Dejo la pluma sobre la mesa y respiro hondo al ver mi mano. Llena de tinta, otra vez. Estoy agotada y ni siquiera he acabado. Solo he hecho la mitad. Ya me habían avisado que pasaría, que era mejor un bolígrafo. Yo no hice caso, porque pienso que cuando escribes con pluma las palabras parecen más vivas, con más forma y más espontáneas. Pero quizá ahora me estoy arrepintiendo un poco. Cojo la hoja con las dos manos. Igual tenían razón. Estoy casi convencida de que debería haber...
Abro los ojos de repente.
—Mierda...
Saco la mano derecha del papel, despacio. ¿Cómo puedo ser tan tonta? Me quedo mirando el folio. Una mancha negra a la derecha. La marca de tinta que he dejado con mi dedo. Seguro que mi madre diría que así me ahorro firmarlo. Yo digo que tengo que volver a hacerlo todo de nuevo.
Me levanto para lavarme las manos y, de paso, miro hacia la luz roja del reloj. Casi las dos de la madrugada. Me quedo quieta unos segundos sintiendo la casa rodeada de silencio, sin cerrar los ojos. Podría ir a dormir... -pienso, frente al espejo del lavabo- es lo que realmente quiero hacer. Vuelvo a mi habitación ya con las manos limpias y empiezo a romper la hoja. Lanzo los pedazos de papel antes de sentarme y coger otra. Entonces, empiezo a escribir una vez más.