Relatos De Medianoche

26. EL SÓTANO DE LOS SUSURROS

Me llamo Mariana y acepté cuidar la casa de un amigo en Quilmes mientras él viajaba por trabajo. Era una construcción vieja, de ladrillos vistos y techos altos, con un sótano que nunca había explorado. Desde el primer momento, sentí algo extraño: un frío que no pertenecía al invierno y un silencio tan pesado que me resultaba imposible concentrarme en nada. Esa noche, mientras me acomodaba en la sala, escuché un leve murmullo proveniente del sótano. Creí que era el viento atravesando las rendijas, pero el sonido se repetía, rítmico, como si alguien caminara arrastrando los pies. Me levanté y bajé la escalera con cuidado. El aire olía a humedad y a polvo antiguo, y la linterna que llevaba parecía débil frente a la oscuridad. No había nadie, solo el eco de mis propios pasos y un susurro casi imperceptible que parecía repetir mi nombre. Subí rápido, convencida de que mi mente jugaba conmigo.

Al día siguiente, todo parecía normal. La luz del sol llenaba la casa, pero algo había cambiado: sentía que alguien me observaba constantemente, aunque no hubiera nadie allí. Esa noche, los susurros regresaron, más claros, más cercanos. Provenían del sótano, y a veces parecían subir por las paredes hasta mi habitación. Intenté ignorarlos, pero un golpe seco en la puerta del sótano me hizo saltar. Cada paso que daba hacia la cocina, hacia la sala, parecía provocar un eco que no era mío. Me senté en el sillón, intentando respirar, pero la sensación de ser observada se intensificaba.

Decidí enfrentar la situación. Tomé una linterna potente y bajé al sótano. La luz iluminó paredes manchadas de humedad y cajas amontonadas. Nada se movía. Sin embargo, el aire estaba tan pesado que me costaba respirar. Los susurros continuaban, y ahora podía distinguir palabras sueltas: "ven, no estás sola". Mi corazón latía con fuerza, y una sensación de frío extremo recorrió mi columna. Avancé lentamente, y vi una sombra moverse en un rincón, como si alguien estuviera observándome desde la penumbra. Me giré y no había nadie. Al volver la vista hacia la sombra, desapareció, dejando solo oscuridad.

A partir de esa noche, la presencia se volvió más intensa. No solo en el sótano, sino en toda la casa. Escuchaba pasos detrás de mí cuando cocinaba, crujidos en las escaleras cuando estaba en mi habitación, y susurros en las paredes que no tenían sentido pero que me helaban la sangre. Intenté hablar con el amigo que me había dejado la casa, pero estaba de viaje y nadie podía acompañarme.

Comencé a sentirme paranoica; cada sombra, cada objeto fuera de lugar parecía tener vida propia. A veces creía que me seguían con la mirada, aunque no hubiera ojos que mirar. Dormir era imposible; el silencio nocturno estaba lleno de movimientos imperceptibles y susurros que se mezclaban con mis pensamientos.

Una madrugada, la linterna se apagó sola mientras bajaba al sótano. Quedé sumida en la oscuridad total. Sentí algo rozar mis pies, y un suspiro frío recorrió toda la habitación. La sensación de ser rodeada por algo invisible era abrumadora. Intenté encender la linterna de nuevo, pero no respondía. Fue entonces cuando escuché un murmullo directamente detrás de mí, tan cercano que podía sentir el aliento helado sobre mi nuca: "No te vayas, quédate..."

Me giré instintivamente, y vi una sombra alta, oscura, indefinida, que parecía flotar sobre el piso. No tenía rasgos, solo un contorno humano que se movía lentamente, acercándose. Retrocedí y tropecé, cayendo contra una caja que se volcó con estruendo, pero la sombra no reaccionó. Simplemente permaneció allí, inmóvil, observándome con algo que no podía describir.

Me levanté y corrí escaleras arriba, sintiendo que la sombra me seguía aunque no la viera. Cerré la puerta del sótano y bloqueé la manija con una silla, temblando. Desde entonces, cada noche la casa parecía tener vida propia. Los objetos cambiaban de lugar, los pasos se escuchaban incluso en habitaciones vacías, y los susurros continuaban: "No puedes irte, siempre aquí...". Empecé a dormir con la luz encendida y la puerta del sótano cerrada con llave, pero la presencia era ineludible. Podía sentirla, invisible, en cada habitación, observándome, acechándome.

Una noche, mientras revisaba el salón principal, escuché claramente un golpe sobre el techo. Al mirar hacia arriba, vi la sombra reflejada en la pared, difusa, contorneándose como si flotara sobre mí. Intenté gritar, pero la voz no salió.

Corrí a la puerta principal, pero estaba cerrada. Miré por la ventana y no había nada en el jardín; sin embargo, el reflejo en el vidrio mostraba la silueta en la sala, detrás de mí, a pesar de que no podía verla directamente. Sentí un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo.

Desde entonces, no he podido salir de la casa de noche. Cada sombra, cada crujido, cada murmullo me recuerda que no estoy sola. La presencia habita el sótano, pero se extiende por toda la casa, y sé que no me dejará ir. A veces me atrevo a mirar hacia el rincón donde se manifiesta y solo veo oscuridad, pero el aire se mueve, como si respirara, como si alguien invisible estuviera justo frente a mí. Los susurros continúan: "No te vayas, quédate siempre aquí..." y sé, con un terror absoluto, que la casa nunca dejará de observarme, y yo nunca podré escapar del sótano de los susurros.




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