Relatos cortos: No es lo que parece

Volveré Pronto

Un domingo por la noche Gabriel llegó a la ciudad, encontró preparada su habitación detrás de uno de los tantos molinos que abarcaban la calle, se sorprendió por la cantidad de sapos que había, incluso encontraba algunos debajo de su almohada cuando se disponía a dormir, pronto se acostumbró al croar desafinado, tanto que lo ayudaba a arrullarse.

Al amanecer se podían apreciar los sapos aplastados por los carros, el olor que desprendían sus cuerpos apenas descompuestos se parecía sin dudas al aliento de aquel muchacho que lo acechaba con su recuerdo.

Después de seis meses su fama traspasó los muros del colegio de La Santísima Compañía, sus avances incluían amplios conocimientos sobre ocultismo y demonología, pero sobre todo, práctica, mucha práctica, los fines de semana atendía lo mismo a un niño en la periferia de la ciudad que un caso urgente en algún pueblo cercano, conversaba con los poseídos, sofocándolos, buscaba pistas, patrones, pero nada se acercaba a lo que había vivido.

Una mañana mientras se untaba el aguardiente para sus dolores corporales recibió la visita de una pareja de abuelos, los miró de arriba abajo, comprendió que habían venido de muy lejos; sin detenerse en los frotamientos averiguó santo y seña de lo que los perturbaba, supo que se enfrentaba a algo mayor y tuvo la esperanza de encontrar aquello que buscaba.

Al siguiente día se despidió de todos, incluido su perro: será en otra ocasión Negro -le dijo- esta vez no podrás acompañarme, volveré pronto.

***

¿De dónde viene padre? -preguntó el conductor del carro, consciente de estar hablando con una eminencia de los exorcismos.
Los relámpagos iluminaban fugazmente las calles a esa hora de la madrugada. Las facciones de Gabriel se habían endurecido, pero mantenía el porte galante de sus años escolares, el pelo relamido con cera, peinado siempre hacía la izquierda. Miró al conductor a través del retrovisor: no podría dormir -le contestó- si le cuento a detalle de dónde vengo vivirá asustado, mejor no...

-El conductor insistió, Gabriel remangó su sotana y le mostro ambos brazos, aún en la semioscuridad se apreciaban, llenos de laceraciones, parecían quemaduras, mordeduras recientes, algunas se veían infectadas.

-Medía al menos dos metros -le dijo, claramente adolorido. Se quedó pensativo por un segundo y aclaró:

Posado en cuatro patas, cuando se levantó era inmenso... estaba dentro de un niño, le salió por los oídos. A pesar del esfuerzo se fue...-El conductor se quedó frío, en silencio. Fuera del auto empezó a caer una lluvia agitada.

¿Lo ve? -Espetó Gabriel- era mejor no saberlo.

-Limpio con la punta de los dedos el paño que se había generado en los vidrios por su respiración caliente, se sintió reconfortado al ver el adoquín de las calles, entonces apareció una silueta enmarcada por el agua, se encontraba agarrada de la pared de un edificio, como una gárgola viva acechando.

Gabriel lo reconoció, buscó dentro de su maletín y cogió su libro rápidamente, pidió que el auto se detuviera y sin colocarse el impermeable salió a encontrarse con el destino.

Observo a la criatura deslizándose hacia abajo lentamente mientras la lluvia le rebotaba en el lomo, se paró a media calle y agarró su libro con toda la fuerza, empezó a orar; la criatura reía malévolamente, su burla resonaba en medio de la calle, en cierto punto Gabriel se detuvo, la criatura lo miró fijamente, se acercó abarcando todo con su olor fétido:

Tengo algo para usted... sacerdote -le dijo. Con un movimiento rápido regurgitó y por el hocico aventó el perro a sus pies.

Le dijeron que la muerte venía y prefirió escapar -agregó; después dio algunas vueltas alrededor y cuando se disponía a atacar fue interrumpido por la luz de unos faros; escapó por la estrecha calle celebrando lo que acababa de hacer.

El conductor había observado todo desde el auto, bajó aterrorizado y entre consuelos llevó a Gabriel al colegio. Lo que quedo de Negro fue sepultado al día siguiente.

 




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