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Los días se le hicieron más largos, más aburridos y más tristes, Aurora los transcurría encerrada en casa. Al no existir las escuelas (estos se volvieron puntos peligrosos para desarrollar una pandemia) los niños aprendían por medio de máquinas lo necesario para sobrevivir, los más aptos eran seleccionados para asistir a un internado donde los preparaban para ser los líderes de la próxima generación en todos los ámbitos.
Cuando la madre de Aurora recibió la carta de ingreso de su hija siendo aceptada en el internado una sonrisa se le formó en el rostro, no de orgullo como cualquiera pensaría, era más una mueca de liberación. El gobierno se encargaría de todos los gastos e incluso le darían una buena recompensa económica. Aquella misma tarde las pocas pertenencias de Aurora ya estaban empaquetadas.
Ni siquiera se dieron una mirada de despedida cuando pasaba con las maletas por la sala. Esperaba despertar de esa horrible pesadilla en la que se había convertido su vida, esperaba con el deseo inocente de una niña un único abrazo de su abuelo y detenerla de ir a un lugar donde sería infeliz. No pasó nada. Subió al vehículo custodiado por dos guardias sin mirar atrás, evitando recordar las bellas tardes de hace tan poco tiempo.
Las clases duraban todo el día. Los niños apenas se dirigían palabras en las horas de descanso. Podía sentir el odio y la traición en aquellos ojos muertos, con una sonrisa desecha murmuraba “son igual que mis padres” al verlos tan ocupados en sus prótesis de comunicación. A ella también se le implanto uno pese a sus quejas, tuvieron que drogarla para el procedimiento, una red compleja de chips y microordenadores le reposaba en la muñeca.
Se prometió a si misma nunca usarlo, pero en esa época las promesas eran demasiadas frágiles, tan frágil como la vida misma. A los pocos meses ya sabía todas las funciones de aquel aparato.
La “prótesis MK-18” o también conocida como la “prótesis de comunicación” no solo era un medio para interactuar en las redes sociales, también contenía una vasta colección de libros y estudios, al estar conectada a la red mundial podías acceder al cualquier título y leerlo sin ningún reparo. Aurora aprovecho de ese sistema y comenzó a investigar de manera obsesiva sobre la catástrofe ocurrida en los mares por la contaminación. Al final llego a la misma triste conclusión: ya era demasiado tarde para enmendar el error.
Sin darse cuenta paso un año, lo que si percato fue el declive en su estado de salud. Las noches en la que no podía dormir por los escalofríos y dolor en todo su cuerpo aumentaban, el cansancio también era parte de su rutina. Presentía su destino, presentía el poco tiempo que le quedaba. No podía quedarse ahí, no quería morir en un lugar tan horrible.
Escapar fue más fácil de lo que pensó. Burlo a dos guardias y dio con la libertad, fue el primer escape en casi veinte años. Después de tantas lavadas de cerebros a los alumnos estos eran dóciles y moldeables, perdiendo su identidad y toda la creatividad dentro de ellos, incluso la chispa de vida y deseo de revelarse. El sobrenombre que les dio Gustavo cabía a la perfección. Eran fríos autómatas.
Encontrar trabajo también fue fácil, al no haber la suficiente mano de obra las empresas contrataban a trabajadores sin hacer preguntas, sin preocuparse por la edad, interesándoles fundamentalmente una cosa, la eficiencia.
Después de trabajar una semana en la planta de alimentos. Aurora se coló al despacho de su jefe escondiéndose debajo de un viejo escritorio de metal.
— No sé qué es lo que quieres, pero no es la primera vez que me roban. Si sales ahora tus problemas serán menores.
Aurora dejo su pequeño escondite. Camino algunos pasos hasta posarse frente a su jefe.
— Necesito hablar con usted y con lo complicado de su agenda esta era la única manera.
Un anciano de blancos bigotes quedo sorprendido, pero luego se relajó riendo a carcajadas ante la situación. Inspecciono levemente a la niña frente a él, calculo que debía tener entre trece o catorce años. Los cabellos rubios le recordaron un poco a su mujer; la piel casi pegada a los huesos a su hijo y esos ojos; los ojos de una fiera acechando una presa, eran los mismos ojos de su fallecida hija.
— Por dios, ahora hasta los niños roban a endebles ancianos como yo. Este mundo está de mal en peor— Dijo mientras reía y se sentaba en una sucia silla
— Dios no existe, si existiera no dejaría a este mundo podrirse de este modo, no soy una ladrona, como ya le dije solo quiero hablar con usted.
— Que equivocada estas pequeña — La risa paro y se formó una mueca triste en sus labios— Dios no hizo este mundo así, nosotros sí. Como sea ¿Qué es lo que quieres? Tienes diez segundos.
— Quiero un pescado como paga en vez de dinero. Sé que aquí crían algunos. Trabajare sin descansar por seis meses, quizá sea el tiempo que me queda.
Los ojos de su jefe se posaron en la muñeca de Aurora. Con un gesto involuntario esta se lo cubrió.
— Descuida no te reportare, ese implante solo los usa en el internado. Mi hija también estuvo ahí — Aurora quiso hablar — Tranquila lo sé, nunca debí enviarla a ese lugar. Cambiando te tema, lo que me pides es imposible. De un pez sintetizamos quinientos setenta y dos mil pastillas de hierro y trescientas mil de fosforo. Lo que equivale a dos años de trabajo sin descanso para cualquiera de mis operarios.