—Creo que ya es hora de contarte esta historia —la abuela señaló el taburete frente a ella—. Por favor, siéntate y trata de prestar la máxima atención posible —el tono de su voz cambió ligeramente, más pausado, más serio—. Lo que voy a decir ahora no es una leyenda cualquiera, es el relato que ha acompañado a nuestro pueblo desde sus inicios. Ha pasado de generación en generación con el objetivo de que no quede como palabras dichas en vano, con la esperanza de poder descubrir que no es solo una leyenda, sino que fue una realidad...
Desde aquel día, las palabras que habían salido de la boca de mi abuela se clavaron como puñales en mi mente. Año tras año, la misma historia me perseguía. "¿Cómo que 'poder descubrir que fue una realidad'?" Todavía recuerdo lo que me pregunté al escuchar eso. Y siendo solo un niño, decidí qué quería hacer con mi vida: quería ser yo quien descubriera que esos hechos habían ocurrido. Yo. Nadie más. Cueste lo que cueste.
—¿Sabías que para levantar nuestro pueblo tal como lo conocemos ahora, fue necesaria una rosa? La llaman la rosa de la eternidad.
Bajé la cabeza ante lo que había dicho la abuela.
—La rosa de la eternidad... —susurré. Cada vez tenía más dudas, mi cerebro nunca había ido tan rápido. De repente, levanté la mirada y hablé de manera inconsciente—. ¿Por qué 'de la eternidad'?
Ella, satisfecha con mi pregunta, sonrió.
—Eso te lo explicaré más adelante. Pocas veces es bueno empezar las historias por el final.
Este fue el inicio de mi necesidad de encontrarla, de encontrar aquella rosa. Y a medida que avanzaba la leyenda, se intensificaba más.
—Hace muchos y muchos años, el pueblo y las personas que vivían en él presenciaron una serie de eventos devastadores que arrancaron las vidas que allí se habían formado sin previo aviso, como flores arrancadas de raíz —la abuela esperó unos segundos antes de continuar. Yo le dedicaba total atención—. Grandes y densas nubes grises aparecieron de repente eliminando los rayos de sol que antes iluminaban sus días... La población no tardó en alarmarse, pero una imparable tormenta pronto llegaría, sin dejarles ni siquiera respirar. No pudieron hacer más que observar por la ventana y rezar para que aquello se detuviera.
—Pero no pasó —la interrumpí.
Ella asintió con una mirada tierna, la que siempre me dedicaba, pero esta vez, con un rastro de tristeza añadida.
—No pasó. El río se desbordó. Vieron cómo todo por lo que se habían dejado el alma se hundía. Algunas casas cayeron y con ellas, familias enteras —vi cómo suspiraba y cerraba los ojos momentáneamente. Yo me imaginaba la escena, la veía. Y, entonces, entendía su necesidad de tomarse esos segundos—. No pudieron salir durante semanas. Cada vez menos comida, más hambre. Más de la mitad de la población no logró sobrevivir y una gran parte de los que sí lo hicieron habían perdido la esperanza y se marcharon a otros lugares. Quedaron poco más de dos docenas de habitantes. Estos lucharon con la poca fuerza que les quedaba para intentar erigir de nuevo lo que la tormenta se había llevado, para intentar devolver al pueblo esa esencia que lo caracterizaba y que ellos tanto habían amado.
Había una pregunta que no se me iba de la mente y no la oculté:
—Pero, ¿tenían suficientes condiciones para sobrevivir después de lo que había pasado?
—No —negó con la cabeza—. No las tenían. Cada día abandonaban más habitantes, algunos no por voluntad propia. Pero uno de ellos, de los que aún resistían, se dio cuenta de una extrañeza que había aparecido a su alrededor: una rosa había comenzado a florecer —pasó a hablar con una sonrisa—. Fue más que una rosa. Les dio lo que les faltaba para mantenerse y continuar con el propósito que tenían. Fue la muestra física que les indicaba que allí sí había vida y, por eso, la cuidaron, la hicieron crecer al mismo tiempo que reconstruían el pueblo. Tardaron años, casi décadas, pero lo lograron. Los cimientos que se habían debilitado volvieron a fortalecerse, las casas que habían sido destrozadas volvieron a parecer acogedoras, aunque ya no pertenecían a nadie, y de nuevo, las calles invitaban a pasear por ellas. Los colores grises, que todos creían que ganarían la batalla, la perdieron.
Hubo unos segundos de silencio.
—¿Y la rosa? ¿Por qué 'de la eternidad'? —volví a preguntar.
—La rosa seguía intacta, luciendo más que nunca. Se dice que les entregó vida eterna para que pudieran levantar todo una vez más. Si no, no habrían sobrevivido, era imposible.
—Se quedaron aquí, ¿no?
—Se fueron —la miré con incredulidad—. No podían quedarse porque les recordaba a todas las personas que no habían podido sobrevivir, personas que ellos conocían y con las que habían crecido. Reconstruyeron el pueblo antes de irse porque no veían justo que el esfuerzo de toda una población quedara en nada, ni que su pasado fuera borrado de esa manera. Pero se fueron deseando que, con el paso de los años, el pueblo se repoblara. Y así fue. Aquí estamos ahora nosotros...
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Pronto empecé con la búsqueda de la rosa, la cual no fue nada fácil. El primer paso fue pedir a otros que me contaran la leyenda; pensé que así encontraría si había diferencias en la forma en que se transmitía. Al ver que, sorprendentemente, no había ninguna, cambié de método. Entonces, intenté contar todas las rosas del pueblo que veía, señalándolas en un mapa con un número cada una. Solo hicieron falta un par de días para darme cuenta de que moriría antes de acabar el recuento. Además, todas parecían normales, ninguna tenía nada especial. Al final, un poco desanimado, volví a modificar el método, y aquí llegó la etapa de descubrir, de lanzarme a la aventura. Tenía claro que no encontraría nada en lugares que ya había pisado antes, así que salí de las fronteras conocidas para mí para probar suerte. Esta vez sí que triunfé. Tuve la oportunidad de hablar con gente que sabía más de aquella historia que me había contado mi abuela años atrás. Me dieron consejos y ánimos para, finalmente, recomendarme visitar un lugar que, según ellos, era muy especial y que quizá me ayudaría.