Una joven empieza a trabajar como enfermera en un hospital antiguo y casi abandonado de la provincia de Buenos Aires. Cada noche, las luces del pasillo parpadean y muestran figuras que desaparecen al acercarse. Lo que comienza como inquietud se transforma en paranoia, mientras siente presencias que la siguen, la observan y susurran su nombre.
Mi nombre es Verónica, y acepté el trabajo en el hospital San Miguel por necesidad.
El edificio estaba apartado, con paredes descascaradas y pisos de cerámica que reflejaban la luz de manera extraña.
Al principio, todo parecía normal, pero la primera noche, mientras revisaba la medicación de los pacientes, noté algo inquietante: las luces del pasillo parpadeaban sin razón.
—Debe ser un problema eléctrico —me dije—. Nada más.
Sin embargo, cada vez que pasaba por el corredor principal, sentía que alguien me observaba.
Sombras fugaces cruzaban mi vista y susurros se mezclaban con el zumbido de las lámparas fluorescentes.
El hospital estaba casi vacío, solo los turnos nocturnos y algunos pacientes en cuidados prolongados.
Los rumores entre enfermeras hablaban de "habitaciones que no existen" y de enfermos que desaparecían sin dejar rastro.
Al principio, me reí de las historias, no obstante, la primera vez que escuché mi nombre murmurado en el pasillo, supe que había algo más.
—Verónica... —susurró la voz.
Me giré, pero no había nadie. El pasillo estaba vacío y el eco de mis pasos era lo único que respondía.
Desde esa noche, cada vez que pasaba por allí, la luz parpadeaba y aparecían figuras detrás de las ventanas de las puertas, siempre justo antes de que se encendiera el parpadeo.
Intenté ignorarlo, me concentré en los pacientes y en el trabajo administrativo, pero la paranoia comenzó a crecer.
Cada vez que entraba a una habitación, sentía que algo se movía detrás de mí.
Los sonidos se intensificaban: pasos, crujidos de ruedas, respiraciones leves.
Una noche, mientras revisaba la sala de urgencias, vi claramente una figura al final del pasillo: alta, delgada, vestida con ropa blanca que parecía flotar.
Parpadeé y desapareció.
Mi corazón latía con fuerza; sentí que mi respiración se escuchaba más fuerte que nunca.
Los turnos siguientes fueron peores.
Las luces parecían responder a mis movimientos.
Cada vez que me acercaba, la figura desaparecía; cada vez que retrocedía, reaparecía.
Sentía que alguien jugaba conmigo, controlando mi miedo.
Decidí hablar con una enfermera más experimentada:
—¿Has visto algo raro? —pregunté.
Ella asintió con seriedad.
—Este hospital guarda recuerdos de todos los que murieron aquí —dijo—. Y algunos nunca se van.
No entendí del todo lo que quiso decir, pero comencé a notar marcas en las paredes, como si alguien hubiera raspado con uñas invisibles.
También escuchaba susurros entre las sombras, murmurando mi nombre, mi apellido... cosas que no podía comprender.
Una madrugada, mientras caminaba hacia la oficina de enfermería, las luces comenzaron a parpadear más rápido.
El pasillo parecía alargarse, como si se estirara hasta un infinito imposible.
Sentí la presión de una presencia detrás de mí; cada paso era pesado, cada respiración parecía responder a la mía.
Decidí enfrentar lo que fuera que estuviera allí.
—¡Muéstrate! —grité.
Nada respondió, pero en ese momento, las luces se apagaron por completo.
Y entonces sentí una mano fría rozando mi hombro.
La oscuridad fue total, pero no estaba sola.
Algo respiraba junto a mí, invisible pero real.
Mis piernas temblaban, pero no podía moverme.
Y luego, una voz:
—No deberías estar aquí...
No era humana. No parecía de este mundo.
Sentí que la habitación giraba, que el pasillo se cerraba a mi alrededor, y que la presencia me empujaba hacia el final, hacia un lugar que no podía ver.
Cuando las luces volvieron, estaba sola.
El pasillo parecía normal, las paredes intactas, y las marcas habían desaparecido.
Desde esa noche, ya no quiero estar sola en el hospital.
Cada vez que paso por los pasillos, siento que algo me sigue, me observa y susurra.
Las figuras reaparecen, siempre detrás de las luces parpadeantes, y la paranoia es constante.
No sé si algún día podré acostumbrarme a eso... o si alguien más vendrá a reemplazarme en este lugar donde las presencias nunca duermen.