La noche en el océano era tranquila, los vientos eran amables con las olas, y la luna iluminaba con gran furor. La tripulación de un barco se encontraba afuera del cuarto del capitán, en la cubierta todos estaban nerviosos y atentos a la noticia, pues la amada de su capitán estaba a punto de dar a luz, la cual toda la tripulación la quería con todo el corazón, era como una hermana, una amiga y una madre para cada miembro del barco llegándola a estimar bastante y cuando se enteraron del embarazo todos brincaron de felicidad, algunos apostaban por si sería niño o niña, sobre cómo le llamarían e incluso ya se habían decidido sobre quien le cuidaría determinado día de la semana, sin lugar a dudas todos esperaban el nacimiento. Pero no todo fue alegría y felicidad, unas horas antes la prometida del capitán cayó de rodillas y debajo del vestido que portaba comenzó a brotar sangre igual que una fuente. Las enfermeras salían con trapos envueltos en sangre y volvían a entrar con unos nuevos, la preocupación aumento cuando vieron que las mujeres sacaron al capitán de su propio cuarto, sin nada más que poder hacer estuvo esperando afuera igual que un perro, sus hombres le mostraban todo su apoyo porque todo saliera bien.
Los llantos se escucharon en todo el barco, los hombres que estaban sentados se pusieron de pie como si les hubieran picado un alfiler en el trasero. Una enfermera manchada de sangre salió con una sonrisa dolorosa en su rostro, indicándole al capitán que ya podía entrar. La cama sobre la que se encontraba su prometida estaba pintada de color rojo, con los brazos extendidos y una expresión de cansancio en el rostro de la mujer el capitán se acercó a la mujer que amaba.
—Luna—murmuraba entre llantos—Luna…
No hubo respuesta de ella. De rodillas a lado de la difunta madre, tomó su mano y beso la frente de su amada, ¿Quién diría que lo que más amaba le fue arrebatado en un hermoso acto de la vida? Una enfermera se acercó al capitán con el recién nacido entre brazos.
—En un varón—dijo la enfermera.
El calor del recién nacido entre sus fuertes brazos le conmovió el alma y una vez más rompió en llanto mientras miraba como su pequeño hijo dormía tan tranquilo. Aquel niño que nació en un barco, durante la bella noche en el mar, la luna se reflejada en el agua junto las estrellas. La tripulación empujó la puerta con curiosidad, asomando la cara para ver que ocurría, se estremecieron al ver a su capitán a su recién nacido y al mismo tiempo se les rompió el corazón al ver el cuerpo de la madre, rompiendo en llanto todos sin temor a ser juzgados.
Luego de poner al bebé en una cama bajo el resguardo de las enfermeras, cargaron y sacaron el cuerpo de Luna a la cubierta, preparando un funeral para una última despedida. Con rocas formaron la figura de su cuerpo, en el suelo colocaron una tabla de metal y alrededor de ella colocaron todas y cada una de las flores que ella tanto quería y en señal de respeto colocaron cada objeto que ella les regaló a cada uno. En círculo alrededor de ella, la vistieron con un vestido color amarillo el cual era su favorito.
—Dios del mar, tú que nos cuidas y proteges cuando surcamos en tus tierras, te pedimos que cuides y guíes a tu reino a esta mujer que perdió la vida en tus dominios, así como nosotros respetamos tus reglas con toda nuestra sinceridad y con todo el corazón nos inclinamos ante tu presencia y dejamos de lado el orgullo, pues nuestra única petición es que cuides a esta mujer—recitaron todos al unísono.
Esperando una respuesta, cada tripulante encendió una vela, esperando pacientemente, la pequeña flama de la vela se volvió azul, el dios del océano aceptó la petición. Dejaron las velas a un lado, y volvieron arrodillarse, el ritual era sencillo, si el dios del océano aceptaba el tributo el mismo bajaría y cargaría a la persona y la llevaría a su reino, la única condición que para los presentes era no alzar la mirada durante el ritual de lo contrario el dios hundiría el barco. Una vez arrodillados y con la mirada agachada se escuchó como si alguien saliera del agua y saltará directo a la cubierta, caminando entre los mortales se dirigió al cuerpo de la fallecida, algunos tripulantes lograron ver los pies del dios lleno de tatuajes con escrituras y símbolos que jamás habían visto. Queriendo ver al dios que tanto admiraban y le rezaban escucharon de él un tarareo de una vieja canción de mar que antes le cantaban. Tomó entre brazos el cuerpo de la mujer y regresó al océano, los tripulantes estuvieron agradecidos con el dios y una vez más le rezaron.
El tiempo pasó, el bebé se convirtió en un niño de nombre Jack, los tripulantes le tenían afecto, le enseñaban a navegar, a pescar, usar la espada y le contaban cada historia del océano; su padre por otro lado no le tenía mucho cariño, aún sentía cierto dolor por la muerte de su prometida pues culpaba al niño de su muerte y sólo su propio padre también la mitad de la tripulación odiaba al niño por la misma razón. La tripulación fue la que nombró al niño, Jack apenas y conversaba con su padre, a decir verdad, desde la muerte de Luna él ya no volvió a ser el mismo, siempre encerrado en su cabina, no salía más que para dar las órdenes y nuevamente se encerraba para no ser visto. Una vez el pequeño Jack mientras caminaba por el mástil durante la noche escuchó el abrir de una puerta, al asomarse vio a su padre caminar con un quinqué por la cubierta hasta el costado estribor del barco, lo colocó en suelo y saco una guitarra española, tocó las cuerdas con delicadeza como si acariciara el cuerpo de su amada, sin cantar una sola palabra sólo se dedicó a tocar una hermosa melodía. Luego de terminar regresó a su cuarto, cada noche hacia lo mismo, la misma melodía, la misma hora y las mismas lágrimas.