Relatos de Medianoche

Defendida por un mar carmesí

—No lo recuerdo —dije, asustada, mientras tartamudeé—.  ¿Por qué no me creen? Yo no lo hice…, no les hice nada.

Me encontraba sentada detrás del estrado siendo observada por mi acusador. Todo mi cuerpo estaba rodeado de escalofríos que no paraban, debido a esos oscuros ojos posados sobre mí; los cuales me juzgaban a ratos. Me mataban. Entonces, vagando entre mis memorias busqué una explicación lógica de lo acontecido; sin éxito, por cierto. Puede que en esa ocasión me volviera loca, pero no lo estaba; y, por no tener evidencia que mostraran mi inocencia, fueron esas las únicas palabras que podía repetir:

—No lo hice... Yo no lo hice.

—¿No lo hiciste? —Preguntó el fiscal con implícita ironía en su voz—. Explícanos o mejor, ayúdanos a entender ¿por qué estabas allí, toda ensangrentada, junto a esos cuerpos desmembrados?

Él, después de emular la vil pregunta, se giró y miró a los presentes, yo también lo hice. Noté que todos esperaban ansiosos mi respuesta; pero qué podía declarar sin las imágenes del hecho colgaban en la acrílica pizarra en frente de todo el jurado. Ellas hablaban más palabras en mi contra de las que yo pudiera decir a mi favor.

—Objeción, su señoría. Mi cliente no está en condiciones de responder. Recuerde que aun presenta la amnesia postraumática —replicó mi abogado, levantándose de golpe de su asiento—. Además, ella mencionó haber tratado ayudar a los jóvenes al darse cuenta de su estado físico y, es obvio que, al hacerlo, se mancharía de sangre.

—Su señoría, la implicada podría tener un cómplice, el cual pudo ser capaz de cubrir sus huellas—contestó, agresivo, el acusador—. Ella—señalándome—posee un fuerte motivo para ejecutar el asesinato.

—Objeción denegada —negó el juez—. Siéntese, abogado. Usted debería saber que la mayoría de los homicidios pasionales son causados por alguna de las parejas. ¡Prosiga! —le ordenó al fiscal.

Detallé la decepción en el rostro de mi abogado, el cual se sentó con ímpetu.

—¡Continuamos! —dijo el fiscal, retomando el interrogatorio— Te preguntaba ¿Por qué estabas allí? Aunque, cambiando un poco la pregunta anterior, si el juez me lo permite claro está—miró fijamente al juez esperando su aprobación, fue afirmativa—Muy bien. Tomando las palabras de su abogado, usted— expresó señalándome de nuevo—trató de ayudarlos, algo que, lógicamente, no pudo hacer. Lo digo por el estado de los cuerpos. Sin embargo, revisando su declaración…, usted indicó que había alguien allí en el lugar del crimen. ¿Cómo era esa persona? Puede describirlo para nosotros… ¡Claro! Si es que esa persona estaba ahí.

—Por supuesto que estaba. ¡Yo lo vi! ¡Lo sé…! Su rostro no pude verlo con claridad, pero yo sé... — repliqué nerviosa ante aquellos temblores que se apoderaban de mi voz.

En ese momento, recordé a una persona dándome la espalda, tenía claros y ondulados cabellos tan largos hasta la cintura. Se encontraba de pie encima del charco de sangre. Su piel era pálida, aunque sus manos estaban rojas. Sentí el impulso de declarar lo que acababa de ver; pero justamente, destallé las fotografías de la pizarra una vez más, específicamente la del charco de sangre, no había huellas de zapatos marcadas en ella. Entonces, me pregunté ¿cómo iban a creerme? Preferí callar, puesto que iba a parecer una psicópata. Aunque, muy tarde me di cuenta de que eso no serviría de mucho.

—¡Ah! — expresó, el fiscal, ante mi silencio — Usted vio al único personaje que no dejó huellas ni de sus zapatos en ese mar de sangre, es lo que usted declaro, está grabado y escrito. Miré la fotografía y vea que no hay nada de lo que dijo. —anunció señalando la foto. Posteriormente, guardó silencio, caminó hacia su escritorio donde tomando un sobre de manila, regresó a mí ubicándose enfrente. Abrió el paquete con cuidado y sacó de él otras fotografías, las cuales colocó sobre el estrado y me dijo con un tono ronco— ¿cómo los dejó a ellos así?

Él las movió y fue cuando pude visualizar el torso desnudo de Brando, el cual colgaba sobre una de las paredes de la habitación de aquel hotel de mala muerte. Sus brazos y piernas yacían regados en la cama o por el suelo, todos quebrados. La forma de los huesos sobresaliendo de su piel, me asombraban menos que detallar su rostro o su masculinidad completamente desgarradas. De la misma manera, la chica, con la que me fue infiel. Se encontraba desnuda y destrozada encima de la cama.

—¿Cómo sucedió esta atrocidad? Y a ti…— Prosiguió preguntando con su singular mirada de asquedad—, ¿no te hizo nada? — Enmudecí. ¿Qué podía decir? Desde su punto de vista, él tenía razón. Yo no tenía recuerdos suficientes como para refutar sus razones. Él continuó con sus hipótesis— Lo único que me hace pensar es usted, señorita. Usted lo planeó todo. Tú los seguiste a ese hotel. Tú entraste en esa habitación y como los viste en pleno acto de engaño… ¡Tú los mataste!

—¡No! ¡No lo hice! — Me levanté golpeando la mesa—¡Yo no los maté!

—Señorita, compórtese y tome asiento—anunció el juez, golpeando el estrado con su mazo ante las murmuraciones del concilio —o eso le traerá más complicaciones a su caso.

Lo observé, no sé con qué ojos; sin embargo, respiré profundo y como pude me tranquilicé. Los guardias detrás de mí no esperaron a que yo, por mi propia cuenta, me sentara; sino que ellos mismos me empujaron por mis hombros obligándome hacerlo.

—Eso es todo, su señoría —culminó el fiscal mientras se dirigía hacia sus compañeros que lo felicitaban al recibirlo.




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