Relatos cortos de un cuervo colorido.

La casa de los relojes.

Pensé que una mañana iba a ser normal, si no fuera porque me dieron la noticia de que una tía de mi mamá que no conozco falleció, al parecer mi familia nunca quería nombrarla. Mi mamá insiste en que yo la conocí cuando era pequeña y que no me quería ir de su lado, pero la familia de ella le advirtió que no me trajera más a esa casa. Eso me hizo sospechar de que tenían algo en contra de esa tía que mi madre tanto quería.

Esa tía se llamaba Teresa y nos heredó su casa en Caña de Azucar, mis padres y yo la fuimos a ver, y cuando la vi, me pareció hermosa: su diseño europeo clásico de dos pisos se describe como interesante e hipnótico, lo único que me inquietaba era la cantidad de relojes de todo tipo: uno suizo, unos de pared, otro cucú y otros que no sé cómo identificar.

―¿Por qué hay tantos relojes?

―La tía Teresa amaba coleccionarlos, ¿ves ese de allí? ―Me señaló uno de pared que parecía tallado― Es uno que yo le regalé hace mucho.

Mi padre parecía más asombrado que yo.

―Vieja, ¿que hacemos con los relojes?, ¿los vendemos? Deben costar una fortuna.

―¿Estás loco, Carlos? Estos relojes son tesoros inigualables que le perteneció a mi tía. No puedo botarlos o venderlos porque sí. Yo digo que nos quedemos con ellos.

A pesar de que la casa se veía genial con los tesoros de la tía Teresa, no creí acostumbrarme a los tictac de cada reloj, no me imagino cuando empiecen a sonar los suizos y los cucú.

Mi mamá me contó sobre su tía con una sonrisa en el rostro: una mujer amable, decidida que trabajaba como herrera, eso podría explicar la variedad de cuchillos que estaban en el cajón del alacena; me contó que sus padres no aprobaron en que no se hubiera casado, tanto que se empeñaron en conseguirle marido.

Cuando nos mudamos a esa casa, empecé a explorar cada rincón con tranquilidad, las paredes de los pasillos también estaban llenos de relojes. Hojeé el estante lleno de libros que mi mamá limpió, miré por mi alrededor hasta que me encontré con varios cuadros de la que parecía ser la tía Teresa al lado de una mujer de tez negra, me parece un poco conocida. Veo muchos cuadros de ellas dos desde jóvenes hasta la vejez y una foto dentro de un reloj que se detuvo.

―¡Mamá! ―la llamé.

―¡Voy, estoy un poco ocupada!

Tuve que esperar un buen rato para que mi madre se pusiese a mi lado, señalé a la mujer que estaba al lado de su tía.

―¿Quién es ella?

―Oh, ella es Catalina, ¿tampoco la recuerdas?, te encantaba jugar con ella a las escondidas ―. Traté de recordar, no se me viene nada a la mente, pero creo que sí ocurrió― Recuerdo que la insultaban mucho por su color de piel. Era costurera.

―¿Eran mejores amigas o algo así?

Mi madre parecía indecisa por un momento, me miró sin saber cómo explicarme, pero no tuvo que decirme nada para entender cuál era la relación de la tía Teresa y Catalina: no era amistad.

―Ellas eran pareja, Sofi.

―Oh, ¿es por eso que la familia no querían a la tía Teresa?

―Aún siguen sin quererla. Mis abuelos quisieron que ella se metiera a una terapia en la iglesia para sacarle el demonio que tenía o algo así.

―¿Y qué hizo?

―Se negó, ella no veía su amor por Catalina como una enfermedad o posesión demoníaca, prefirió el rechazo de su familia que dejar de ser feliz. Catalina murió hace un año, eso le afectó a mi tía, me dijo que cada minuto valió la pena.

―¿Y ese reloj con su foto?

―Fue el primer reloj que tuvo mi tía. Qué raro, siempre que la visitaba no dejaba de maquinar, hasta lo pensé eterno. Se detuvo a las siete, la misma hora que ella falleció. Parece casualidad.

―¿Y si no lo fue? ―bisbiseé para mí misma.

La obsesión de la tía Teresa con los relojes cobraba un poco de sentido, no lo noté antes, pero me di cuenta que era una forma de querer aprovechar cada minuto u hora que tuvo de vida.



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En el texto hay: humor, de todo, lgbt

Editado: 27.02.2021

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