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Un gran escalofrió atravesó su cuerpo, Flavia pidió permiso a su jefe para ir al baño. Cerró la puerta con fuerza tras de sí para luego salpicarse un poco el rostro con agua. Cogió un dulce de su cartera, el único que comía y el cual disfrutaba con locura.
“debo de estar trabajando demasiado, espero que nos dejen ir más temprano”
Pensó mientras se alisaba la falda.
El periódico donde trabajaba era una de las muchas empresas en abrir sus puertas recientemente, la competencia en ese ámbito estaba colapsando y aunque la paga era mísera ella trabajaba por la experiencia que en años venideros serian de gran ayuda. El jefe era un tirano, odiado por muchos ya que en su tono de voz siempre existía una pisca de ironía, desde que se cruzaron por primera vez sabían que entre ambos nunca podría haber comprensión.
Como cada año, la saturaban de trabajo después de tomarse su “semana libre” (una palabra que dolía de pronunciar su jefe), exasperada y con los nervios de punta sus enemigos e incluso sus amigos la evitaban a toda costa, solo una persona podía tratar con ella y en aquellos momentos apremiantes se encontraba de vacaciones.
Extrañaban a Raúl tal vez tanto como ella, todos en la oficina sabían de la relación sentimental que ambos compartían. Nunca lo veían sonreír, no obstante algo en su voz y su buen trato atraía a las personas, además de ser empeñoso y disciplinado. Todas estas calidades lograron establecerlo como mano derecha de la compañía. La química entre Raúl y su jefe era envidiable.
Era apenas mediodía y nadie podía soportar el mal humor de Flavia, tal vez ni ella misma podía hacerlo. Su corazón y sus pensamientos no podían calmarse, pensaba en Raúl y el día cuando se conocieron, desde la noche anterior aquel pensamiento estaba colado incluso es sus sueños.
Una mañana hace ya cuatro años cuando perdió una clase importante en la universidad (la puntualidad era su mayor defecto) decidió irse a casa resignada, pero cuando paso cerca de lo que llamaban “el bosque” lo vio, sentado y con los ojos perdidos en el horizonte. Jamás en su vida había visto unos ojos tan tristes, el aire que le revoloteo a su alrededor susurraba soledad. No podía dejar de observarlo. No puedo incluso cuando este le miro.
— ¿estás bien? Tus ojos son los más tristes que he visto en mi vida
Flavia rio con la ocurrencia de aquel chico. Casi le faltaba el aire en los pulmones, se arrodillo acortando la distancia a solo algunos centímetros entre sus narices.
— Eso mismo te pregunto yo.
Fue cuestión de semanas para que comenzaran a salir, en cada encuentro visitaban los lugares más alejados de la ciudad y buscaban rincones donde estar solos, se sentaban en cualquier parte para comenzar a contarse todos sus secretos, una forma de contacto más profunda, una en la que tu alma y tu ser queda totalmente expuesta.
La historia sobre la muerte del padre de Raúl y el epitafio en su tumba fue el que siempre llamo más su atención, pese a las quejas de su novio, profundizaba en el tema hasta que llego el día donde Raúl no pudo contarle más.
Primero empezó como una curiosidad; decidió viajar al pueblo, el cual Raúl describía con una sensación de profunda nostalgia, investigaría un poco y regresaría a casa. La obsesión por encontrar la verdad sobre el accidente de aquel dieciocho de diciembre de 1987 solo fue ofuscada por su trajín en ocultarlo. Si un rumor había afectado tanto a su novio, la verdad podría matarlo. Aprovechando de cada semana libre y de estratagemas para despistar a Raúl se dirigía al pueblo y ocultaba un poquito más la verdad, no encontró resistencia por parte de los residentes, compartían el mismo pensamiento o tal vez ya no les importaba…
Después de su novena visita al baño paso por la oficina del jefe a recoger algunos documentos. Abrió la puerta del despacho y lo encontró colgando un nuevo cuadro, a primera vista solo se leían algunas palabras.
— ¿Estás bien?— se acercó y la ayudo a sentarse— ¿estas más pálida que un fantasma?
— Donde vio esas palabras
El susurro fue casi imperceptible
— ¿Qué?
— ¿¡donde vio esas palabras!?
— están escritas en la tumba de la persona que me salvo la vida.
Entre sollozos termino de contarle toda la historia a su jefe cuando viajaban en un bus interprovincial, horas antes Flavia lo había arrastrado fuera del periódico y suplicado para que lo acompañase. Jair habría llamado a la policía si no hubiera escuchado el nombre de Raúl salir de los labios de aquella extraña joven. Dejo de lado las reuniones que tenía por la tarde y reservo los pasajes.