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Al menos el sol seguía siendo el mismo, algunos cálidos rayos se filtraron por la cortina posándose en las rosadas mejillas de Aurora. Esta despertó rápidamente para salir con apremio hacia la habitación de su abuelo, deteniéndose por un instante en el comedor para recoger el libro que estuvieron leyendo. Era sábado y podía pasarse el resto del día escuchándolo leer.
Ingreso con cautela a la habitación que para ella era un rincón de misterios. Llego a la enorme cama donde apartado en un extremo, casi al borde, descansaba un cansado Gustavo Espinoza.
— Abuelo, es hora de levantarse.
Susurro la pequeña acercándose lo más que pudo. Su abuelo apenas se inmuto
Se acercó un poco más, no obstante, un ruido estremecedor se propago por toda la casa. Los ojos de Gustavo se abrieron como platos y dio un respingo al ver a su nieta tan cerca.
— Maldita alarma que instalo tu padre, cada día es lo mismo.
La pequeña aurora se lanzó a los brazos del anciano, antes de que este reaccione ya tenía la portada de Moby-Dick frente a su nariz.
— Le un poco abuelo, quiero saber qué pasa con el capitán. ¿La ballena muere? Vamos abuelo levántate que no ves que ya es de día.
— Está bien, está bien, leeré un poco si dejas de saltar sobre la cama. Ven pequeña siéntate a mi lado.
Eran apenas las seis de la mañana, Gustavo había conciliado un par de horas de sueño escondiendo el cansancio a la pequeña. Modulando lo mejor posible la voz continúo el relato. Los ojos de Aurora resplandecían cuando el nombraba a la ballena, le encantaba verla así.
Pasaron algunas horas hasta que sus estómagos rugieran casi en conjunto y pospusieran el relato para bajar a desayunar. La sonrisa de Gustavo se borró cuando encontró un par de platos de metal llenos de pastillas. Cogieron un puñado y subieron de nuevo a la habitación.
Para mediodía Aurora tomaba una siesta. Gustavo quiso aprovechar para descansar a su lado, sin embargo, le invadió una enorme sed casi sin saliva bajo a la cocina con la intención de beberse hasta la última gota de su ración diaria de agua cuando dos siluetas pasaron a escasos centímetros de él ignorándolo por completo. Los ecos de la conversación podían escucharse desde la escalera.
— Tu padre cada día está peor, metiéndole ideas estúpidas a Aurora. El dinero ya no alcanza para alimentarlo, ni siquiera puedo comprar la nueva actualización para el sistema de comunicación, soy el hazmerreír de la compañía.
En la escalera Gustavo apretaba los puños.
— ¿Que podemos hacer? esta es aún su casa, crees que yo no sufro con su presencia. Todas mis amigas tienen el set de maquillaje y tratamiento para la piel avanzada, no eres el único del que se burlan.
Incapaz de seguir escuchando, volvió a subir las escaleras con esfuerzo. Ya no podía llorar, ya no le quedaban lágrimas.
— ¿Qué haces aquí abuelo? me desperté y ya no estabas, tengo un poco de sed. ¿Tú también quieres agua?
Sin decir una palabra forzó una sonrisa para su nieta.
Aurora lo miro con impaciencia y estuvo a punto de decir algo, pero desde la cocina un llamado le congelo el cuerpo.
— Aurora baja un momento, tu padre y yo tenemos algo que decirte.
Cada vez que su mama la llamaba por su nombre nada bueno sucedía. Esta vez no sería la excepción.
Llego ante sus padres con la cabeza gacha, sabía que ellos estaban ahí tan serios e inexpresivos, era raro verlos sonreír y las únicas veces que lo hacían era cuando llegaban a excesivos números de amigos en las redes sociales de los cuales no conocían ni al diez por ciento.
— Tu padre y yo estuvimos conversando y creemos que ya estas lo suficientemente grande para tener tu primer implante de comunicación. Hoy iremos a la fábrica y…
— ¡No!
Respondió secamente Aurora dándoles la espalda.
— No era una petición, es una orden — Dijo su padre sosteniéndola fuertemente del hombro.
— El abuelo dice que esas prótesis los convierten en autómatas, ¡yo no quiero ser como ustedes!
Soltó su agarre y comenzó a correr.
Gustavo escucho toda la charla bajando las escaleras cuando la niña gritaba, no le importaba afrentarse a su yerno. Vio a su nieta corriendo hacia él, la tomaría en brazos y se la llevaría lejos de ahí, quizá para siempre.
Estaba a unos pocos metros de Aurora cuando esta se desplomo frente a sus ojos. El sudor frio de la noche anterior recorrió por su frente. Su nieta permanecía desparramada en el suelo sin moverse.
Continuara...