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Empapado de sudor y con un grito agudo despertó cuando algunos rayos de sol invadían su cuarto. El sabor agrio de la pesadilla se aferraba a él y con pesadez descendió al comedor, encontró una nota de su madre en donde le avisaba que por ese sábado saldría con la vecina y regresaría un poco tarde. Aprovecho el día cumpliendo sus deberes y tareas, aunque por ratos se quedaba estático frente a la guitarra, no podía explicarlo, una sensación inefable, pero sentía que la guitarra quería decirle algo. Loco o cuerdo seguía contemplando al extraño instrumento.
La pesadilla se repitió por casi una semana, un sueño recurrente donde un hombre lo perseguía con un cuchillo en sus manos reclamando por el instrumento, la única motivación para ir a la escuela después de tan espantoso sueño era poder ver el angelical rostro de su compañera. Flavia era la chica que a cada paso se robaba suspiros, con sus labios rojos escarlatas, con sus enormes ojos pardos y una silueta llena de agraciadas curvas, mantenía enloquecido a Alberto. Este, pese a convivir con ella desde preescolar no había mantenido una conversación de más de un minuto, prefería verla a escondidas y contemplar su belleza imaginándose algún día tenerla entre sus brasos. Esa mañana estaba tan cerca que incluso podía oír lo que comentaba Flavia con su amiga.
— Como desearía tener a un músico de novio, sería tan romántico— suspiraba
— Los chicos de esta escuela son todos una tira de bobos que solo piensan en futbol y sexo, sueñas demasiado amiga. En esta escuela no hay ni uno así.
— No hay nada de malo en soñar, desearía tener a un chico tocando para mí y dedicándome sus canciones…
— creo que has visto demasiadas películas y novelas.
Ambas rieron con el último comentario y al escuchar el timbre de la campana enrumbaron hacia sus salones.
Durante toda la clase, Alberto estuvo pensativo, tenía una bella guitarra en su cuarto y no sabía tocarla, a veces sentía como el instrumento gritaba por su quietud, quizá en el pasado había sido manipulada por talentosas manos y había sido feliz, había sida utilizada justificando su existencia. Alberto tomo una precipitada pero en mi opinión la más acertada decisión. Decidió devolver la guitarra pero antes de eso tocaría con sus propias manos una canción a Flavia. Arranco una hoja de su cuaderno y comenzó a anotar los nombres de algunos bares que conseguía con su celular. Algunos grupos conocidos se presentaban en esos bares y era la mejor forma para iniciar su búsqueda.
De camino a casa se compró una funda para guitarra y un libro “Aprende a tocar la Guitarra: 10 Lecciones Fáciles. Gary Turner” sonriente y con una nueva motivación marchaba destellante.
Después de una estresante tarde tratando de tocar la guitarra, la enfundo y aprovecho la atención de su madre en su novela para escabullirse y trepar la valla nuevamente, esta vez no se hizo daño.
Llego al primer bar de su lista y al entrar la música lo absorbió completamente, los fuertes acordes de las guitarras hacían que su corazón lata con más rapidez, su pie se movía al ritmo de la batería y la voz del cantante se arraigaba en lo más profundo de su alma. Olvido por un instante la razón de su presencia en ese bar e incluso sus problemas, cerró los ojos y disfruto de la música hasta que un brazo se apoyó en su hombro.
— ¡oye pequeño!, tienes algún dinerillo que me prestes para algunos tragos, ¡vamos! no seas mezquino— un borracho lo miraba expectante
— lo lamento no tengo nada— respondió Alberto asustado.
Los ojos inyectados en sangre del borracho lo aterrorizo, el apretón sobre su hombro se hacía más fuerte. Con un fuerte empujón se quitó al borracho de encima. Este cayó de espaldas.
— ¡maldito mocoso! — gruño desde el suelo.
Alberto salió corriendo del bar y al mirar de reojo vio que lo perseguían, aumento el paso con sus piernas largas y flacuchas perdiendolo tras una larga marcha.
La luna ocultaba su pálida luz esa noche y eso facilito la escabullida de Alberto a su cuarto. Su madre no noto su fuga, después de que su esposo muriera atropellado, ella se había vuelto mucho más sobreprotectora y le prohibía salir de noche, lo mataría si se enteraba de su salida al bar.
Al día siguiente, luego de clases y de evitar la golpiza de Cristian en la salida, practico toda la tarde y en la noche salió de nuevo a las fauces de la ciudad. Pregunto por horas a los clientes sobre si alguien o sus amigos habían perdido una guitarra negra. La respuesta siempre era negativa, esa noche lo persiguieron algunos perros cuando pasaba por un callejón. Los días se volvieron semanas y las semanas meses, su rutina consistía en evitar la golpiza de Cristian, practicar con la guitarra, buscar en los bares por las noches y ser perseguido por borrachos, pandilleros o perros. Muchos se darían por vencidos pero no ese chico, con una voluntad férrea seguía su rutina, con un motivo tonto que luego se volvió importante, seguía andando, seguía tocando con dedos destrozados, seguía buscando.