Relatos de Muerte con Sabor a Vida

EN LOS OJOS DE LA MUERTE (Segunda parte)

Trato de comer y aunque el asado era la especialidad de su esposa no paso del segundo bocado. Pensó en la oscuridad de la noche, sin embargo, no se le ocurría nada. Sabía lo testaruda que era Azucena y el tratar de convencerla de quedarse en casa sería imposible. Ya no quedaba mucho tiempo y tenía que hacer algo. Pensó también en los eventos de esa tarde, en el vagabundo que desinteresadamente lo había salvado y que posiblemente estaba muerto. Prendió su laptop ya que el móvil lo tenía estropeado y reviso las noticias de ese día hasta dar con el accidente; efectivamente relataban en un pequeño post la muerte de un vagabundo cuando un camión se había descarrilado por una falla en los frenos, lo que más le llamo la atención al seguir investigando fue la identidad del vagabundo, un importante abogado que tuvo una transformación repentina de la noche a la mañana y sus compañeros más alegados lo daban por loco, perdió a su esposa al poco tiempo de perder su trabajo y nadie lo había visto hasta ocurrido el accidente.

Siguió buscando información hasta la madrugada, pero las noticias se repetían y los extraños números que veía sobre las personas solo eran nombrados en historias de terror creado por noveles escritores. Cansado y abatido por la angustia durmió un par de horas hasta escuchar el chirrido de la puerta contra el suelo, el sonido fue leve y pudo ver la sombra de su amada escabullirse en el baño.

Preparo un poco de café y se enfundo en su saco rojo. Tuvo que esperar un buen rato para que su esposa salga del servicio.

Se mordió el labio cuando vio el temporizador sobre la cabeza de su esposa, los segundos se esfumaban acortando las pocas horas que le quedaban.

¨ debo hacer algo, pero ¿qué? ¨

Pensó.

Azucena lo miraba con frialdad y algo de compasión, suspiro largamente.

— No es necesario que vengas a la casa de mis padres llame a Karen y tiene libre la mañana, ella…

El beso en sus labios la sorprendió y aunque instintivamente trato de separar el contacto a medida que pasaba el tiempo fue cediendo. Fue un beso prolongado y apasionado, un beso que le recordó las primeras citas que tuvo con Isaiah, un beso que extrañamente le supo a despedida.

—  Tranquila pequeña, yo te acompaño. Dame cinco minutos para alistarme

<Pequeña> odiaba que la llamaran así por su baja estatura, pero viniendo de su esposo no la molestaba, incluso lo disfrutaba. Era uno de los tantos misterios del por qué amaba tanto a ese hombre.

Durante el trayecto se dijeron pocas palabras e intercambiaron algunas falsas sonrisas, el ambiente tenso que merodeaba en el coche solo hacia despertar la intuición de Azucena, sin embargo, llegaron a un pequeño pueblo antes de empezar la lluvia de preguntas que sin duda sacarían una respuesta.

La casa de los padres de Azucena era la más grande de la avenida y ya desde lejos podía observar las cansadas figuras de sus suegros levantando las manos en señal de bienvenida. Trato de no mirarlos cuando daba el cordial y frio saludo tan acostumbrado, pero le fue imposible no observar el continuo movimiento de los números sobre sus cabezas.

“Al menos tienen más tiempo que su hija”

Pensó con tristeza. Trato de esbozar una sonrisa, una máscara que oculte sus pensamientos y no deje ver al mundo lo débil y asustado de su ser.

Las horas seguían escapándose y a cada retumbar del viejo reloj de pared sus nervios se escarapelaban. Respondía con monosílabos a las preguntas formuladas por su suegro, casi todas relacionadas con el trabajo. Por momentos su mente se nublaba siendo incapaz de comprender la habladuría de la persona que tenía delante.

Las palabras de su amada fue un bálsamo, aunque solo avisara que pasaran a la mesa para almorzar. La comida era lo único bueno que Isaiah rescataba de visitar a sus suegros, sin embargo, no paso del segundo bocado, desconcentrado observaba el plato de comida sobre la mesa.

La conversación entre padres e hija transcurría con tranquilidad hasta que un grito ahogado rompió la calma. La mujer que amaba se asfixiaba con un pedazo de carne

— ¡Rápido! pon las manos sobre su vientre y empuja con fuerza

Las órdenes de su suegro lo ponían más nervioso ya que trataba con todas sus fuerzas obligar a que su esposa vuelva a respirar. Sus esfuerzos parecían inútiles y podía sentir como se escapaba la fuerza vital de su amada.

La madre de Azucena lloraba de rodillas desconsolada, observando con ínfimas esperanzas el esfuerzo de su yerno. Las mejillas de su hija se conjugaban de un color entre azul y morado, sus parpados lentamente iban sucumbiendo.

Sentía que el cuerpo de su amada se desvanecía, era como estar tocando un frio maniquí. No podía morir así, con fuerzas que ni el mismo conocía lo siguió intentando y su corazón palpito aceleradamente cuando la escucho toser.

— Déjala respirar, dale espacio

Siguiendo las órdenes de su suegro dejo de abrasarla y ayudo a que se recostara en un sillón.

— No puede ser, es imposible, aún faltaban horas. ¡Solo diez minutos! — Susurraba caminando en círculos con las manos sobre la cabeza.

Una vez su esposa recuperó algo de aire la tomo de la muñeca y ante la sorpresa de sus suegros la arrastro a la calle. La mirada de susto aun no desaparecía del rostro de Azucena, después de caminar en crudo silencio algunas cuadras se detuvieron en el único parque que ofrecía el pueblo.

— ¿Se puede saber qué pasa?

Cuando notó aflojar el apretón en su muñeca, jalo con fuerza y deshizo el agarre.

— No, no, no, 58 segundos, 57, 56…

Isaiah miraba en todos lados con la cara descompuesta en búsqueda de algo que acabara con la existencia de su amada. El conteo no paraba y los últimos diez segundos ya se marcaban en el temporizador.

— Me estas asustando, ¿Qué pasa cariño? — Azucena poso una mano sobre el rostro de su esposo, algunas lágrimas ya surcaban sus mejillas— Dime que pasa y saldremos de esto, como siempre lo hemos hecho.



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En el texto hay: desamor, amor, esperanza y conflictos

Editado: 11.12.2021

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