4
Hoy es cuarto creciente.
La luna está en su punto más alto vanagloriándose en un cielo sin estrellas. Las olas apenas alzan vuelo desparramándose en la arena dando leves quejidos.
El silencio en la playa me permite cerrar los ojos y respirar la salada brisa con tranquilidad.
Toda la armonía del ambiente es desquebrajada por un grito y pisadas fuertes sobre el mar. Un hombre corre mientras chilla algunas palabras “¡lárgate! ¡Déjame en paz! ¡Que es lo que quieres!”
Tropieza con un alga y es zambullido por las olas, se revuelca en la arena saliendo a la horilla tratando de devolver el agua que trago. Mira extrañado a su alrededor y suspende su mirada en un punto fijo, su rostro se contrae en una mueca de terror.
Trato de alejarme cautelosamente al divisar como el muchacho se lleva la mano a la cintura donde resplandece un plateado brillante. Saca el arma y dispara a quema ropa.
Resguardándome detrás de la roca donde antes disfrutaba de la brisa lo observo con un sudor frio recorriéndome la espalda. Un muchacho enjuto y de ropas raídas de no más de veinte años discute a gritos, lo que más me sorprende y aterra es la soledad del muchacho. No hay nadie a su alrededor.
— ¡déjame! ¡No les hagas daño! ¡No te lo permitiré!
Dispara dos veces antes de correr.
La noche de pronto se ha tornado más oscura, el ladrido de los perros menguan el eco de los disparos. Imagino el roce de las balas en la piel al seguirlo de cerca, el miedo y el frio juegan con mis extremidades tambaleándolas y paralizándolas. A duras penas puedo caminar.
Se detiene frente a una casa, martillea con los puños la puerta metálica. Las luces de las casas adyacentes se encienden pero la penumbra del hogar no se dispersa, el muchacho apoya la cabeza sobre el frio metal tiritando como una hoja puesta al viento.
— ¡DOCTOR! ¡LO NESECITO! ¡HA VUELTO! ¡QUIERE MATARLOS A TODOS!
Grita con palabras partidas
— Él se fue de vacaciones con su familia esta mañana— replica un anciano desde su ventana— ¡ahora vete o llamare a la policía!
Desconcertado y con el miedo quemándole las venas el muchacho sale huyendo sin tomar rumbo fijo. Sujetando el arma en su cintura mira de reojo hacia atrás, debe sentir un cosquilleo y querer disparar sin embargo se abstiene por el temor a lastimar a las demás personas, o eso es lo que quiero creer.
Me recuerda a un primo lejano, tiene el mismo cuerpo e incluso el peinado es idéntico. Lo vi hace tantos años que no recuerdo bien su nombre, creo que lo llamaba Piero en ese entonces. Aquel muchacho con miedo que huye calles adelante se asemeja mucho a él. Lo llamare así, Piero.
Dejo que se pierda en las grisáceas avenidas, un extraño sentimiento planta mis pies al suelo y un antojo de alcohol rompe las sienes. La noche ha sido larga, una de las más duraderas que recuerde, aún no ha amanecido pero una señora enfundada en un grueso abrigo abre las puertas de su bodega. Sirvientas y amas de casa atraída por el aroma del pan recién salido del horno se arremolinan en la entrada. Tomo asiento en una de las sillas vacías junto a una cerveza en la mano.
— Es un poco temprano para beber— comenta una señora con voz amable sosteniendo una bolsa provista de vivieres
— Nunca es tarde y temprano para una buena cerveza— respondo sorbiendo un buen trago de mi bebida
El sol no ha salido esa mañana, un lienzo de plata se forma en las alturas y algunas gotas de lluvia caen del cielo. Las señoras se apresuran en volver al calor de sus hogares pero una silueta bloquea la salida.
— No tengo opción — susurra una voz, sacando un arma— son ustedes o mi familia, él no se detendrá hasta que ustedes mueran. Soy tan débil que no puedo combatirlo.
El silencio se rompe con gritos ahogados de damas asustadas. Tomo un largo sorbo de cerveza, extrañamente no tengo ni una pisca de miedo. Piero prosigue con su monologo.
— Si hago esto ellos vivirán, toda mi familia se deshará de este demonio ¡cállate! ¡Todos cállense!
Apunta con desesperación a la dueña del local al notar que está usando el móvil. Hay duda en sus ojos, incluso encuentro inocencia en sus pupilas, no cabe duda que está asustado. Las palabras salen fácil mientras dejo la botella a un lado
— no quieres hacer esto y lo sabes. Baja el arma y vete, busca ayuda.
— ¡NADIE PUEDE AYUDARME! — algunas lágrimas caen por sus ojos— ya es demasiado tarde. No puedo soportar las voces que taladran mi cabeza— susurra.
Los agentes de policía llegan en silencio, una buena estrategia de su parte, rápidamente rodean el lugar y dos oficiales se acomodan frente a la puerta apuntando a Piero.
— ¡RINDASE Y BAJE EL ARMA!
El policía sube el volumen a su megáfono y repite con más convicción.
— debe haber otra forma, alguien debe ser capaz de ayudarte.
— ¡señor! Cállese y retroceda — replica uno de los agentes que apunta a Piero con un arma
Una risa macabra se extiendo por todo el lugar
— Pero que tonto soy ¡claro que hay otra forma! Las voces me querían primero a mí. Solo así mi familia estará a salvo…