uno para el otro solo en este momento, donde la muerte y la vida se unían. La agonía se acababa con la llegada del descanso eterno.
Más allá de mí no hay nada, no hay cielo, no hay infierno.
Después de mi todo es oscuridad.
No hay buenos.
No hay malos.
Nadie paga sus pecados, pues rezar sólo alivia el alma del vivo.
Ya no sientes, no escuchas, no sabes qué hay a tu alrededor.
La muerte es pacifica y solitaria, por eso a muchos les susurro al oído que vengan conmigo. Les cuento lo que hay y toman su decisión. Unos eligen quedarse con mi mujer, algunos otros venir conmigo, depende de su perspectiva.
Cuando el cuerpo yace tieso en la camilla y la maquina pita como si no hubiera un mañana, sé que es hora de separarme de mi mujer.
Vida y muerte están destinados amarse, pero pasarlo solos .
ELLA era alegría y felicidad.
Yo era tormento y dolor.
Ambos somos necesarios.
La felicidad es momentánea, para sentir esa felicidad hay que sentir el dolor y viceversa.
Por eso es simple y fácil entender que la vida ama a la muerte aunque son opuestos y en parte lo mismo.
Ciclos, al fin y al cabo.
Sólo momentos.