Aquella noche regresaba de una reunión de unos amigos, hablando de lo una vez ocurrido, de lo que ocurre y de lo que ocurrirá. Me habían ofrecido quedarme a pasar la noche, yo dormiría en el piso, tapado con varias pieles que me mantendrían caliente, con el invierno a unos días, el frio hacia presencia. Dejando de lado el tema del invierno, rechace la invitación de mi presunto amigo, creyendo que sería una molestia para su esposa e hijos, si de por si lo fui junto otros amigos, no quería serlo más.
Me habían advertido que en las noches las temperaturas suelen bajar a grados extremos, por lo que es peligroso salir de noche sino se está bien preparado. Afortunadamente, mi casa estaba a unos pocos kilómetros, así que creía que haría de tiempo menos de una hora. Incluso, la esposa de mi estimado amigo, me había ofrecido un caballo para acortar el tiempo, y nuevamente me negué, pues ya me habían ofrecido demasiada hospitalidad. Por otra parte, mis otros amigos aceptaron quedarse a pasar la noche, claro, ellos durmieron en el establo, y juntos, no pasarían ningún frio. Momentos antes de retirarme y agradecer por tanta hospitalidad, uno de los hijos de mi amigo me dijo en tono de broma “Ten cuidado con el jinete”. Su madre, le dio un pequeño golpe en el hombro, yo me reí y no le tomé importancia alguna.
Luego de haberme despedido y haber cruzado la puerta, me tomé la molestia de soltar un largo suspiro, y contemplar el camino que me esperaba. Mi querido amigo, me dio unas cuantas pieles para abrigarme, diciéndome que anteriormente, personas que se perdían aparecían congeladas al amanecer. Antes de dar el primer paso, mi amigo miró desconcertado el camino a mis espaldas, confuso yo, también lo miré, le pregunté si ocurría algo, pero el solamente negó que pensaba en algo que le preocupaba.
Me cubrí lo mejor que podía, me despedí de mis amigos, de la hermosa esposa que tenía mi anfitrión y de sus lindos hijos. Mientras les daba la espalda, deseaba que alguien me recibiera al llegar a mi humilde casa, tal vez mi mujer, mi hija o hijo acompañados de mi perro y dos gatos, entonces podría tener una muy buena razón para poder llegar a casa. La realidad, era muy diferente y triste para ser sincero conmigo mismo. Salí de la propiedad de mi amigo, miré por encima de mi hombro, contemplé su hogar, y me encaminé a mi destino.
La noche era hermosa, la luz de la luna brillaba a través de las nubes y las estrellas resplandecían como granos de arena a través del agua. El viento soltaba una agradable brisa que me acariciaba con ternura, y la melodía de las hojas sacudirse unas con otras era relajante. Podía caminar a altas horas de la noche sin miedo alguno, no había bandidos, asesinos o ladrones, por lo que uno podía caminar con toda la paz del mundo. O eso creía yo al principio, entre los diversos pensamientos que rondaban por mi mente, las palabras dichas por el hijo de mi amigo me alteraron la conciencia “Ten cuidado con el jinete”, esas palabras comenzaron a rebotar por mis pensamientos, alejando los sentimientos de calma y tranquilidad, ¿A qué se refería? Durante mis años viviendo por los alrededores, nunca había escuchado de una leyenda o historia que hablara de un jinete, claro, en las historias épicas habían cientos de ellos, pero en mi pequeño pueblo o en los alrededores, nunca había escuchado de un jinete.
La temperatura había bajado de golpe, parecía que el frio congelaba mi piel, al principio creía que era normal, algo común, al parecer no era así. Las nubes ocultaron la luz de la luna, ahora todo estaba sumido en la oscuridad y en el frio, por suerte, sabia el camino y no era necesario utilizar alguna luz que me guie, no obstante, no creía que la fuera a necesitar para ver lo que había en el camino. Detrás de mí, juraba oír las pisadas de un caballo, así que pensé que podría decirle al hombre o mujer que lo montaba si me concedía el favor de llevarme el resto del camino. Cuando me di vuelta, realmente no podía ver nada, apenas podía distinguir las figuras de los troncos de los arboles; seguía escuchando las pisadas de aquel caballo, no sabría decir si se alejaban o si se acercaban y eso me perturbaba, me hacía pensar que se trataba de un bandido o un asesino. Traté de calmarme, y nuevamente, las palabras de ese niño regresaron a mi mente “Ten cuidado con el jinete”; yo no era un hombre de fe, así que solamente esperaba lo peor o lo mejor, lo que llegara a ocurrir primero. Entonces, escuche el relinche del caballo, a juzgar por lo que escuché, se oía alterado y acto seguido escuché como comenzó a trotar y después a correr. Un instinto despertó en mí, no sabía lo que era, o de que huía, si me perseguía o simplemente se asustó de algún ruido sombra imaginaria. El caballo se escuchaba cada vez más cerca, yo no podía correr, estaba petrificado, de cualquier modo, si emprendía mi supuesta huida, el caballo junto su jinete me alcanzaría. “El jinete”, las malditas palabras de ese niño volvieron a mi mente.
Justo cuando creía que el presunto caballo estaba detrás de mí las nubes se despejaron, dejando que se iluminara mi camino. En ese momento, me armé de valor y me giré dando media vuelta, no había nada. No lo podía creer, no estaba bajo efectos del alcohol ni tampoco había consumido alguna sustancia que produjera algún tipo de alucinación. Era imposible, podría jurar por sobre mi vida que había escuchado el correr de un caballo dirigiéndose hacia mí. Con el camino mejor iluminado, miré a mis alrededores, intenté comprobar si había alguien, pero no había nada. La tenue luz de la luna apenas iluminaba el sendero, los alrededores que apenas eran praderas tenían algún que otro árbol, por lo que sería imposible que alguien se escondiera sin dejar algún rastro. No había nada, seguía sin creerlo, me decía mi mismo que todo era mi imaginación, no era nada de qué alarmarme. Sin embargo, lo que vi hizo que se me helara la sangre. En la tierra, había huellas marcadas de un caballo, las cuales se detenían unos metros detrás de mí. En un principio, no trataría de entrar en pánico, tal vez ya estaban ahí y las había ignorado gracias a la oscuridad.