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Ester insistía en llevarme al hospital cuando pasaba por mi casa y dejaba algo de comida. Le esperaba con la misma respuesta
—”estoy bien”
Abandonaba el departamento con un gesto triste siempre mencionando que no me preocupara de la clínica, ella se encargaría del trabajo hasta que esté totalmente recuperado. Si no fuera por esa diligente chica, esa clínica hubiese cerrado hace mucho tiempo.
Recuperarme de las lesiones no fue fácil, después de dos semanas pude andar con normalidad y al hacerlo lo primero que hice fue dirigirme a lo alto de la montaña.
Era medio día cuando llegue, busque algo de sombra ya que el sol impiadoso no daba ninguna tregua. Absorbido en el paisaje de la ciudad pasaron las horas. A lo lejos se veía el parque donde iba cada día al terminar el trabajo antes de conocer a esos niños, el recuerdo de Flavia se hizo presente de forma repentina y dolorosa como una bofetada. La alarma del móvil sonó con fuerza, eran las seis de la tarde.
— los niños no han regresado desde aquel día.
La anciana se sentó a mi lado y nostálgicamente suspiro al ver el paisaje.
— Es una bella vista, te hace olvidar todo lo malo por un instante— dije sin mirarla.
— si, por eso decidí vivir aquí. Es un bonito lugar para morir.
— vaya que lo es.
La oscuridad cayó sobre nosotros acompañado de la fría ventisca. Me levante pero la anciana siguió sentada, le ofrecí una mano para ayudarla a levantarse sin embargo ella lo rechazo. Perdida en las lejanías del paisaje, replico.
— por favor, ya no vuelvas por aquí. Sigue con tu vida, aun te quedan muchos años.
La forma en que lo dijo evito que pudiera negarme, asentí con la cabeza y comencé el descenso. Voltee de reojo para ver una última vez a la anciana pero ella ya no estaba ahí. Había desaparecido entre las sombras.
Con el transcurrir de las semanas seguí investigando el caso de los niños, las pistas eran escasas ya que no sabía el apellido y tampoco el nombre de su padre. Solo un señor sabía algo relacionado a esos niños sin embargo había visto huir al padre junto a ellos varias noches atrás.
Regrese a la clínica sin mucho entusiasmo. Ester había enamorado a todos mis pacientes e incluso algunos la pedían a ella como su doctora, no me negué a sus peticiones, Ester aunque recelosa al inicio acepto la propuesta.
Teniendo más tiempo libre salía antes del consultorio y vagaba por la ciudad. Me detenía en parques y alamedas, incluso había días donde frecuentaba los peores antros de la ciudad con la esperanza de encontrarme con aquel hombre y buscar la revancha. Al llegar la noche y mientras me acostaba reía frenéticamente por las idioteces en mis acciones.
Mi vida volvía a su ritmo común, visitaba la oscura alameda junto a un rio lleno de basura para sentarme en una dura banca y quedarme así por horas. Los monótonos días me alcanzaban nuevamente.
Fue una noche fría, un poco más fría de lo normal, cuando escuche un gran alboroto cerca de casa. Todos los vecinos salían a sus balcones para presenciar la escena. La curiosidad fue grande y decidí estar más cerca del alboroto.
Baje sin la gabardina pese al frio. Al ver la escena un gélido frio alcanzo cada parte de mi cuerpo. El frio más terrible que puedes experimentar. Aquel frio que te embarga desde el interior.
La policía arrastraba hacia una patrulla a un corpulento hombre con las manos engarrotadas, este pataleaba y se retorcía.
— ¡SE LO MERECIAN! ¡ESOS MALDITOS SE LO MERECIAN!
Gritaba poniendo resistencia a sus opresores. Lo reconocí inmediatamente.
Gire la cabeza con miedo y este fue justificado cuando vi salir de una vieja casa dos camillas con dos pequeños bultos tapados con sabanas. La pequeña mano de uno de los cadáveres resbalo de camilla y una piedra rodo por el piso.
Al recogerla del suelo, esta aun permanecía caliente. Lágrimas de impotencia corrieron por mis ojos. Con la roca en la mano comencé a correr.
Subía las escaleras a zancadas. Los había tenido tan cerca todo este tiempo y no había hecho nada para ayudarlos. Una culpa se extendió por todo el cuerpo punzando cada parte en su recorrido.
Al llegar a mi habitación me pare frente al espejo del baño, tenía los ojos lagrimosos y el rostro descompuesto. Al no soportar la imagen golpee con el puño el frio vidrio haciéndolo pedazos, mi mano comenzó a sangrar. Aun así no sentía nada.
Busque por todas partes los pinceles, encontrando primero el bastidor, luego un viejo lienzo y después de desordenar toda la casa di con los pinceles y las acuarelas.