El reloj marcaba las 4:47 cuando Clara despertó con la sensación de que alguien respiraba muy cerca de su oído.
Abrió los ojos de golpe. La habitación estaba completamente oscura, salvo por la débil línea de luz que entraba por debajo de la puerta del pasillo. Se sentó en la cama, aún con el corazón golpeándole el pecho, y esperó a que su vista se acostumbrara a la penumbra.
El silencio era tan espeso que parecía tener forma.
Solo el sonido del viejo reloj de pared acompañaba sus pensamientos.
Uno, dos, tres… cada tic-tac se volvía más insoportable.
Clara vivía sola desde hacía casi un año, en la antigua casa de su abuela, una construcción de techos altos y pasillos largos, donde el viento silbaba por las rendijas como si tuviera voz. La habían advertido: “esa casa guarda cosas”, le había dicho la vecina. Ella había sonreído, convencida de que las viejas creencias no podían afectarla.
Hasta esa noche.
Porque cuando bajó las piernas de la cama, algo —una corriente helada, o tal vez un roce— le rozó el tobillo.
Retrocedió asustada, buscando el interruptor de la lámpara de noche, pero al encenderla la bombilla parpadeó un instante… y se fundió.
El reflejo del espejo frente a la cama la hizo contener la respiración.
En la penumbra, creyó ver una silueta detrás de ella.
Alta. Inmóvil. Sin rostro.
Clara se giró bruscamente, pero no había nadie.
Tomó el celular con las manos temblorosas: 4:50.
Intentó llamar a alguien, pero no tenía señal. La pantalla titiló, se apagó y, por unos segundos, el reflejo volvió a aparecer en el vidrio: detrás de su propio rostro, dos ojos hundidos observándola.
El aire se volvió espeso.
Un sonido proveniente del pasillo la hizo girar: pasos lentos, arrastrados, acercándose cada vez más.
Clara, paralizada, apenas pudo murmurar:
—¿Quién anda ahí…?
La puerta se movió con un chirrido que heló la sangre.
Alguien —o algo— se detuvo justo frente a la habitación. La sombra se proyectó sobre el piso, alargándose hasta los pies de la cama.
La joven apretó las sábanas, sin atreverse a moverse.
Cuando la puerta se abrió del todo, solo entró el aire frío del amanecer… y el olor a humedad antigua.
El silencio volvió.
La sombra desapareció.
Pero en el espejo, detrás de Clara, una figura seguía de pie.
Sonriente.
Esperando a que ella se atreviera a mirar de nuevo.
A las 4:59, el reloj se detuvo.
Y Clara, junto con él.