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El humo del cigarro se pierde junto al viento gélido de la noche. Un reloj invisible marca la hora con un leve susurro, las doce de la noche, momento donde los amantes se saludan o deben decir adiós.
Arroja el cigarro sin terminar por la ventana y se enfunda en su saco de cuero, después de calzarse los zapatos abre la puerta con cuidado temiendo despertar a la bella pelirroja que aun descansaba sobre la cama.
En el interior del auto deja caer la cabeza sobre el timón, cerrando los ojos para perderse en los recuerdos vividos unas horas antes.
— ¿Por qué no puede ser como ella? ¿En qué momento empecé a odiar a Isabela?
Susurra como temiendo ser escuchado.
Prende el motor poniendo en marcha el auto. Se para frente al semáforo en rojo muy cerca de casa, sin embargo no tomo la curva de costumbre. Minutos después aparcaba en el estacionamiento de la iglesia.
— lamento la tardanza padre, tenía algunos asuntos importantes
El cura lo recibió con los brazo en alto, acercándose lentamente para darle un fuerte abrazo.
— No importa hermano Juan, dios te ha traído junto a mí para ayudar con la purga de pecados de esta ciudad. Ve junto a los otros y partamos en esta nueva cruzada. Coge una linterna y un arma, partiremos en poco tiempo.
Sintió como se excitaban los dedos de sus manos al contemplar el enorme cuchillo que reposaba en la mesa. La tomo y los hombres detrás de él vitorearon en conjunto. Ya era parte de ellos.
Montados en camionetas esperaron hasta que el padre se acomode en uno de los asientos y parten en la oscuridad, perdiéndose en su enigmático velo…
Al transcurrir los días las rosas comenzaron a marchitarse. Isabela tenía la costumbre de no cortarlas, eran las únicas flores que detestaba ver dentro de un florero, las dejaba en su rosal y las admiraba por algunos minutos al día incluso si estaban oscuras y secas.
Esa mañana cogió una rosa roja, pero al menor contacto los pétalos de esta se desmoronaron como si fueran cenizas.
“la belleza es tan efímera, tan difícil de comprender, al igual que ella yo también me estoy marchitando”
Cerró la puerta de casa con llave, se aliso el sombrero antes de tomar el camino más corto hacia la playa.
Sentándose con cuidado sobre la arena, algunas costillas se retorcían con movimientos bruscos, esperaba mientras tarareaba una canción de cuna. La canción que le cantaba a Adrián cuando este no podía dormir.
— El mar se alegrara con tan bella melodía, pero debemos tener mucho cuidado, no queremos hacerlo dormir. Los peces se dormirían, cayéndose en las profundidades de donde no podrían volver.
— Los peces siempre volverían Auri, a ellos al igual que a mi les encanta verte bailar.
— ¡enserio! Entonces bailare para ellos… y… también para ti.
Sus pequeños pies apenas rosaban la arena, sus cabellos eran acariciados por la brisa mientras su cuerpo se extendía y contraía al son de las olas. Parecía un pequeño pez jugueteando en alguna corriente marina, un ente feliz y libre.
Isabela la contemplaba aplaudiendo cada paso, detuvo sus manos y estas se apoyaron en las rodillas. Un recuerdo rompió de pronto en su mente, la imagen de la niña que conoció meses atrás, arrodillándose en la arena para leer con cuidado el mensaje dejado por su hijo, la pequeña que obsequio algunas lágrimas a la arena y con un leve susurro se despidió “adiós mi querido fénix”. Desde aquel día su hijo ya no pudo verla.
Esperaba a que Adrián terminara su desayuno para acercarse a la playa. Al inicio le costó atraer a la pequeña, con el tiempo entendió que la manera más fácil era sentarse en la arena mirando al mar y tararear alguna canción. Auri aparecía en el momento menos imaginado siempre con sus juegos de palabras. Preguntar por el pasado de Auri fue un gran error, ella se quedó en silencio mirando hacia el cielo con lágrimas rodándoles por las mejillas. Isabela no volvió a tocar el tema, sin embargo siempre tuvo curiosidad sobre como la llamaba “incomprendida”, por más que lo intentó solo causo las burlas de Auri y al final se rindió.
— “está bien, seré la incomprendida para ti, pero algún día lograre hacerte decir por qué me llamas así”
Aquel día Auri se rio por más de una hora.
Posando nuevamente los ojos en la bailarina que tenía delante, Isabela despejo todos sus pensamientos a excepción de una.
“todos los cargos que recaen sobre ella son erróneos, el cura está equivocado, alguien tan inocente no puede hacer algo así”