Relatos de Medianoche

Ya estoy en casa

Aron es un hombre agradable, valiente y amoroso. Es detective de policía y es difícil mentirle. Él es mi padre y en mis quince años, todavía no sé cómo mentirle a pesar de que él guarda muchos secretos y no le gusta compartirlo con nadie. A veces creo que quiere decirme sus cosas, pero se calla y, cuando lo dice, salen de su boca palabras a medias. No hemos tenido problemas, ¡gracias a Dios! Aunque, no me gusta que sea así. Me oculta tantas cosas en ocasiones cambia el rumbo de mi vida, como la vez que aceptó un puesto con mayores beneficios en una comisaría en Oslo, la capital del país. ¡Volver a empezar! Esto ocurrió tantas veces que ya perdí la cuenta. De la misma manera ocurrió cuando trajo a Belén a casa.

—¡Nos vamos a casar! —expresó, emocionado.

Mientras él se emocionaba, yo me quedaba boca abierta por la sorpresa. Típico de él. Eso lo superé rápido puesto que él tenía, bueno, tiene todo el derecho de rehacer su vida con la mujer que crea conveniente, de todas maneras, es viudo. Lo que sí puedo afirmar es que me ha costado superar la idea de tener tres hermanas menores. Una de 14 años, llamada Rafaela; otra de 12, cuyo nombre es Raquel y la de 8, quien se llama Rebeca.

No obstante, al terminar la boda, aprendí que por mucho que, yo me esfuerce por mantener una buena relación con mis hermanastras, ellas siempre mentirían haciendo que hasta mi propio padre dude de mi palabra. Nunca fui buena mintiéndole y, aun así, él cree que mi verdad es absoluta mentira y que son malcriadeces. Ellas solo se ríen cuando él, en su bullicio, me pregunta:

—¡No entiendo! ¿Por qué estás tan rebelde?

No estoy rebelde, son ellas quienes se comportan de esa manera y como Belén es su madre, las defiende con todas sus razones convirtiéndome en la malvada del cuento. Yo no sé si las odio, pero si odio su crueldad. Y no quiero contar las barbaridades que me han hecho, es doloroso recordar. No obstante, narró en estas páginas en blanco la forma en que mi hada madrina convenció a mi familia de mi inocencia y como hasta el día de hoy me cuida. Supongo que de la misma manera se sintió cenicienta.

Al terminar los actos de la boda, mi padre nos notificó a mis hermanas y a mí que se iría con Belén de luna de miel. Solo ellos dos. Esto fue lo que cambio la vida. No podíamos dejarlas solas conmigo, no confiaban en mí, así que decidieron llevarnos a casa de mis tías en un pueblo llamado Geiranger. Hace cuatro años que no las veía desde que mi mamá murió. Mis tías Josias y Johanis han vivido allí, aun después que mis abuelos murieron y mi padre decidió mudarse. No están casadas, tampoco tienen hijos. No lo sé, pero son algo extrañas.  De todas maneras, nos quedamos con ellas por una semana, de acuerdo con los días de viaje de nuestros padres.

El primer día, ellas nos recibieron de maravilla, incluso yo estaba muy contenta de verlas otra vez. No obstante, todo cambio al atardecer. No sabría explicarlo; pero mis dulces hermanas llenaron sus cabezas de calumnias que, sentí al enviarnos a dormir, su conducta era cortante. No le pregunte que pasaba, pero ellas tampoco confirmaron si lo que les contaron era verdad. No me importaba lo que pensara de mí, pero no quería perder también a mis tías por su culpa.

Me tocó dormir con ellas en la misma habitación en el piso de arriba. Ésta solo tenía dos camas paralelas a los lados, estaba muy limpio. Y a pesar de la amabilidad, las miradas hostiles de mis hermanas me ofendieron, no dije nada. En realidad, comencé a pensar que tenía que irme acostumbrando a la idea de ser siempre la mala, tal como lo pensaba mi padre. Mis tías eran igual porque nunca dijeron una palabra en mi defensa. Y entonces, es cuando tome una decisión: “quieren que sea la mala, seré una chica mala”.

Allí, en la habitación, me tocó dormir con la menor quien, a su edad, todavía se hacía pis. Por eso decidí ir a otro lugar. Me sentía incomoda, manteniendo la fiesta en paz. Salí de la habitación sin prestar atención a las palabras que se escuchaban detrás. Sabía que yo no les importaba, por tanto, no me perseguirían. Luego, bajé a la planta de abajo y algo me sorprendió. La casa estaba mal distribuida en sus áreas. Sí, ya lo había notado; pero detallarla sin nadie a tu alrededor lo hacía más preciso. La cocina era lo primero que ves al entrar en la casa y a su lado el comedor, por el centro un largo pasillos con unos cuartos y un baño; al final de un amplio pasillo, está un gran salón, repletos de una biblioteca colgando de las paredes, así como grandes adornos hindúes y arquitectónicos. De frente al pasillo, una puerta casi traslucida, deja ver todo el esplendor del cielo nocturno y este, a su vez, alumbra el patio trasero de la casa. Detallé una pequeña habitación, pensé que era algún almacén; pero al mismo tiempo, me encantó los gruesos y frondosos mángales que la rodea. No percibí su belleza durante el día ni los colores otoñales que la acompañaban sino cuando la luna tan brillante como el sol permitió alumbrar aquella imagen que guardo en mi mágica cabeza.

Abrí una gran ventana corrediza a un lado de la puerta, dejando entrar un viento cálido. Me acosté en el sofá más grande y dormí placida sin soñar ni pensar mucho hasta que sentí el roce de algo frio en mi rostro. Salté del mueble al despertar, asustada, y me asusté más al ver a mi tía Johanis examinándome con la mirada. No sabía si estaba molesta o, simplemente, confundida. No pude definir su expresión. Cuando abrió sus labios creí que me regañaría, no fue así. No obstante, me hizo una pregunta extraña:

—¿Saliste a medianoche por esa puerta?




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