Se disculpó por interrumpir su trabajo, pero aún así no entró, decidió esperarla afuera. Cuando se desocupó salió a buscarla y la vió de espalda, inclinada hacia adelante, con la frente pegada a la baranda y el brazo alrededor de su cara como en posición de descanso. Lloraba?, se acercó poco a poco y se hacía más fuerte el gemido. Le hablaba?, se acercó un poco más para tratar de entender lo que decía. Hacia un gran esfuerzo por levantar la cabeza pero algo se lo impedía, lo intentó varias veces pero solo logro girar la cara hacia ella: ayúdame, ayúdame, suplicó. Su rostro no era su rostro, su voz no era su voz, tampoco era suyo el pie que le aplastaba la cabeza contra el barandal, ni la espada que se alzaba sobre ella amenazante.