El invierno se acercaba y junto a esta época del año se aproximaba los escases de comida, los ríos y lagos se congelaban junto con los peces, por lo que buscar alimento sería complicado; las criaturas herbívoras migraban al sur, donde el frío no era tan violento a comparación del norte. Entre las criaturas que emigraban se encontraba una manada de lobos, liderada por un enorme lobo negro del tamaño de un caballo incluso un poco más alto, caminando hasta el final de la hilera formada por su manada, los otros lobos no eran tan grandes como él, apenas la mitad del tamaño eran, pero por algo era el alfa.
Hasta el frente de la manada una cachorra saltaba de un lado a otro, dando vueltas por el suelo junto sus compañeros una loba blanca con corazón dibujado en su pelaje del lomo y negro alrededor de sus ojos haciéndola parecer como si tuviera algún antifaz.
— ¡Ara! —Gritó el líder que también era su padre— te dije que no te alejaras.
—No lo hago, apenas estoy enfrente de ti, además, ¿Quién se metería con el alfa de la manada?
—Sólo no te alejes.
El recorrido sería largo, viajar cada quién por su parte sería peligroso y más con los humanos que recientemente han estado merodeando por tierras donde nadie los llamó.
Ésta manada de lobos vivía en un valle conocido como “El mar verde” vigilado por una montaña con aspecto de un hombre sentado en cuclillas. Todo era paz y prosperidad hasta que los humanos encontraron sus tierras, al principio las criaturas los observaban desde lejos lo que hacían y al ver que simplemente merodeaban simplemente lo pasaron por alto. Los humanos comenzaron a talar árboles, cazar animales, destruir bosques y hacer edificaciones en las áreas verdes. Un día los humanos buscaron desesperadamente una parvada de arpías, al parecer sus plumas eran valiosas por los humanos, por lo que empezaron con su caza, pero aquí no hablaremos de los humanos, sino del viaje de la pequeña Ara.
Ara era una cachorra llena de energía, alegre y con un espíritu de líder heredado de su padre mientras que el los colores blanco y negro fueron por parte de su madre.
Su destino era un valle conocido como “El mar verde”, un lugar repleto de árboles, lagos, ríos, montañas, pero en especial una montaña con aspecto de un gigante sentado en cuclillas, lo hacía parecer como si lo vigilara y protegiera. Las noches recorridas, los días transcurridos con lluvias frías y calores intensos, pues se decía que semanas antes de que llegue el invierno en clima siempre se comportaba de forma extraña, las criaturas creían que les intentaba advertir algo.
El camino pasaba por un valle de montañas, la nieve apenas comenzaba a caer en las alturas, las nubes se alzaban por encima de la punta y desde la cima la manada de lobos vio una ciudad humana, gran grande como la vista te permitía ver. Contemplando la enorme ciudad, civilización no era lo único que veían, también columnas de humo e incendios provenientes de aquel lugar, al principio creyeron que se trataba de humanos matando otros humanos hasta que las nubes fueron alejadas por un fuerte viento parecido al de un huracán junto un estruendo que provocó enormes grietas por las faldas de las montañas, y del cielo una figura negra aterrizó sobre la ciudad, se trataba de un enorme dragón que destruía y quemaba toda la ciudad con gran facilidad. Los dragones aquí no eran criaturas estúpidas, eran inteligentes, sabios y leales a sus principios y este dragón no atacaría sí porque sí.
Bajaron por las faldas de las montañas, alejándose lo más posible del escenario y evitar confrontaciones innecesarias, a pesar de haberse alejado lo suficiente aún se podía escuchar los rugidos de la bestia, Ara cuando volteó hacía atrás podía ver estruendos naranjas del otro lado de las montañas y sentir pequeños temblores. Siguieron el camino y sobre ellos vieron el enorme dragón ir de vuelta de donde salió, sin inmutarse en contemplar a su alrededor. Llegaron a un pequeño bosque, ahí el padre de Ara le pidió a la manada que esperara a excepción de su hija que le pidió acompañarlo al medio del bosque. Su padre no era muy conversador, por lo que caminaron entre árboles en total silencio, Ara tenía muchas ganas de hablar con su padre, pero ella tenía miedo de su aspecto tan intimidante por lo que caminaron en un largo silencio.
Llegaron al centro del bosque, un árbol de tronco grueso color naranja y de hojas azules moría lentamente; enfrente del árbol había un jabalí café con franjas rojas sobre su lomo del tamaño del padre de Ara, ahí contemplaba el árbol morir.
—Era mi único trabajo, proteger este bosque y ahora muere por culpa de los humanos ¿Sabes cuánto tiempo me resta a mí? —habló el jabalí estando de espaldas.
—No fue tu culpa—respondió el padre de Ara.
Vio detrás de él el alfa de la manada tan imponente ante él y aún lado una pequeña cachorra.
— ¿Es tu hija?
—Sí.
El jabalí rio tras la confirmación del padre de Ara, era tan pequeña que apenas se podía distinguir que estuviera enfrente de alguien, pues no era más que una muy pequeña mancha blanca entre las sombras de los árboles.