Relatos de Medianoche

Un Castigo Ganador

—Cinco minutos y empiezan —dijo el director caminando detrás de mí.

Al escucharle, me puse firme por los nervios. Era la primera vez que subiría al escenario. Los retortijones empezaron a danzar de un lado a otro en mi estómago de la misma manera cuando me enteré de mi participación en la obra. Giré la silla donde me encontraba, busqué el baño con la mirada desesperada; sin embargo, sentí que dejaría una huella imborrable si me levantaba. Y, aunque, traté de hacerlo, mis piernas no me obedecieron. Me encorvé introduciéndome en la silla y girando de nuevo, me reflejé en el espejo que tenía al frente. Estaba tan blanco como una hoja de papel.

—¡Cálmate! Todo saldrá bien—pensé, relajando mis músculos, respiré profundo y cuando por fin, todo mejoraba, escuché:

—Quedan cuatro.

Todo se puso peor. La puerta de salida casi desapareció de mi vista, estaba borrosa. Quería huir. Bajaron la intensidad de las luces mientras preparaban el escenario. El reloj, colgado en la pared, casi no movía sus manillas. Sabía que las personas corrían, pero yo observaba en cámara lenta, esperando solamente la inmovilidad de todo.

—Tres, solo tres minutos — lo oí a lo lejos.

Una chica se acercó, me dijo que me levantara entre señas y así lo hice, colocándome de pie junto a la silla. Tocó mi vestuario y verificando el maquillaje que, al parecer, estaba bien. Me sonrió y le devolví la sonrisa, aunque vagaba en mis pensamientos para ese momento.

—Siempre haciendo estupideces. ¿Por qué no pudo ser más sencillo? — musité.

La chica sonrió nuevamente. Supongo que notó mi desasosiego.

Evoque las caídas y los incompletos diálogos que nunca encajaba en el tiempo. No eran largos, por cierto; pero yo no lograba articularlos bien. Eso atrajo insultos y humillaciones, aun de personas en las cuales confiaba:

 

Quiero salirme… No puedo actuar. No sirvo para eso. —le dije a mamá un día de esos cuando nada, absolutamente nada sale bien.

No. —ordenó tajante.

Siempre era su respuesta.

Te odio. —le replicaba y con berrinches me alejaba de ella.

La odié y no se imaginan cuánto. Le quité el habla y todo. A ella no le importaba, ella sin darme alguna explicación o sin motivarme, me obligaba a superarme a mí misma.

Tú no lo vez, pero yo sé que tienes potencial. Es lo que estoy viendo. —eran sus palabras.

¡Es mentira! —le replicaba, tal vez, porque ello nunca lucho por sus sueños. Por ello, nunca las creí.

 

Después de eso, volví a escuchar al director de nuevo:

—Dos, dos. Acomódese, por favor.

El gentío se comenzó a aglomerarse en la entrada, ordenándose de acuerdo al número de su personaje, yo era la 12. Una de las últimas al salir.

—Tranquilízate —dijo una chica que vi en los ensayos pocas veces y sonriendo continuó diciendo —Piensa que estás comiendo un gran trozo de chocolate.

—¿Chocolate?

—Sí. Sabes que cuando andamos tristes o ansiosas, nos provoca comer algo dulce, ¿no es así?  Lo malo, es que siempre nos quedamos con ganas de más —expresó entre risas.

—¿Estás nerviosa también? —consulté.

—Sí —respondió.

—¿Por qué? ¿Es acaso tu primera vez? —le pregunté, pensando que tal vez su respuesta me tranquilizaría.

Sin embargo, ella caminó hasta las cortinas y la alzó. Miramos al público y lo repleto que estaba el lugar. El escalofrío se intensificó haciéndose notar. La retrospectiva se hizo presente volviendo mis fracasos todos los fracasos a mi mente.

—No, no es mi primera vez… —mi rostro se giró bruscamente sacándome del estupor por causa del público —Pero es la primera vez para con este público. No es simplemente la tuya o la mía, es también la de ellos.

—Un minuto —el director comenzó a aplaudir y las luces del escenario se apagaron.

Las cortinas se alzaron, uno a uno ingresamos al escenario. “La chica sin padres, ni familiares, ni propiedades, y a pesar de todas las circunstancias, no se rindió y logró cumplir sus sueños”. Cuando terminó la obra, se alzaron los aplausos. Me sentí orgullosa. Una sensación excitante, me arropó. Adrenalina pura. No represente el personaje principal, pero era parte de aquella obra que cambió mi vida.

—Esa vez, comí un chocolate distinto. Uno, el cual me dejó con ganas de más. Quise contarles en esta anécdota porque sin la convicción de sacar de mi aquello que nadie jamás vería y del sueño que ella no pudo cumplir; pero que lo vivió por medio de un terrible castigo, según yo. No hubiese comido ese amargo chocolate, pero tan dulce a la vez. Si no fuera por ella, yo no hubiese ganado este premio que sujeto ahora entre mis manos, que hace que mis lágrimas salgan y destrocen el maquillaje y que tiemble como mujer enamorada. ¡Gracias, mama! Gracias por hacer que ganara hoy el premio de la mejor actriz.




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