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Durante seis meses trabajo en la fábrica de alimentos sin falta pese a la urticaria dibujada atreves de todas las venas de su cuerpo. Durante todo ese tiempo consiguió pequeños trabajos cada vez más desagradables para poder sobrevivir. Por medio año observo su casa desde lejos para poder atisbar la silueta de su abuelo. No lo vio ni una vez. Era difícil recordar sus gestos, pero su grave voz aun retumbaba en lo más profundo de ella.
Una pálida mañana, donde el cielo plateado y agonizante lloraba diminutas gotas de agua que más parecía acido, Aurora despertó con las pocas fuerzas restantes, tomo un puñado de pastillas y se las trago sin agua. Cogió un desgastado abrigo y se enrumbo a su último día de trabajo y tal vez al último día de su vida.
Julio la recibió en la puerta de la fábrica y de inmediato ella pudo identificar un poco de lastima en los ojos del jefe. Odiaba que las personas la miren de esa forma, prefería incluso el odio o la repugnancia.
Ensimismada en sus pensamientos no pudo notar la extraña caja bajo el brazo de Julio. Esta lo saludo cordialmente antes de enrumbarse al puesto de trabajo, pero un fuerte apretón sobre el hombro la detuvo. Instintivamente se quitó la mano, recordando como hace algún tiempo su padre le sujeto de la misma forma a puertas del infierno en el que se convirtió su vida.
— ¡Aquí tienes! — Le gritó Julio
La extraña caja le fue empotrada en el pecho y por la fuerza del impacto casi cayó al suelo.
— ¿Qué es esto?
Preguntó con un gesto de sorpresa.
— Tú paga. Ves esta rendija, por ahí se puede ver el pez. No es el mejor del mundo, pero una caballa puede prepararse de muchas maneras. Espero que sepas como cocinarlo.
— Pero… aun te debo un día de trabajo. Todavía no puedo aceptarlo.
— En esas condiciones ya no me sirves.
— Pero…
— ¡Vete! O harás que me arrepienta.
Con pasos dubitativos y dirigiendo algunas miradas de soslayo a su exjefe se alejó desapareciendo entre la neblina.
Julio se quedó en la entrada de la fábrica contemplando el cielo por algunas horas. Dejo en orden los papeles de la empresa y se fue temprano a casa. Hablo con su hijo de anécdotas pasadas por un buen rato, beso la frente de su amada esposa yéndose a dormir con una sonrisa en el rostro. Recordó a su hija antes de cerrar los ojos con lentitud, para no volverlos a abrir jamás.
Esa mañana después de recibir la paga. Aurora siguió involuntariamente las piernas llegando en menos de veinte minutos a la puerta de la casa donde paso su niñez. Toco primero el timbre y al no recibir respuesta golpeo con los nudillos, hasta destrozarlos.
Una señora vestida completamente de blanco salió furiosa de una de las casas colindantes.
— Los dueños están de vacaciones y se fueron a quien sabe dónde. Si no dejas de tocar tan fuerte llamare a los guardias.
— Un anciano vivía aquí. ¿Sabe dónde está?
— No lo he visto en mucho tiempo— La miro con desagrado antes de meterse en su casa y murmurar — Estúpida mugrienta, por eso no tuve hijos.
De regreso en el pequeño departamento encontró un paquete envuelto descuidadamente y con grandes letras rojas que decía: Urgente.
Desato el sobre, al abrirlo una luz de esperanza brillo en sus ojos. El papel contenía la inconfundible letra de su abuelo. La carta estaba fechada un año atrás.
Si recibes esta carta ya ha pasado un año desde mi muerte.
Lamento tanto el haberte gritado esa tarde, pero fue necesario. Necesitaba que me odies, si sospechabas mis intenciones jamás me hubieses permitido llevarlas a cabo. Pero ante todo pequeña quiero que sepas lo mucho que te quiero y el gran orgullo que me da el saber que seguirás viviendo.
En esa caja yace tu nuevo corazón, un corazón que será capaz de aguantar por muchos años.
Confía en el doctor, él se encargará de todo.
Discúlpame por no terminar el libro juntos como lo prometí. Discúlpame por no haber sido un mejor abuelo.
La hoja de papel cayó bamboleándose hasta el piso. Aurora tomo las dos cajas y su libro saliendo a toda prisa con destino a la estación más cercana de autobuses.
Llego a una desértica playa después de algunas horas de viaje. Se dejó caer en la arena, comenzando a gritar con todas sus fuerzas. Grito hasta desmayarse.
Un año antes Gustavo Espinoza, vendió todas las pertenencias de valor que aun poseía reuniendo el suficiente dinero para cobrar un favor a un viejo amigo.
El corazón impreso en 3D a partir de las células madres era uno de los mejores trasplantes, pero existía un procedimiento incluso mejor. Se trataba del procedimiento de rejuvenecimiento de un corazón ya formado volviéndolo más fuerte y óptimo. Cuando Gustavo se enteró de ese proceso no tuvo dudas.
—Es una locura, como médico no puedo permitirlo
Fueron las palabras que recibió al dar a conocer la intención de dejarle su corazón a su nieta.